Cuando la literatura representa la realidad, ésta deja de ser real y se convierte en algo irreal. Hasta el Madrid de Galdós es tan irreal como el Macondo de García Márquez, ambos son dos espacios recreados literariamente, uno toma como referente algo real, el otro aparece desde la pura imaginación, pero ambos se convierten en objeto literario y dejan de ser reales. El escritor literario es inventor de realidades o recreador de las que existen, y en las obras todo lo real se convierte en simple referente cáduco, frente a la reinvención literaria que es mucho más duradera (por ejemplo, el mismo Madrid del siglo XIX no existe, sin embargo la reinvención de Madrid hecha por Galdós todavía asombra a quien lo lee). Incluso las palabras que utiliza el creador literario dejan de ser las palabras que encontramos en el diccionario, pierden su sentido literal y se convierten en herramientas del artificio, por muy sencillo y simple que nos parezca el lenguaje empleado por el artista.
Muestra de cómo la verdad racional se puede convertir en poesía son las Georgicas de Virgilio y Sobre la naturaleza de Lucrecio, ¿se imaginan un tratado sobre el campo y un tratado científico escrito en versos? Virgilio explica en esa obra desde cómo cultivar el trigo y qué árboles conviene poner en el jardín hasta cómo criar abejas. Y Lucrecio nos habla de átomos y de óptica. Y lo hacen en una poesía, que se ha dado en llamar didáctica, pero que a veces nada tiene que envidiarle a la lírica de Ovidio.
Para mí estas realidades que Virgilio y Lucrecio anotan, ya no son realidades, son temas poéticos, con referentes reales, son reinvenciones de la realidad.
Espero no haberme enrededado demasiado.
13 de diciembre de 2004
No a liberar a Iraq de mí
Esta tinta derramada en vuestra prensa
es la sangre de mi país.
Esta luz diluviada de vuestras pantallas
es el brillo de los ojos en los niños de Basora.
Éste que está sollozando en la oscuridad de su exilio
soy yo;
huérfano después de que hayáis matado a mis padres: Tigris y Eúfrates;
viudo después de que hubierais crucificado la pareja de mi alma: Irak
¡Por ti, tierra mía: crucificada de entre las regiones!
Ay de vosotros, señores de la guerra.
Escuchadme:
No a la fiesta de los ejércitos en el tejado de mi casa.
No al verdugo que habéis plantado o al que vais a plantar.
No a vuestra libertad caída sobre las cabezas de mi gente en bombas.
No a liberar Irak de mí o a mí de él.
Yo soy Irak.
Mis hierbas son las letras y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi rabel y a vuestra ausencia.
Volved a vuestras películas detrás del océano.
Dejad para mí lo que queda
de los alminares, de los mausoleos de mis ancestros,
de las tumbas de mi familia...
y bebed de las copas del petróleo hasta que os saciéis.
Robad la miel del azufre y la arena del desierto.
Llevad con vosotros a vuestros clientes.
Llevaos al dictador con cada parte de vosotros que ha comprado con mi
sangre.
Llevad lo que queráis y marchad,
dejadme solo
con lo derribado de los sueños de mi hermana,
con el incendio de las palmeras en las orillas de Mesopotamia,
con los huesos de mi padre
y el té de la merienda.
Dejadme solo
con las canciones tristes del sur,
con la danza degollada del norte
y con el pavo real de los Yasidíes.
Dejadme solo
curando las heridas de mi tierra: Irak.
Solo...
igual que María...
solo con mi soledad...
Mi país: el crucificado de entre las regiones.
Sabré cómo animar su resurrección.
Sabrá cómo renacer de su ceniza.
¿Acaso habéis olvidado que él es el creador del Fénix?
Un infierno para vosotros, señores de la guerra.
Escuchadme:
No asustéis a las nubes de Bagdad con vuestros aviones.
No sembréis soldados en nuestro jardín.
No quitéis la chilaba a mi madre.
No. Grito "no" a liberar Iraq de mí o a mí de él.
Yo soy Iraq.
Las aldeas han florecido de mi abrigo, y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi familia y a vuestro olvido.
MUHSIN AL RAMLI es un poeta iraquí nacido en Shirqat, al norte de Irak, en 1967. Novelista y traductor. Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid con la tesis: "Las huellas de la cultura islámica en El Quijote". Vive en España desde 1995. Entre sus publicaciones, destacan: "El regalo del siglo que viene" (1995), "Hojas lejanas del Tigris" (1998) y "Migajas esparcidas", obra con la que obtuvo el premio Arkansas 2002 a la mejor obra literaria árabe traducida al inglés. Codirige la revista cultural árabe Alwah. Esta composición traducida por el propio poeta, pertenece a Todos somos viudos de respuestas.
es la sangre de mi país.
Esta luz diluviada de vuestras pantallas
es el brillo de los ojos en los niños de Basora.
Éste que está sollozando en la oscuridad de su exilio
soy yo;
huérfano después de que hayáis matado a mis padres: Tigris y Eúfrates;
viudo después de que hubierais crucificado la pareja de mi alma: Irak
¡Por ti, tierra mía: crucificada de entre las regiones!
Ay de vosotros, señores de la guerra.
Escuchadme:
No a la fiesta de los ejércitos en el tejado de mi casa.
No al verdugo que habéis plantado o al que vais a plantar.
No a vuestra libertad caída sobre las cabezas de mi gente en bombas.
No a liberar Irak de mí o a mí de él.
Yo soy Irak.
Mis hierbas son las letras y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi rabel y a vuestra ausencia.
Volved a vuestras películas detrás del océano.
Dejad para mí lo que queda
de los alminares, de los mausoleos de mis ancestros,
de las tumbas de mi familia...
y bebed de las copas del petróleo hasta que os saciéis.
Robad la miel del azufre y la arena del desierto.
Llevad con vosotros a vuestros clientes.
Llevaos al dictador con cada parte de vosotros que ha comprado con mi
sangre.
Llevad lo que queráis y marchad,
dejadme solo
con lo derribado de los sueños de mi hermana,
con el incendio de las palmeras en las orillas de Mesopotamia,
con los huesos de mi padre
y el té de la merienda.
Dejadme solo
con las canciones tristes del sur,
con la danza degollada del norte
y con el pavo real de los Yasidíes.
Dejadme solo
curando las heridas de mi tierra: Irak.
Solo...
igual que María...
solo con mi soledad...
Mi país: el crucificado de entre las regiones.
Sabré cómo animar su resurrección.
Sabrá cómo renacer de su ceniza.
¿Acaso habéis olvidado que él es el creador del Fénix?
Un infierno para vosotros, señores de la guerra.
Escuchadme:
No asustéis a las nubes de Bagdad con vuestros aviones.
No sembréis soldados en nuestro jardín.
No quitéis la chilaba a mi madre.
No. Grito "no" a liberar Iraq de mí o a mí de él.
Yo soy Iraq.
Las aldeas han florecido de mi abrigo, y sé lo que quiero.
Dejadme a mí mismo, a mi familia y a vuestro olvido.
MUHSIN AL RAMLI es un poeta iraquí nacido en Shirqat, al norte de Irak, en 1967. Novelista y traductor. Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid con la tesis: "Las huellas de la cultura islámica en El Quijote". Vive en España desde 1995. Entre sus publicaciones, destacan: "El regalo del siglo que viene" (1995), "Hojas lejanas del Tigris" (1998) y "Migajas esparcidas", obra con la que obtuvo el premio Arkansas 2002 a la mejor obra literaria árabe traducida al inglés. Codirige la revista cultural árabe Alwah. Esta composición traducida por el propio poeta, pertenece a Todos somos viudos de respuestas.
Lucha de F. Villaespesa
De la vida me lanzo en el combate
sin que me selle filiación alguna,
y atrás no he de volver, hasta que ate
a mi triunfante carro la Fortuna.
Contra mis enemigos, terco y rudo,
esgrimiré en la lid, que no me apoca,
por lanza mi razón y como escudo
mi carácter más firme que una roca.
Ni el desengaño pertinaz me arredra,
ni ante los golpes del dolor me humillo:
¡la estatua surge de la tosca piedra
a fuerza de cincel y de martillo!
¡Combatir es vivir!... La luz sublime
entre las sombras de la noche crece:
¡espada que en la lucha no se esgrime,
colgada en la panoplia se enmohece!
Mi razón en peligros no repara.
O subir a la cúspide consigo,
o muero, sin volver atrás la cara,
despreciando, al caer, a mi enemigo.
Ni la derrota en mi valor rehuyo...
Mas, antes de rendirme fatigado,
me encerraré en la torre de mi orgullo,
y en sus escombros moriré aplastado...
sin que me selle filiación alguna,
y atrás no he de volver, hasta que ate
a mi triunfante carro la Fortuna.
Contra mis enemigos, terco y rudo,
esgrimiré en la lid, que no me apoca,
por lanza mi razón y como escudo
mi carácter más firme que una roca.
Ni el desengaño pertinaz me arredra,
ni ante los golpes del dolor me humillo:
¡la estatua surge de la tosca piedra
a fuerza de cincel y de martillo!
¡Combatir es vivir!... La luz sublime
entre las sombras de la noche crece:
¡espada que en la lucha no se esgrime,
colgada en la panoplia se enmohece!
Mi razón en peligros no repara.
O subir a la cúspide consigo,
o muero, sin volver atrás la cara,
despreciando, al caer, a mi enemigo.
Ni la derrota en mi valor rehuyo...
Mas, antes de rendirme fatigado,
me encerraré en la torre de mi orgullo,
y en sus escombros moriré aplastado...
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