La última palabra
Por Esteban Magnani (publicado en Página12)
Hacia el año 1815 el sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, quien escribía los famosos e incendiarios discursos de Artigas, se acercó a Soriano, Uruguay, una antigua reducción aborigen. Allí entrevistó a tres de los indios más viejos para armar el último registro conocido del lenguaje “chaná” que utilizaba una etnia del mismo nombre, emparentada con los charrúas y que ocupaba parte de Uruguay y, en nuestro país, el sur de Entre Ríos y Santa Fe y el norte de Buenos Aires; ciudades como Baradero fueron originariamente reducciones de indios chaná.
De lo que Larrañaga recopiló sólo se publicaron algunos datos sobre la pronunciación y estructuras gramaticales del chaná, además de unos 70 términos. Durante casi dos siglos se creyó que esta lengua había desaparecido poco después de ese registro, hasta que a principios de 2005 casi de la nada apareció un hombre de 71 años que se define como chaná y que recuerda otro puñado de palabras.
De zoologicos y entrevistas
En marzo de este año el investigador del Conicet Pedro Viegas Barrios, quien se dedica a la lingüística histórica comparativa de lenguas aborígenes argentinas, leyó algo que le llamó la atención: una entrevista realizada a Don Blas Wilfredo Jaime, un hablante del chaná que vive en Paraná, Entre Ríos. Justamente su área de estudios es recopilar los fragmentos de lenguas que se hablaban, rastrear similitudes y diferencias, más o menos como se rastrean genes similares entre distintos grupos étnicos.
Por eso Viegas Barros fue a Paraná a entrevistar a Jaime y recopilar las hasta ahora casi seiscientas palabras y el puñado de frases que recuerda. “Ha habido casos de gente que asegura hablar una lengua que se considera muerta pero que al final resulta ser simplemente una deformación de otra distinta. O también pasa, como me ocurrió en un encuentro de charrúas, que los cantos o los rezos están basados en reconstrucciones posteriores a partir de material publicado, no en la tradición. En el caso de Don Jaime para mí está claro que si hubiera inventado basándose en el chaná registrado, tendría que haberse pasado varios años estudiando cómo se producen las variaciones lingüísticas. Es algo bastante improbable... para colmo la mayor parte de la bibliografía sobre características de lenguas en proceso de desaparecer está en inglés”, explica Viegas Barros con una media sonrisa, mientras espera que se haga la hora de pasar a buscar a Don Jaime, quien viene brevemente a Buenos Aires para llevar a su hijo de cuatro años al zoológico.
Don Jaime contó en varias ocasiones que aprendió la lengua de su madre, abuela y bisabuela, quienes se decidieron a transmitírsela cuando murió la última descendiente mujer. Al menos en su familia, los hombres no hablaban la lengua porque eran los que tenían que salir a trabajar y, como ocurre a la mayoría de los aborígenes aun en la actualidad, utilizar un idioma nativo puede ocasionar rechazo. Por eso la tradición se resguardaba en las casas bajo el control femenino. “Según cuenta Don Jaime, la sociedad chaná era matriarcal; el hombre no debía lastimar jamás a una mujer, hasta el punto de que las adolescentes eran desvirgadas por un familiar utilizando un falo de cerámica. Cuando su madre ve que no tiene una mujer a la que pasar la lengua y las tradiciones, le empieza a enseñar a Don Jaime, que tenía 14 años. Después de la muerte de la madre y con el paso de los años fue perdiendo la fluidez. Hoy dice las palabras con pronunciación española y la gramática también está bastante españolizada. Por ejemplo, no dice en chaná, siguiendo el orden de las partes de la oración que según Larrañaga era normal, ‘yo la lengua chaná hablo’ sino ‘yo hablo la lengua chaná’. Es natural que en una lengua obsolescente haya cambios de este tipo, y éste es uno de los argumentos que sugieren que este caso puede ser cierto”, cierra el lingüista.
Del proto-chon venimos
En la Argentina, antes de la llegada de los españoles, se hablaban al menos 36 lenguas muy diversas. “La Patagonia es muy particular en cuanto a la diversidad de las lenguas. En una región relativamente pequeña se encuentran tantas diferencias como entre el español y el chino. Entre tehuelches y mapuches, que fueron vecinos durante siglos, siempre tuvieron que usar traductores.”
Muchas de esas lenguas ni siquiera fueron registradas y se creía hasta hace pocos años que en nuestro país sobrevivían (es decir, tenían hablantes) sólo 12. “Ahora hay que agregar el chaná y otra más, el vilela, que se creía extinto hace treinta años, del que se encontraron dos hablantes, aunque uno ya murió.” Lo más notable del caso chaná es que durante casi doscientos años se creyó que había desaparecido, pero simplemente estaba escondido.
Camino al hotel donde se hospeda Don Jaime, Viegas Barros cuenta que está intentando reconstruir algunos aspectos del “Proto-Chon”, la lengua madre de la mayoría de las que se hablaban en las tierras patagónicas. “En lingüística se puede, a lo sumo, reconstruir lo que se hablaba hace unos 5000 o 6000 años. Más allá de eso puede haber semejanzas por simple casualidad o por la influencia que se da en la convivencia entre lenguas, pero un eventual parentesco entre idiomas que tengan una divergencia superior a los seis o siete milenios es indemostrable.”
Al llegar al hotel hay un mensaje esperando: a las 8.05 partieron padre e hijo, impacientes pero con las prioridades claras, a ver los animales en el zoológico.
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