En la Epístola dedicada a Madame (Enriqueta de Inglaterra, cuñada del rey Luis XIV) que antecede a los prefacios y a la obra en sí, nos recuerda Racine su intención de conmover al espectador, al menos se siente orgulloso de haber hecho que la dama hubiera derramado unas lágrimas durante la lectura que ante la corte había hecho el mismo poeta. Pero, al mismo tiempo invoca a ‘una inteligencia a la que ningún falso resplandor podría engañar’. Así pues no es sólo conmover el corazón del espectador lo que pretende Racine.
Veamos los Prefacios a la obra en los que el escritor justifica algunas interpretaciones que ha hecho al asunto legendario.
En el Primer prefacio, Racine presenta el argumento completo de la obra, no se propone deslumbrar por la originalidad de éste, es más, supone que su público lo conoce, tal como el público de Eurípides conocía el argumento que se iba a desarrollar en su Andrómaca o en su Troyanas y el de Séneca quería contemplar en las Troyanas lo que ya tenían sabido o los lectores de Virgilio habían oído tantas veces con anterioridad todo aquello que él vitalizaba con sus versos. En palabras de Racine: ‘mis personajes son tan famosos en la antigüedad que, por poco que se la conozca, se verá claramente que los he pintado tal como los antiguos poetas nos los han descrito’. Sin embargo, nos dice Racine, ha recibido criticas por el carácter con el que describe a Pirro, para él menos feroz que el de Séneca o el de Virgilio. Tampoco se ha comprendido por algunos espectadores el hecho de que Pirro, noble, se rebajase a enfadarse con una esclava y a querer casarse con ella ‘a cualquier precio’.
‘Evitad en la tragedia las pequeñeces de los héroes de las novelas, pero poned alguna flaqueza en sus fuertes corazones’ dice Boileau. Y Aristóteles había dicho que cada personaje debe actuar como es más verosímil y racional y, el mismo Racine nos lo recuerda, que los personajes clásicos no pueden ser del todo buenos ni del todo malos. Horacio, también dentro de la corriente aristotélica, había animado al escritor a respetar la tradición y mantenerse dentro de ella, hacer de Aquiles (y Pirro es su hijo) un ser feroz, implacable, cruel, para el que las leyes no tienen sentido.
Racine no se ha molestado en hacer de Pirro ni un ser malvado por completo, al que todos repudien y por el que nadie pueda sentir piedad, ni un ser excesivamente bueno, por el que todos sientan lástima y su castigo provoque ‘la indignación del espectador, en lugar de su compasión’. Por eso, opta por hacer un personaje más humano, y, por lo tanto, más verosímil y más vivo.
Sin embargo, Racine, en el Segundo prefacio confiesa que no todo ha sido tal fiel a la tradición eurípidea, que si bien, ha mantenido muchos puntos en común, no lo ha hecho así con elementos claves para el desarrollo de la acción. Hablando del carácter celoso y arrebatado de Hermione, dice: ‘Esto es casi lo único que he tomado prestado aquí de este autor, ya que, aunque mi tragedia lleva el mismo título que la suya, el argumento es, sin embargo, muy diferente.’ Ha hecho Racine que el hijo que Andrómaca tuvo con Héctor sobreviva en el cautiverio, y es éste y no otro habido con Pirro el que está en peligro de muerte, es por este Astianacte por el que sufre Andrómaca, lo hace porque cree que es mucho más dramático y verosímil que la madre sufra por un hijo nacido del hombre al que ama y no por un hijo a cuyo padre detesta. ¿Es un atrevimiento por parte de Racine esta resolución? Él mismo justifica ‘esa pequeña libertad’: ‘hay una gran diferencia entre destruir la base principal de un relato, y alterar algunos incidentes de él, los cuales, de hecho, cambian casi siempre de aspecto, según qué manos los tratan.’ Y para testimoniarlo recurre a algunos ejemplos sacados de los autores antiguos: el caso del fantasma de Helena que Eurípides hace viajar a Troya, quedando la real en Egipto; o la muerte de Yocasta que representa Sófocles, justo después del reconocimiento que hace de Edipo frente a la resolución que le da Eurípides haciéndola vivir hasta después del asalto a Tebas y la muerte de sus dos hijos. Son todas licencias permisibles, pues ninguna de ellas altera, según Racine, la ‘base principal del relato’.
No es nuevo desde luego este planteamiento de Racine, la preceptiva clásica admite estas variantes, pues el hecho no es transcribir lo que otros han escrito, sino recrearlo utilizando, si es necesario, otros recursos. Dice Horacio en su Epístola a los Pisones: ‘Los argumentos de uso común serán de tu propiedad si no te entretienes en los pasajes vulgares y triviales y no te preocupas en traducir, como fiel intérprete, palabra por palabra, o no te ciñes, como un plagista, a una estricta imitación, donde la timidez o el carácter de la obra te impiden cambiar un solo pie métrico.’ (versos 130-135)
María Inmaculada Manzanares Ruiz
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