4 de septiembre de 2006

Sémele

I
“De nuevo ese extranjero en el camino, y de nuevo me está mirando... ¡Qué bello es!... Me haré la distraída, no está bien que una joven se dé por enterada... ¿Quién será? Nunca antes lo vi... Y me sigue con sus ojos... Si me habla... ¿qué le diré?... ¡Ay, dioses paternos! Ojalá que me diga algo... no... mejor que no se me acerque... me pondría colorada... no sabría cómo hablar... los nervios no me dejarían pensar...”
“¡Sémele, Sémele, vamos, no te quedes atrás, ¿Qué te pasa? ¿Qué dirán padre y madre si nos retrasamos?”
La muchacha había vuelto la cara para oír a sus hermanas, cuando quiso mirar de nuevo al ‘extranjero’, éste ya no estaba.
“Se fue, ¿dónde se metió? Estaba allí, en el camino y ya no está, quizás sólo haya sido un espejismo, un hermoso espejismo.”
Aquella noche, estando ya las luces de la casa apagadas y todos durmiendo, Sémele se despertó sobresaltada: entre sueños había oído su nombre. La llamaba alguien y no era producto de su imaginación. La voz venía del patio. Sí, estaba segura, al otro lado de la ventana, alguien pronunciaba su nombre con el más maravilloso tono de voz que jamás hubiera oído, “Sémele, Sémele ven, te estoy esperando” Y casi le sonaba a música.
Con cierto temor y guiada por algo que no alcanzaba a comprender, se acercó hasta la reja y allí, en medio del patio, apoyado en el pozo, iluminado por la luna llena, estaba el extranjero del camino.
Aun estando en la oscuridad del cuarto, pareció que él la hubiera visto. Extendió su mano hacía ella, “Sémele, no tengas miedo, ven a mí. Te espero siempre. Pronto, muy pronto...” “¿Quién eres?...” Apenas era capaz de articular las palabras. De nuevo, como había sucedido por la tarde, el hombre desapareció. “¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo entró en el patio? ¿Conocerá a alguno de los sirvientes? Esto no ha sido un sueño, puesto que estoy despierta. Estaba ahí, y me ha hablado y me ha llamado por mi nombre... Puede ser... puede ser que mañana lo vea de nuevo... puede ser que en el camino... o en el río. Él estará allí, esperándome, él mismo lo dijo”

II
Las hermanas reían y chapoteaban con el agua, ella no perdía de vista la otra orilla. Una de las hermanas notó que estaba como ausente. “¿Qué tendrá Sémele?” “Dice el aya Béroe que no ha dormido, que apenas amaneció ya estaba levantada y que decía cosas extrañas sobre alguien que la esperaba...” “y ahora anda despistada y perdida, o mejor, como si se le hubiera perdido algo.” “¿Qué te pasa, niña Sémele, estás enferma?” “Déjala, no ves que está hipnotizada mirando al vacío. Ya se le pasará”.
Pero Sémele ya no oía nada, porque lo había visto, allá en la orilla opuesta, mirándola con aquella mirada suya, como si no hubiera otra cosa en el mundo nada más que ella. Y ella sintió esas cosquillas que empezaba a sentir cada vez que lo veía, ese hormigueo que le recorría el cuerpo y que le hacía sentir al mismo tiempo como un grano de trigo y como todo un sembrado; como una humilde luciérnaga y como una enorme águila; pequeña y poderosa.
Y él la miraba, sin hablarle, nada le dijo, sólo la miraba abarcándola toda, y ella, hechizada, sólo sabía que nunca jamás podría volver a vivir sin esa mirada.
Como si vinieran de otro mundo, oyó las voces de sus hermanas: “Sémele, Sémele, ven, vamos, ¿qué haces hermana?, le dijo Ino a su lado, te estamos esperando.”
Sémele se dejó llevar, como ya era habitual, él había desaparecido como si fuera humo. Ella sabía, sin embargo, que a la noche lo encontraría al lado del pozo.

III
Sémele esperó a que todos durmieran y antes de que él la llamara, ella salió. No se sorprendió cuando lo vio apoyado en el pozo. “Sémele no tengas miedo. Conmigo estás segura. Yo te voy a amar como nadie lo hará jamás. Serás mujer entre mis brazos”
Y ella se dejaba abrazar.
“Si te preguntan, diles que soy Zeus, el omnipotente, y tú eres mi elegida”

IV
“Eso fue lo que me dijo” Sus hermanas la miraban con gestos incrédulos y alguna sonrisa irónica. “¡Estás loca! Nosotras no hemos visto a ningún hombre ni en el camino ni en el río. Nadie puede pasar al patio sin que los guardianes lo vean. Si te estás viendo, en secreto, con un hombre y madre o padre se enteran, matarán a ese Zeus tuyo de pacotilla” “Pero él me dijo...” “Mira, niña (terció la nodriza Béroe que caminaba junto a las muchachas), yo soy vieja y he visto y he oído muchas historias... dile a ese Zeus tuyo que te demuestre quién es, si es Zeus, omnipotente, que se presente tal como es. Él mismo descubrirá el engaño” “Aya, yo le creo... él me ama, y yo le amo... se lo diré a mi madre, Harmonía entenderá... sus padres...” “Calla, niña, calla y sigamos el camino”
Sémele recordaba la conversación mientras que enjuagaba la ropa en el río. De pronto se sintió observada, levantó la vista y allí estaba él. “Me gusta cómo la túnica húmeda marca tu cuerpo... (le dijo él sin hablar) Dudas de mí... la vieja Béroe te ha infundido la duda. Yo quiero amarte como un hombre, pero si tú lo deseas... te amaré como un dios. Esta noche te veré junto al pozo y llegaré como tú quieres verme” “Yo...” “Luego, no dudarás, sabrás que te ha amado un dios, y plantaré en ti mi semilla”

V
Cantaban los grillos y alguna rana croaba en el fondo del pozo, la brisa movía los ramas de los granados. La luna llena seguía brillando en el cielo. Sus hermanas le habían dicho que no fuera, que se olvidara de ese hombre, si es que de verdad existía, que él sólo quería burlarse de ella... Sin embargo, fue. Allí estaba esperando su llegada... miraba a un lado y a otro, pero nada veía. Empezaba a creer que sus hermanas tenían razón, que todo era producto de su imaginación.
De pronto sintió... el silencio. Todo se había callado, ni los grillos ni la rana se oían. La brisa se había detenido. En su cuerpo, un calor extraño empezó a sofocarla, hasta que la inundó por completo. Un rayo dividió el cielo en dos. Un trueno hizo temblar la tierra y el aire. De lo más profundo de su ser, surgió un grito desgarrado, mezcla de pasión y de terror, como si con él se hubiera liberado de su propio ser, se dejó caer como una marioneta a la que le cortan los hilos.
Una sombra se le acercó y extrajo algo de la mujer caída. “No lo quise yo, Sémele, yo te hubiera querido siempre...”

VI
En la casa, empezaron a encenderse las luces. Las hermanas corrían por las habitaciones buscando a la niña Sémele. Todos salieron al patio, a tiempo de sentir una especie de brisa helada que tomaba vuelo. Allí, junto al pozo, encontraron la túnica de Sémele, sus sandalias y sus horquillas, mezcladas con una ceniza humeante aún. Béroe se arrodilló junto a ella y musitó: “Era cierto. Era él”

Inmaculada Manzanares

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