Dos fábulas de Esopo sobre Diógenes
DIÓGENES DE VIAJE
Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:
-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.
Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.
DIÓGENES Y EL CALVO
Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre que era calvo, replicó:
-¡Los dioses me libren de responderte con insultos! ¡Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!
Si regalamos un insulto, no esperemos de regreso un regalo menor.
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Diógenes de Sinope o El Perro como le llamaban en la Atenas del siglo IV llegó a ser un personaje bastante popular, del que se contaban multitud de anécdotas, no siempre ciertas. En ellas siempre aparece Diógenes como una persona muy perspicaz, irónica y crítica de la realidad. Y esto sí que es cierto: Diógenes fue un filósofo que llevó una vida acorde con sus ideas, logró materializar lo que el precursor del Cinismo, Antístenes, había proclamado en sus escritos pero no se había atrevido, del todo, a realizar.
Diógenes se declara 'ciudadano del mundo', y eso lo hace libre para opinar todo lo que quiera de quien quiera. Según cuenta otro Diógenes, pero este Diógenes Laercio, vivía el cínico en una tinaja en medio de la ciudad, demostrando de esta forma que no tenía propiedades alguna y que vivía como un ratón o un perro: libre.
Una historia de amorYo, Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina
la vida viril que los cínicos llevan;
no me agrada la túnica sujeta con fíbulas; odio
las sandalias de suela gruesa y las redecillas
brillantes. Me gustan la alforja y el bastón de viajero
y la manta que en tierra por la noche me cubre.
No me aventaja en verdad la menalia Atalanta
que el saber a la vida montaraz sobrepuja
(epígrama de Antípatro, versión de M. Fdez.-Galiano, cfrdo. en García Gual, C., La Secta del Perro. Diógenes Laercio: Vidas de los Filosofos cínicos, Alianza Editorial).
Crates fue un discípulo de Diógenes, el Cínico, hijo de una rica familia, abandona todo y se hace mendigo para vivir como su maestro indicaba. Poeta del que apenas nos quedan restos, sí que nos ha llegado múltiples de sus anécdotas, una de ellas es la que lo relaciona con Hiparquia, hermana de uno de sus seguidores. Hiparquia oye hablar a su hermano de este hombre bueno, pobre por elección y sabio. Tanto oye hablar de él, que sin conocerlo, lo quiere. Lo busca y le declara su amor. Crates no sabe cómo decirle que no es precisamente el mejor partido matrimonial. Y a falta de palabras que la convenciera. Crates se quita la túnica y se presenta ante ella desnudo para que viera cómo era y qué podría ofrecerle "éste es el novio, ésta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos", estas fueron sus palabras. Y la joven tomó su mismo hábito y se hizo compañera de él.
A Crates se le atribuye el siguiente dicho:
El amor lo hace cesar el hambre, y si no, el tiempo.
Y si no puedes servirte de estos medios, el lazo de horca.
Pero él amó a Hiparquia.
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