14 de febrero de 2006

Varias cartas rioplatenses

Sunday, December 26, 2004
Primavera y algunas cosas más
Camino por la acera, mirando los árboles. ¡Son tan diferentes a los que contemplaba de pequeña! Árboles de grandes flores rosaceas, altos como los gigantes de los cuentos, y a su lado, casi un arbusto con florecillas lilas. Árboles que, como aquel álamo de Machado, empiezan a echar hojas verdes en un tronco que se diría que estaba seco; durante el invierno habían estado alargando sus ramas secas hacia el cielo, como si de una plegaria se tratara. Hay árboles hermosos, y otros bastante raros, casi grotescos, pero en general, nada que ver con los de Almería (tenemos pocos, pero tenemos, que conste). En los jardines, flores de todos los colores: desde el más intenso rojo al blanco, pasando por la gama de los azules, de los lilas, los amarillos, y hasta las espantosas rosas tintadas de verde que lucen en los kioscos de plantas. Y todo este auge y este derroche de color y de olor (y este aporte de cursilería) porque ha llegado la primavera.
He pasado, en unas horas, de los últimos calores de un verano que no quiere dejar paso al otoño al frío de un invierno que no se ha dado cuenta que todo grita que es primavera.
Me preguntaba yo, que en unas doce horas había viajado desde una parte del mundo a la otra, cómo se sentirían aquellos que hicieron el mismo viaje, pero en barco y durante semanas. Qué sentirían a llegar a una tierra de la que sólo tenían referencias, probablemente de familiares y amigos que habían llegado antes. Nada que ver con la información que circula hoy en día, que hasta de las costumbres del Nepal tenemos noticias, más de una zona que, histórica e, incluso, emotivamente, nos es tan cercana, pese a los miles de kilómetros que nos separan. Qué sentirían, cuando al llegar la primavera, vieran florecer un mundo totalmente diferente a lo que en nuestras mediterráneas tierras estamos acostumbrados.
Para que se hagan una idea de lo que es extrañar la tierra, he visto en alguna casa, una cajita con tierra del pueblo del que procedían los abuelos. Tierra que se conserva como una reliquia. Y he oído con puro acento argentino ‘yo soy andaluza’ o ‘nosotros procedemos de Soria’ o ‘soy de Valencia’... en algunos casos, nacieron en España, en otros, en Argentina y hay muchos que, en realidad, deberían decir que son transatlánticos (si existiera ese patronímico) porque nacieron en el barco que traían a sus padres hasta la Argentina. De todas formas, para los argentinos que se consideran ‘simplemente argentinos’, que no son sino descendientes de españoles, italianos o cualquier otro origen llegados en una primera oleada de inmigración y, a veces, mezclados con los indígenas; bueno, para estos argentinos, todos los que llegaron después de la península, son ‘gallegos’, sean de donde sean. Es más yo ya soy una ‘gallega’. Cosas de la vida. Sin pasar por Galicia, me he convertido en gallega. Los chistes sobre ‘gallegos’ circulan por aquí como por España los de los leperos: “¿Por qué un gallego lleva una botella de lavandina (lejía) en la cabeza? ¡Para que se le aclaren las ideas!” En fin, tenemos fama de brutos, pero siempre con cariño, eso sí.



Piqueteros
No quiero discutir en este lugar las razones del movimiento piquetero en Argentina, no es el foro más oportuno para ello. Simplemente quiero dar mis impresiones sobre el tema.
La definición de piquetero es bastante simple, un piquetero es ni más ni menos que el que participa de un piquete. Clarísimo como el agua. Y todos sabemos qué es un piquete, si hay alguna duda sobre este punto, y para la mejor comprensión del texto, un piquete es una especie de barrera que impide que los que quieren ir a trabajar tengan dificultades para hacerlo. Una barrera con fines persuasorios, formada por personas que se oponen a determinada política empresarial (o, en este caso, estatal). No sé si ha quedado muy claro esto, pero siempre tenemos al Diccionario de la RAE para subsanar mis explicaciones farragosas.
Al parecer, el origen próximo de estos movimientos hay que buscarlo en las manifestaciones que se hacían en Neuquen contra cierta empresa petrolera española. Los trabajadores de esta empresa cortaban las carreteras de acceso a las refinerías para impedir la entrada o salida de camiones de combustible.
Actualmente no se puede entender la vida cotidiana de la Argentina sin la existencia de estos piqueteros. Los desempleados, acogidos a los planes de jefes de familia (una ayuda económica estatal que reciben los que no tienen otros ingresos). Algo que empezó teniendo un aspecto puramente de protesta, de exigencia en la mejora de condiciones laborales, se ha convertido en un asunto socio-político (y como no se encuentre una solución, que hasta ahora es imposible, se va a acabar convirtiendo en una más de las atracciones turísticas de Buenos Aires y otras grandes ciudades).
Esta masa de personas sin trabajo tienen unas pautas de comportamiento, y han acabado trabajando en los piquetes como el que asiste diariamente a un lugar para desempeñar su oficio o profesión. Se levantan bien temprano, para reunirse a media mañana en pleno centro de la ciudad correspondiente (los de Buenos Aires son los más furibundos) o en cualquier vía importante de acceso (la más significativa la autopista Buenos Aires-La Plata) y cortan el tráfico. Como señal distintiva, llevan la cara tapada y palos en la mano. Esto todos los días de la semana, excepto sábados y domingos, que Dios decretó que el fin de semana descansáramos.
¿Qué consiguen? Entre otras cosas, que la clase media que llega tarde todos los días, a dónde quiera que sea que vaya, empieza a quejarse de ellos, perdiendo de este modo una posible aliada. Que el gobierno, en lugar de ocuparse de la inseguridad del país, acabe priorizando el asunto piquetero y se entretenga enemistando entre sí a los diferentes cabecillas. Y, en fin, tener a un país que de la histeria empieza a pasar a la indiferencia o, como mucho, a la hilaridad.



El mundo es pequeño
Pertenezco a algunas asociaciones de españolas en Argentina. Y asisto a talleres de manualidades en una de ellas, si voy es más que nada porque es interesante oír a las demás mujeres del grupo, no porque crea que me voy a hacer artesana y a ganarme la vida haciendo muñequitos de porcelana o patinas en figura de yeso. Se oyen todo tipo de historias, además de las clásicas conversaciones de mujeres, que son tan comunes en todas las partes del mundo. A veces, no hay otra que pensar que el mundo parece enorme, pero es pequeño como una naranja.
Cuando nació mi hija, empecé a interesarme por saber la genealogía de la familia de mi marido, creo que estaría bien que ella tuviera una especie de árbol genealógico, más teniendo en cuenta los orígenes tan diversos que se unen en su historia. Mi suegra me informó de lo que pudo, pero no lograba recordar de qué pueblo era su suegra, es decir, la abuela paterna de mi marido. Sabía que era andaluza, pero ni esto lo tenía muy seguro. La cosa quedó ahí, no pude seguir investigando, porque siempre hay algo que te quita el tiempo que podrías dedicar a esas ‘pesquisas’.
Hace unos meses, en el taller de porcelana, una de mis compañeras, dijo algo así como que se sentía orgullosa de ser una Mejías (quizás no fuera esto lo que dijera, pero no importa, lo importante es el apellido). Yo le pregunté de qué parte de España era, y ella me dijo que su abuelo Mejías era sevillano. Le comenté que la bisabuela de mi hija también se llamaba Mejías y que, probablemente, era andaluza, pero que no lo sabía. Carmen, así se llama mi compañera, empezó a hablarme de cómo llegó su abuelo a Argentina, junto a sus hermanos más pequeños y unos primos; cómo se llamaban todos, y cómo está distribuida geográficamente, en la actualidad, su familia. Entre aquellos que vinieron en el barco había una tal Isabel Mejías. Hemos seguido deshilvanando la historia y, finalmente, resultó que mi compañera Carmen era prima de mi suegro, y que procedían de Argamitas, en Sevilla. Lo más curioso es que Carmen y nosotros somos vecinos, ella vive tres o cuatro calles más allá de la nuestra. Como les decía el mundo es pequeño.




El asado
El barrio en el que vivo, Tolosa, es una especie de Ciudad Jardín. La mayoría de las casas tienen su pequeño jardín delantero y un patio trasero. El jardín delantero suele estar cuidado con esmero (no es el caso del mío, que anda bastante descuidado). El patio trasero (o fondo) está dispuesto según a cada cual le guste, pero nos encontramos con algo que se repite en casi todos: el quincho (nuestra barbacoa o asador).
Los quinchos son de lo más variopinto. Desde la clásica construcción que imita una casita con chimenea hasta un enorme bidón de combustible, dividido a lo largo y puesto sobre cuatro patas, o simplemente una fogata donde se pueda cocinar con carbón. Muy pocos hogares argentinos carecen de este artilugio, por verlos, los he visto hasta en balcones de apartamentos. Y es que son tan necesarios como nuestras paelleras. ¿Se entiende una cocina española sin una paellera o una sartén consagrada a hacer la dominguera paella? ¿Tiene mucho sentido un domingo sin tan siquiera una tapa de arroz?
Pues igual de tópico y de típico es aquí el asado. El asado dominguero es tan sagrado como nuestra paella. Se pueden comer otras cosas, pero queda un vacío en el espíritu, una ausencia, una añoranza tribal.
Cuando el domingo a la mañana se pasea por las calles, se huele a ‘Argentina’, se huele a carne asada, igual que en España se puede oler las especias de la paella.
Tengo que reconocer que llevo aquí dos años y aún no reconozco los cortes de carne, la verdad es que tampoco los distingo en España. Un día fui a una carnicería y vi que tenían una costilla con una pinta impresionante, le dije al chico que quería de esa costilla, y el jovencito se hizo como si le estuviera hablando en inglés, ‘¿costilla? ¿dónde está eso?’ cuando le señalé lo que quería, muy sonriente, casi condescendiente, me dijo ‘ah!, eso no es costilla, eso es tira de asado’. Conclusión: el corte de costilla aquí se llama tira de asado.
Un asado, para ser considerado como tal, al menos debe incluir: tira de asado (o tapa de asado, eso según gustos, y hay quien pone de los dos), medio kilo por persona; chorizo y/o morcilla, una pieza por persona (aunque no se descarta la posibilidad de comer más, eso depende del estómago de cada cual); chinchulines, también a gusto de cada comensal (los chinchulines me gustaron la primera vez, cuando me enteré qué eran, dejaron de gustarme: son los intestinos delgados de la vaca); hay también quien añade tripa gorda y algunas cosillas más. La técnica depende, por completo, del cocinero. Cada uno tiene su propio sistema. La carne se acompaña con una ensalada de tomate y cebolleta (o cebolla de verdeo) o con morrones asados, y se riega con una mezcla de aceite, vinagre, ajo y ají. Para beber: un buen vino tinto. Todo a la mesa y que aproveche.
Un pequeño detalle que se me olvidaba: el asado no puede estar hecho por una mujer, el asado es cosa de hombres. El hombre argentino ante el asador, se siente como el gaucho del siglo XIX: solo, ante un desierto que ha de conquistar.

Friday, November 19, 2004
La ciudad de La Plata
Quiero empezar esta relación nuestra con una ambientación geográfica. Sé que muchos no la necesitarán, pero para los que les pasa como a mí me pasaba, es decir, para los que no tienen ni idea de dónde está la ciudad de La Plata, seguro que les va a venir bien esta introducción.
La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires, así dicho no sé si resulta fácil de entender o, directamente, no he dicho nada. Para comprendernos mejor, en Argentina se llama provincia lo que nosotros denominamos ‘Comunidad Autónoma’, lo que quiere decir que La Plata es a la provincia de Buenos Aires, lo que Sevilla a Andalucía. Lo que sucede es que aquí las competencias provinciales son mayores (al menos para algunas cosas, no tanto para otras, pero eso es otra historia). La capital del país (el Buenos Aires de los Tangos) está a unos sesenta kilómetros y es Ciudad Autónoma (bueno, con otros términos, pero lo mismo). Esta situación geopolítica de La Plata hace que, no siendo una ciudad enorme, tenga muy buenos servicios y se pueda disfrutar (o padecer), además, de los servicios de Buenos Aires.
Muy cerca de esta ciudad pasa el río más ancho del mundo, el Río de La Plata, que descubriera Solis hace ya unos cuantos años (y que confundió con un mar, de tan ancho que es). Aun sabiendo que se trata de un río, porque los mapas nunca mienten, es difícil imaginar que pueda tener esas dimensiones, más estando acostumbrada a nuestro extrañable y sequísimo Andarax. Imaginaos, desde las playas de Punta Lara (así se llama la zona costera de La Plata) hasta la otra orilla, que pertenece a Uruguay, hay unos ochenta kilómetros, aunque, en su punto más ancho tiene 220 Km. Ancho, ¿no?

En Argentina, toda la geografía es así, impresionante. Hace un par de años, recién llegada aquí, viajé a Salta (en el norte del país). Mi marido me dijo, ‘vamos en micro, así conoces mejor el país, en avión no te enteras de por dónde andas y no disfrutas del paisaje’. Y sí, disfruté de los 1500 kilómetros de ida y de los 1500 de vuelta. Y disfruté también viendo el paisaje de Tabernas tan lejos de mi tierra (este viaje, permitidme, que os lo cuente otro día de forma detallada, vale la pena). Y si en el norte, nos encontramos con el paisaje de Tabernas, el sur (que todavía no he visto en persona) nada tiene que ver con nuestro árido y seco sur. Cuando en Almería, expertos como somos en vientos, decimos que hay aire del sur, nos morimos de calor. Aquí, si viene aire del sur, ‘agarra un saco bien grueso’ (también hablaremos de las particularidades del habla argentina), es decir, coge una chaqueta abrigadita, mejor si lo que tienes a mano es el abrigo. Claro, que el sur es el Sur, con mayúsculas. Ushuaia es la capital más al sur, no sólo de la Argentina, sino del planeta. Magallanes la llamó la Tierra del Fuego no porque sintiera calor, sino por que los indios de la zona hacían fuegos en las costas.

Pero me he ido muy lejos, volvamos a La Plata. Hay algo que me impresiona de esta ciudad en particular y de otras en general, y es el aniversario de la fundación. Vengo de un país donde las ciudades son tan antiguas que ni recordamos la fecha exacta del evento, ¿alguien sabe en qué año se fundó Almería? Claro, que primero tendríamos que determinar de qué fundación queremos hablar. La primera piedra de La Plata fue colocada el día 19 de noviembre del año 1883 (para los interesados en estas cosas: http://www.miciudadlaplata.com.ar/fundacion.htm). Yo recuerdo aquello que aprendí en la primera clase de latín, el profesor llegó y escribió en la pizarra ‘753 a.C.’ y con voz de comerse a uno de nosotros, dijo: ‘recuerden esa fecha como el día de sus cumpleaños, esa es la fecha de la Fundación de Roma’. Luego me enteré que la fecha completa sería algo así como el 21 de abril de aquel año. Bueno, pues tengo que reconocer que son las dos únicas fechas de fundación que conozco, la de Roma y la de La Plata (y perdón por la comparación).

Creo que por ahora está bien. Espero que nos encontremos de nuevo.

Inmaculada Manzanares

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡Dios mío cuánto se aprende contigo!!
Lo mejor es que miras las cosas que describes "con ojos extraños", es decir con los ojos de alguien que las acaba de ver por primera vez, y eso hace que el retrato sea más auténtico.