"Hace muchos, muchísimos años, tantos que ni los más viejos lo vieron; y en un país muy, muy lejano, tan lejano que ni se conoce, sucedió algo, algo que en sí mismo no fue muy llamativo, ni excesivamente espectacular: nació una flor. Pero era la flor más bella jamás contemplada por ojos humanos. Una flor digna de ser admirada sólo por los inmortales.
Quienes la vieron quedaron fascinados. Cuando fueron preguntados por la flor, unos dijeron que era blanca, otros que tenía el más bello tono rojo que se viera en una plata, otros que su azul asombraba por lo inusitado, algunos hablaban sobre sus tonos anacarados. Unos decían que tenía cuatro petalos, otros que sus petalos eran incontables...
Para cada uno, la flor fue diferente, para todos lo más hermoso que había orcurrido en sus vidas.
Los habitantes de aquel lejano país no dejaban de admirar, de alabar su maravillosa flor.
Tan entusiasmados estaban mirándola que se olvidaron de cuidarla.
Un día, uno de sus petalos cayó al suelo...
Todos se lamentaron cuando iban viendo caer un petalo tras otro, pero ninguno regó la flor, ni le cambió la tierra sobre la que se apoyaba, ni la protegió del frío...
La flor acabó secándose. Hombres y mujeres se culpaban los unos a los otros, en realidad nadie había hecho nada para conservar aquel magnífico regalo.
Igual que sucedió entonces, en aquel tiempo, en aquel lejano país, con aquella flor, nos olvidamos de cuidar las cosas hermosas que tenemos, y cuando vemos que vamos a perderlas nos limitamos a llorar y a sufrir, pero no hacemos gran cosa por solucionar el problema. Así ocurre con el amor, la amistad, la paz... y un día descubrimos que ya no tenemos petalos que admirar."
1999 - MIMR
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