La última palabra
Por Esteban Magnani (publicado en Página12)
Hacia el año 1815 el sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, quien escribía los famosos e incendiarios discursos de Artigas, se acercó a Soriano, Uruguay, una antigua reducción aborigen. Allí entrevistó a tres de los indios más viejos para armar el último registro conocido del lenguaje “chaná” que utilizaba una etnia del mismo nombre, emparentada con los charrúas y que ocupaba parte de Uruguay y, en nuestro país, el sur de Entre Ríos y Santa Fe y el norte de Buenos Aires; ciudades como Baradero fueron originariamente reducciones de indios chaná.
De lo que Larrañaga recopiló sólo se publicaron algunos datos sobre la pronunciación y estructuras gramaticales del chaná, además de unos 70 términos. Durante casi dos siglos se creyó que esta lengua había desaparecido poco después de ese registro, hasta que a principios de 2005 casi de la nada apareció un hombre de 71 años que se define como chaná y que recuerda otro puñado de palabras.
De zoologicos y entrevistas
En marzo de este año el investigador del Conicet Pedro Viegas Barrios, quien se dedica a la lingüística histórica comparativa de lenguas aborígenes argentinas, leyó algo que le llamó la atención: una entrevista realizada a Don Blas Wilfredo Jaime, un hablante del chaná que vive en Paraná, Entre Ríos. Justamente su área de estudios es recopilar los fragmentos de lenguas que se hablaban, rastrear similitudes y diferencias, más o menos como se rastrean genes similares entre distintos grupos étnicos.
Por eso Viegas Barros fue a Paraná a entrevistar a Jaime y recopilar las hasta ahora casi seiscientas palabras y el puñado de frases que recuerda. “Ha habido casos de gente que asegura hablar una lengua que se considera muerta pero que al final resulta ser simplemente una deformación de otra distinta. O también pasa, como me ocurrió en un encuentro de charrúas, que los cantos o los rezos están basados en reconstrucciones posteriores a partir de material publicado, no en la tradición. En el caso de Don Jaime para mí está claro que si hubiera inventado basándose en el chaná registrado, tendría que haberse pasado varios años estudiando cómo se producen las variaciones lingüísticas. Es algo bastante improbable... para colmo la mayor parte de la bibliografía sobre características de lenguas en proceso de desaparecer está en inglés”, explica Viegas Barros con una media sonrisa, mientras espera que se haga la hora de pasar a buscar a Don Jaime, quien viene brevemente a Buenos Aires para llevar a su hijo de cuatro años al zoológico.
Don Jaime contó en varias ocasiones que aprendió la lengua de su madre, abuela y bisabuela, quienes se decidieron a transmitírsela cuando murió la última descendiente mujer. Al menos en su familia, los hombres no hablaban la lengua porque eran los que tenían que salir a trabajar y, como ocurre a la mayoría de los aborígenes aun en la actualidad, utilizar un idioma nativo puede ocasionar rechazo. Por eso la tradición se resguardaba en las casas bajo el control femenino. “Según cuenta Don Jaime, la sociedad chaná era matriarcal; el hombre no debía lastimar jamás a una mujer, hasta el punto de que las adolescentes eran desvirgadas por un familiar utilizando un falo de cerámica. Cuando su madre ve que no tiene una mujer a la que pasar la lengua y las tradiciones, le empieza a enseñar a Don Jaime, que tenía 14 años. Después de la muerte de la madre y con el paso de los años fue perdiendo la fluidez. Hoy dice las palabras con pronunciación española y la gramática también está bastante españolizada. Por ejemplo, no dice en chaná, siguiendo el orden de las partes de la oración que según Larrañaga era normal, ‘yo la lengua chaná hablo’ sino ‘yo hablo la lengua chaná’. Es natural que en una lengua obsolescente haya cambios de este tipo, y éste es uno de los argumentos que sugieren que este caso puede ser cierto”, cierra el lingüista.
Del proto-chon venimos
En la Argentina, antes de la llegada de los españoles, se hablaban al menos 36 lenguas muy diversas. “La Patagonia es muy particular en cuanto a la diversidad de las lenguas. En una región relativamente pequeña se encuentran tantas diferencias como entre el español y el chino. Entre tehuelches y mapuches, que fueron vecinos durante siglos, siempre tuvieron que usar traductores.”
Muchas de esas lenguas ni siquiera fueron registradas y se creía hasta hace pocos años que en nuestro país sobrevivían (es decir, tenían hablantes) sólo 12. “Ahora hay que agregar el chaná y otra más, el vilela, que se creía extinto hace treinta años, del que se encontraron dos hablantes, aunque uno ya murió.” Lo más notable del caso chaná es que durante casi doscientos años se creyó que había desaparecido, pero simplemente estaba escondido.
Camino al hotel donde se hospeda Don Jaime, Viegas Barros cuenta que está intentando reconstruir algunos aspectos del “Proto-Chon”, la lengua madre de la mayoría de las que se hablaban en las tierras patagónicas. “En lingüística se puede, a lo sumo, reconstruir lo que se hablaba hace unos 5000 o 6000 años. Más allá de eso puede haber semejanzas por simple casualidad o por la influencia que se da en la convivencia entre lenguas, pero un eventual parentesco entre idiomas que tengan una divergencia superior a los seis o siete milenios es indemostrable.”
Al llegar al hotel hay un mensaje esperando: a las 8.05 partieron padre e hijo, impacientes pero con las prioridades claras, a ver los animales en el zoológico.
25 de noviembre de 2005
2 de junio de 2005
Análisis de los personajes que integran ‘el mundo’ en Andrómaca (siguiendo a Goldman)
Autora: María Inmaculada Manzanares Ruiz
Racine nos deja escrito en su primer Prefacio a Andrómaca:
“Aristóteles, lejos de pedirnos héroes perfectos, desea, por el contrario, que los personajes trágicos, es decir aquellos cuya desgracia da lugar a la catástrofe de la tragedia, no sean del todo buenos, ni malos del todo. No quiere que sean extremadamente buenos, porque el castigo de un hombre de bien provocaría la indignación del espectador, en lugar de su compasión, ni que sean perversos en exceso, porque no se siente piedad de un malvado. Es preciso, pues que su bondad sea intermedia, es decir, una virtud capaz de alguna debilidad y que lleguen a ser desgraciados por alguna falta cometida, que baste para que se les compadezca sin llegar a detestarlos.”
Para Goldman, Racine mantiene esta premisa no sólo para el ‘hombre trágico’, sino que además la extiende, en cierta medida, a los personajes que representan al Mundo, al menos en esta obra de Andrómaca. Pero ¿qué es eso del Hombre Trágico y el Mundo?
Goldman ve en las tragedias de Racine tres grandes personajes:
a. El Hombre Trágico, en esta ocasión representado por Andrómaca, que se debate entre la fidelidad a su marido (Héctor) y a sus principios, por una parte, y a los pactos que el Mundo le pide que haga con él. Sin embargo, y contrariamente a lo que sucede en otros casos, Andrómaca acabará pactando con el mundo. Por esto Goldman afirma que lo que parece una tragedia, se trata, en realidad, de un drama.
b. Dios, que es un Dios oculto, que no aparece. Aunque es el que empuja a actuar al héroe trágico, no tiene presencia en la escena. ‘Un personaje a la vez presente y ausente, el Dios de rostro doble encarnado por Héctor y Astyanax y sus exigencias contradictorias y por ello irrealizables.’
c. El Mundo, representado en esta obra por Pirro, Orestes y Hermíone. Hay entre ellos grandes diferencias que los individualizan, pero tienen una moral idéntica, ‘por su falta de consciencia y de grandeza humana’. En este caso, El Mundo se convierte en personaje principal, y es el que mueve, en cierto sentido, la acción. Andrómaca, el Hombre Trágico y humanizado, se ve envuelta en una serie de circunstancias de las que no es responsable. ‘El verdadero centro es el mundo, y, más concretamente, el mundo de las fieras de la vida apasionada y amorosa’. Orestes dice de sí mismo: ‘¡y yo soy un monstruo furibundo!’ y de Hermíone: ‘dejad que actúe Hermíone: la ingrata sabrá desgarrarme mejor que vosotras; y podré darle, al fin, mi corazón para que lo devore’ (ambas citas del Acto V, escenas IV y V).
Es, en realidad, Andrómaca el único ser humano de la obra y se opone a este mundo que le pide cosas que para ella son irrealizables. Sin embargo, Andrómaca pactará con el mundo, se convertirá en la esposa de Pirro y, sin participar en la autodestrucción que entre los personajes del Mundo se haga, saldrá triunfadora :
“Todo aquí se somete al gobierno de Andrómaca:
la tratan como reina, nos ven como enemigos.
La propia Andrómaca, tan rebelde a Pirro,
Le rinde los honores de una viuda fiel.” (Acto V, escena V)
Pasemos al análisis de ese personaje triple que es el MUNDO.
Ya hemos dicho que está representado por Orestes, Pirro y Hermíone. Entre ellos existen conflictos de los que es ajena Andrómaca. Y sin embargo, será la presencia de Andrómaca y su hijo (el habido con Héctor) lo que sirva de pretexto para resolverlos. Se mueven estos personajes en un mundo egoísta en el que sólo les importa su propia felicidad. Así a Orestes le importa poco lo que pase con Andrómaca e incluso con su hijo, a pesar de ser éste la excusa que tiene para llegar hasta el Palacio de Pirro. Tampoco le importa nada que Hermione no lo ame, lo importante es que él la ama a ella (En el Acto III, escena I, Orestes le dice a Pílades: ‘Tengo que llevármela, o, si no, perecer; la decisión está tomada, debo llevarla a cabo. Sí así lo quiero’). Y otro tanto le ocurre a Pirro respecto a Andrómaca (También en el Acto III, escena VII, Pirro habla a Andrómaca: ‘Pensadlo: ahora os dejo y vendré a recobraros, para acudir al templo donde aguarda ese hijo; y allí podréis verme, sumiso o furibundo, coronaros, señora, o darle muerte a él.’). En cuanto a Hermione que rechaza el amor de Orestes bajo el pretexto de que debe casarse por imperativo paterno con Pirro, sufre de celos por el desamor de éste y acaba reconociendo ante el hijo de Aquiles:
‘¿No te he amado, cruel? ¿Qué he hecho entonces?
Desdeñé por ti a todos nuestros príncipes;
Te he buscado yo misma en el confín de tus provincias;
Aquí estoy todavía, a pesar de tu infidelidad,
Y de la vergüenza que, a mis griegos, producen mis bondades’ (Acto IV, escena V)
En esta actitud de Hermione vemos también otra característica común en los tres personajes: son falsos y mentirosos. Dice Goldman: ‘con Hermione, Orestes y Pirro estamos en el mundo de la falsa consciencia, de la charlatanería. Las palabras no significan nunca lo que se dice con ellas; no son medios para expresar la esencia interior y auténtica de quien las pronuncia, sino unos instrumentos que emplea para engañar a los demás y a sí mismo’. Lo vemos nada más empezar en Orestes que llega al palacio de Pirro con el falso pretexto de venir a llevarse al hijo de Héctor, cuando lo que él quiere llevarse es a Hermione:
‘¡Feliz si pudiera, llevado de mi pasión
en lugar de a Astianacte, quitarle a mi princesa!’ (Acto I, escena I)
Unos versos más adelante, de nuevo, Orestes muestra su hipocresía frente a Pirro, en la escena II del mismo Acto I:
‘permitid que celebre haber sido elegido,
y que, ante vos muestre, señor, tanta alegría
por ver al hijo de Aquiles y al vencedor de Troya.
Sí, admiramos vuestros hechos como lo hicimos con sus hazañas.’
Pirro también se muestra mentiroso, su actitud ya es hipócrita desde el principio, sin haber aparecido en escena, lo que de él se dice, ya nos lo retrata. Luego, quedará confirmado.
En el Acto I, escena I, en boca de Pílades:
‘Amenaza de muerte a su hijo, lo esconde
y hace brotar un llanto que al momento enjuga.
La propia Hermíone ha visto ya cien veces
Retornar a sus brazos a este amante despechado
Y, al ofrecerle el homenaje de sus confusas promesas,
Suspirar a sus pies, de rabia, y no de amor.’
En el Acto II, escena V, Pirro en diálogo con Fénix, dice haber olvidado lo que sentía por Andrómaca:
‘¿Amarla yo? ¿A una ingrata
que más me odia, cuanto más la amo?’
En general, estos tres personajes viven en un universo de confusión, perdidos entre lo que es real y lo que ellos imaginan como real. Han creado su propio espacio paralelo al humano. Así Hermione, totalmente confundida, aparece por primera vez, en el Acto II, temerosa ante el encuentro con Orestes, temor a lo que pueda pensar Orestes a ver su situación y vergüenza:
‘Para mí, ¡qué vergüenza!; ¡qué triunfo para él
ver cómo mi infortunio iguala a su tormento!
¿Es ésta, se dirá, la orgullosa Hermíone?
A mí me desdeñó y otro la deja a ella.
¡La ingrata, que en tanto valoraba su corazón,
aprende ahora, a su vez, a sufrir el desdén!’
Miente ante Orestes, negando el amor que siente por Pirro (Acto II, escena II), deja a un lado la grandeza humana y prefiere seguir viviendo de forma denigrante, a cambio de ver cómo Pirro se hunde o mata a Andrómaca, en lugar de escapar como le propone Cleone:
‘Nos quedaremos para amargar su amor.
¡Qué peculiar placer estorbarles a ambos!
...
Que sufra los tormentos que ella me hace sufrir;
Que él se pierda por ella o que la haga morir.’ (II, I)
Cuando ve perdido definitivamente a Pirro, le pide a Orestes que lo destruya, que vengue su ofensa y como este duda, recurre a una especie de chantaje:
‘Contra mis deseos, señor, frustrados con vergüenza,
pese al justo horror que me inspira su crimen,
mientras viva, señor, temed que le perdone;
dudad hasta que muera de mi ira inconstante:
si no muere hoy, tal vez le ame mañana.’
Y anuncia lo que va a suceder cuando Orestes cumpla su deseo, ‘su ira inconstante’ se convierte en locura y en dolor, no es ella la que maneja su vida, sino el destino. Es esta otra característica de los personajes que conforman el Mundo, no son dueños de sus propios actos. Orestes atenta contra Pirro no porque él quiera, sino porque Hermione se lo exige. Hermione pide la muerte de Pirro, presa de los celos, no porque de forma objetiva crea que es lo mejor.
‘¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Y qué más he de hacer?
¿Qué locura me enajena?
¿Qué pena me devora?
...
¡Tiemblo sólo al pensar que el peligro le acecha!
¡Dispuesta a mi venganza, quiero ya perdonarle!
No, no revoquemos nuestra colérica orden:
¡Que perezca!, al fin y al cabo, no vive para nos.
...
¿Se deberá su muerte al amor de Hermíone?
...
por él he atravesado tantos mares y Estados,
para venir tan lejos a disponer su muerte,
¿a asesinarle, a perderle? ¡Ah!, antes de que expire...’ (Acto V, escena I)
Y cuando Orestes llega hasta ella, con el anuncio del magnicidio, lo rechaza, y lo inculpa de la muerte: ‘¡Ay!, ¡y había que creer a una amante insensata?’
Y Orestes, en medio de su locura, ya no sabe por qué mató ni tan siquiera se reconoce a sí mismo. Pero esta actitud tampoco es nueva, porque desde la primera escena del primer Acto, ya se nos había aparecido un Orestes que se autoengañaba respecto a los sentimientos que hacia Hermione sentía, y a lo largo de la obra seguirá fingiendo cumplir una labor política, que, en realidad, le trae sin cuidado. Mata a Pirro no porque él quiera, incluso le pone trabas a Hermione cuando ésta se lo pide, se asombra al ver la reacción de su amante cuando su deseo es cumplido y totalmente confuso se pregunta para qué ha servido mancharse las manos de sangre. Ha actuado, de nuevo, no por su propia voluntad, sino por la voluntad ajena, y ahora sufre las consecuencias:
‘¿Por quién? Por una ingrata a quien lo prometí,
que incluso, si él no muere, nunca más querrá verme,
cuyo odio hice mío. Y cuando la he servido,
me pide le devuelva su sangre y aun su vida.
¡Le ama! ¡y yo soy un monstruo furibundo!’ (V, IV).
Y acaba hundido por completo en la locura, cuando conoce la muerte de Hermione. ‘Pierde el sentido’, dice Pílades al final de la obra.
También Pirro vive confundido, no es dueño de su propio destino: le han impuesto una boda con Hermíone, vive con el peso de la figura paterna y sus propios actos en Troya, está enamorado de una esclava ante la que suplica que lo ame, está dispuesto a enfrentarse al resto de Grecia por conseguir a Andrómaca, ante Fénix dice haber olvidado el amor de la troyana, y, finalmente muere por el ataque de ira de Hermione. A lo largo de la obra, cambia de opinión, no por haber reflexionado, sino según la actitud que Andrómaca tome hacia él, en un principio niega a Orestes la entrega del niño, esperando una recompensa por parte de Andrómaca, cuando ésta se la niega, promete la entrega de su rehén, y finalmente, ante la decisión de Andrómaca de firmar con él un pacto, deja libre al hijo de Héctor.
Y por último es curioso, tal como señala Goldman, cómo la propia Andrómaca al elegir casarse con Pirro, en lugar de la muerte que había anunciado, entra a formar parte del mundo, en cierto modo: ‘Pese a todas las diferencias..., pese a la grandeza moral de su acto, en ciertos aspectos vuelve a introducirse en el mundo.’ Sigue Goldman señalando cómo Racine para seguir manteniendo esa diferencia entre Andrómaca y el Mundo, a pesar de su pacto, hace que el Mundo quede destruido: Pirro y Hermíone mueren y Orestes se vuelve loco, de esta manera ‘salva enteramente la grandeza moral y material de Andrómaca, su oposición al mundo’.
Andrómaca, el hombre trágico, ha vencido al mundo.
Racine nos deja escrito en su primer Prefacio a Andrómaca:
“Aristóteles, lejos de pedirnos héroes perfectos, desea, por el contrario, que los personajes trágicos, es decir aquellos cuya desgracia da lugar a la catástrofe de la tragedia, no sean del todo buenos, ni malos del todo. No quiere que sean extremadamente buenos, porque el castigo de un hombre de bien provocaría la indignación del espectador, en lugar de su compasión, ni que sean perversos en exceso, porque no se siente piedad de un malvado. Es preciso, pues que su bondad sea intermedia, es decir, una virtud capaz de alguna debilidad y que lleguen a ser desgraciados por alguna falta cometida, que baste para que se les compadezca sin llegar a detestarlos.”
Para Goldman, Racine mantiene esta premisa no sólo para el ‘hombre trágico’, sino que además la extiende, en cierta medida, a los personajes que representan al Mundo, al menos en esta obra de Andrómaca. Pero ¿qué es eso del Hombre Trágico y el Mundo?
Goldman ve en las tragedias de Racine tres grandes personajes:
a. El Hombre Trágico, en esta ocasión representado por Andrómaca, que se debate entre la fidelidad a su marido (Héctor) y a sus principios, por una parte, y a los pactos que el Mundo le pide que haga con él. Sin embargo, y contrariamente a lo que sucede en otros casos, Andrómaca acabará pactando con el mundo. Por esto Goldman afirma que lo que parece una tragedia, se trata, en realidad, de un drama.
b. Dios, que es un Dios oculto, que no aparece. Aunque es el que empuja a actuar al héroe trágico, no tiene presencia en la escena. ‘Un personaje a la vez presente y ausente, el Dios de rostro doble encarnado por Héctor y Astyanax y sus exigencias contradictorias y por ello irrealizables.’
c. El Mundo, representado en esta obra por Pirro, Orestes y Hermíone. Hay entre ellos grandes diferencias que los individualizan, pero tienen una moral idéntica, ‘por su falta de consciencia y de grandeza humana’. En este caso, El Mundo se convierte en personaje principal, y es el que mueve, en cierto sentido, la acción. Andrómaca, el Hombre Trágico y humanizado, se ve envuelta en una serie de circunstancias de las que no es responsable. ‘El verdadero centro es el mundo, y, más concretamente, el mundo de las fieras de la vida apasionada y amorosa’. Orestes dice de sí mismo: ‘¡y yo soy un monstruo furibundo!’ y de Hermíone: ‘dejad que actúe Hermíone: la ingrata sabrá desgarrarme mejor que vosotras; y podré darle, al fin, mi corazón para que lo devore’ (ambas citas del Acto V, escenas IV y V).
Es, en realidad, Andrómaca el único ser humano de la obra y se opone a este mundo que le pide cosas que para ella son irrealizables. Sin embargo, Andrómaca pactará con el mundo, se convertirá en la esposa de Pirro y, sin participar en la autodestrucción que entre los personajes del Mundo se haga, saldrá triunfadora :
“Todo aquí se somete al gobierno de Andrómaca:
la tratan como reina, nos ven como enemigos.
La propia Andrómaca, tan rebelde a Pirro,
Le rinde los honores de una viuda fiel.” (Acto V, escena V)
Pasemos al análisis de ese personaje triple que es el MUNDO.
Ya hemos dicho que está representado por Orestes, Pirro y Hermíone. Entre ellos existen conflictos de los que es ajena Andrómaca. Y sin embargo, será la presencia de Andrómaca y su hijo (el habido con Héctor) lo que sirva de pretexto para resolverlos. Se mueven estos personajes en un mundo egoísta en el que sólo les importa su propia felicidad. Así a Orestes le importa poco lo que pase con Andrómaca e incluso con su hijo, a pesar de ser éste la excusa que tiene para llegar hasta el Palacio de Pirro. Tampoco le importa nada que Hermione no lo ame, lo importante es que él la ama a ella (En el Acto III, escena I, Orestes le dice a Pílades: ‘Tengo que llevármela, o, si no, perecer; la decisión está tomada, debo llevarla a cabo. Sí así lo quiero’). Y otro tanto le ocurre a Pirro respecto a Andrómaca (También en el Acto III, escena VII, Pirro habla a Andrómaca: ‘Pensadlo: ahora os dejo y vendré a recobraros, para acudir al templo donde aguarda ese hijo; y allí podréis verme, sumiso o furibundo, coronaros, señora, o darle muerte a él.’). En cuanto a Hermione que rechaza el amor de Orestes bajo el pretexto de que debe casarse por imperativo paterno con Pirro, sufre de celos por el desamor de éste y acaba reconociendo ante el hijo de Aquiles:
‘¿No te he amado, cruel? ¿Qué he hecho entonces?
Desdeñé por ti a todos nuestros príncipes;
Te he buscado yo misma en el confín de tus provincias;
Aquí estoy todavía, a pesar de tu infidelidad,
Y de la vergüenza que, a mis griegos, producen mis bondades’ (Acto IV, escena V)
En esta actitud de Hermione vemos también otra característica común en los tres personajes: son falsos y mentirosos. Dice Goldman: ‘con Hermione, Orestes y Pirro estamos en el mundo de la falsa consciencia, de la charlatanería. Las palabras no significan nunca lo que se dice con ellas; no son medios para expresar la esencia interior y auténtica de quien las pronuncia, sino unos instrumentos que emplea para engañar a los demás y a sí mismo’. Lo vemos nada más empezar en Orestes que llega al palacio de Pirro con el falso pretexto de venir a llevarse al hijo de Héctor, cuando lo que él quiere llevarse es a Hermione:
‘¡Feliz si pudiera, llevado de mi pasión
en lugar de a Astianacte, quitarle a mi princesa!’ (Acto I, escena I)
Unos versos más adelante, de nuevo, Orestes muestra su hipocresía frente a Pirro, en la escena II del mismo Acto I:
‘permitid que celebre haber sido elegido,
y que, ante vos muestre, señor, tanta alegría
por ver al hijo de Aquiles y al vencedor de Troya.
Sí, admiramos vuestros hechos como lo hicimos con sus hazañas.’
Pirro también se muestra mentiroso, su actitud ya es hipócrita desde el principio, sin haber aparecido en escena, lo que de él se dice, ya nos lo retrata. Luego, quedará confirmado.
En el Acto I, escena I, en boca de Pílades:
‘Amenaza de muerte a su hijo, lo esconde
y hace brotar un llanto que al momento enjuga.
La propia Hermíone ha visto ya cien veces
Retornar a sus brazos a este amante despechado
Y, al ofrecerle el homenaje de sus confusas promesas,
Suspirar a sus pies, de rabia, y no de amor.’
En el Acto II, escena V, Pirro en diálogo con Fénix, dice haber olvidado lo que sentía por Andrómaca:
‘¿Amarla yo? ¿A una ingrata
que más me odia, cuanto más la amo?’
En general, estos tres personajes viven en un universo de confusión, perdidos entre lo que es real y lo que ellos imaginan como real. Han creado su propio espacio paralelo al humano. Así Hermione, totalmente confundida, aparece por primera vez, en el Acto II, temerosa ante el encuentro con Orestes, temor a lo que pueda pensar Orestes a ver su situación y vergüenza:
‘Para mí, ¡qué vergüenza!; ¡qué triunfo para él
ver cómo mi infortunio iguala a su tormento!
¿Es ésta, se dirá, la orgullosa Hermíone?
A mí me desdeñó y otro la deja a ella.
¡La ingrata, que en tanto valoraba su corazón,
aprende ahora, a su vez, a sufrir el desdén!’
Miente ante Orestes, negando el amor que siente por Pirro (Acto II, escena II), deja a un lado la grandeza humana y prefiere seguir viviendo de forma denigrante, a cambio de ver cómo Pirro se hunde o mata a Andrómaca, en lugar de escapar como le propone Cleone:
‘Nos quedaremos para amargar su amor.
¡Qué peculiar placer estorbarles a ambos!
...
Que sufra los tormentos que ella me hace sufrir;
Que él se pierda por ella o que la haga morir.’ (II, I)
Cuando ve perdido definitivamente a Pirro, le pide a Orestes que lo destruya, que vengue su ofensa y como este duda, recurre a una especie de chantaje:
‘Contra mis deseos, señor, frustrados con vergüenza,
pese al justo horror que me inspira su crimen,
mientras viva, señor, temed que le perdone;
dudad hasta que muera de mi ira inconstante:
si no muere hoy, tal vez le ame mañana.’
Y anuncia lo que va a suceder cuando Orestes cumpla su deseo, ‘su ira inconstante’ se convierte en locura y en dolor, no es ella la que maneja su vida, sino el destino. Es esta otra característica de los personajes que conforman el Mundo, no son dueños de sus propios actos. Orestes atenta contra Pirro no porque él quiera, sino porque Hermione se lo exige. Hermione pide la muerte de Pirro, presa de los celos, no porque de forma objetiva crea que es lo mejor.
‘¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho? ¿Y qué más he de hacer?
¿Qué locura me enajena?
¿Qué pena me devora?
...
¡Tiemblo sólo al pensar que el peligro le acecha!
¡Dispuesta a mi venganza, quiero ya perdonarle!
No, no revoquemos nuestra colérica orden:
¡Que perezca!, al fin y al cabo, no vive para nos.
...
¿Se deberá su muerte al amor de Hermíone?
...
por él he atravesado tantos mares y Estados,
para venir tan lejos a disponer su muerte,
¿a asesinarle, a perderle? ¡Ah!, antes de que expire...’ (Acto V, escena I)
Y cuando Orestes llega hasta ella, con el anuncio del magnicidio, lo rechaza, y lo inculpa de la muerte: ‘¡Ay!, ¡y había que creer a una amante insensata?’
Y Orestes, en medio de su locura, ya no sabe por qué mató ni tan siquiera se reconoce a sí mismo. Pero esta actitud tampoco es nueva, porque desde la primera escena del primer Acto, ya se nos había aparecido un Orestes que se autoengañaba respecto a los sentimientos que hacia Hermione sentía, y a lo largo de la obra seguirá fingiendo cumplir una labor política, que, en realidad, le trae sin cuidado. Mata a Pirro no porque él quiera, incluso le pone trabas a Hermione cuando ésta se lo pide, se asombra al ver la reacción de su amante cuando su deseo es cumplido y totalmente confuso se pregunta para qué ha servido mancharse las manos de sangre. Ha actuado, de nuevo, no por su propia voluntad, sino por la voluntad ajena, y ahora sufre las consecuencias:
‘¿Por quién? Por una ingrata a quien lo prometí,
que incluso, si él no muere, nunca más querrá verme,
cuyo odio hice mío. Y cuando la he servido,
me pide le devuelva su sangre y aun su vida.
¡Le ama! ¡y yo soy un monstruo furibundo!’ (V, IV).
Y acaba hundido por completo en la locura, cuando conoce la muerte de Hermione. ‘Pierde el sentido’, dice Pílades al final de la obra.
También Pirro vive confundido, no es dueño de su propio destino: le han impuesto una boda con Hermíone, vive con el peso de la figura paterna y sus propios actos en Troya, está enamorado de una esclava ante la que suplica que lo ame, está dispuesto a enfrentarse al resto de Grecia por conseguir a Andrómaca, ante Fénix dice haber olvidado el amor de la troyana, y, finalmente muere por el ataque de ira de Hermione. A lo largo de la obra, cambia de opinión, no por haber reflexionado, sino según la actitud que Andrómaca tome hacia él, en un principio niega a Orestes la entrega del niño, esperando una recompensa por parte de Andrómaca, cuando ésta se la niega, promete la entrega de su rehén, y finalmente, ante la decisión de Andrómaca de firmar con él un pacto, deja libre al hijo de Héctor.
Y por último es curioso, tal como señala Goldman, cómo la propia Andrómaca al elegir casarse con Pirro, en lugar de la muerte que había anunciado, entra a formar parte del mundo, en cierto modo: ‘Pese a todas las diferencias..., pese a la grandeza moral de su acto, en ciertos aspectos vuelve a introducirse en el mundo.’ Sigue Goldman señalando cómo Racine para seguir manteniendo esa diferencia entre Andrómaca y el Mundo, a pesar de su pacto, hace que el Mundo quede destruido: Pirro y Hermíone mueren y Orestes se vuelve loco, de esta manera ‘salva enteramente la grandeza moral y material de Andrómaca, su oposición al mundo’.
Andrómaca, el hombre trágico, ha vencido al mundo.
Prefacios a la Andrómaca de Racine
En la Epístola dedicada a Madame (Enriqueta de Inglaterra, cuñada del rey Luis XIV) que antecede a los prefacios y a la obra en sí, nos recuerda Racine su intención de conmover al espectador, al menos se siente orgulloso de haber hecho que la dama hubiera derramado unas lágrimas durante la lectura que ante la corte había hecho el mismo poeta. Pero, al mismo tiempo invoca a ‘una inteligencia a la que ningún falso resplandor podría engañar’. Así pues no es sólo conmover el corazón del espectador lo que pretende Racine.
Veamos los Prefacios a la obra en los que el escritor justifica algunas interpretaciones que ha hecho al asunto legendario.
En el Primer prefacio, Racine presenta el argumento completo de la obra, no se propone deslumbrar por la originalidad de éste, es más, supone que su público lo conoce, tal como el público de Eurípides conocía el argumento que se iba a desarrollar en su Andrómaca o en su Troyanas y el de Séneca quería contemplar en las Troyanas lo que ya tenían sabido o los lectores de Virgilio habían oído tantas veces con anterioridad todo aquello que él vitalizaba con sus versos. En palabras de Racine: ‘mis personajes son tan famosos en la antigüedad que, por poco que se la conozca, se verá claramente que los he pintado tal como los antiguos poetas nos los han descrito’. Sin embargo, nos dice Racine, ha recibido criticas por el carácter con el que describe a Pirro, para él menos feroz que el de Séneca o el de Virgilio. Tampoco se ha comprendido por algunos espectadores el hecho de que Pirro, noble, se rebajase a enfadarse con una esclava y a querer casarse con ella ‘a cualquier precio’.
‘Evitad en la tragedia las pequeñeces de los héroes de las novelas, pero poned alguna flaqueza en sus fuertes corazones’ dice Boileau. Y Aristóteles había dicho que cada personaje debe actuar como es más verosímil y racional y, el mismo Racine nos lo recuerda, que los personajes clásicos no pueden ser del todo buenos ni del todo malos. Horacio, también dentro de la corriente aristotélica, había animado al escritor a respetar la tradición y mantenerse dentro de ella, hacer de Aquiles (y Pirro es su hijo) un ser feroz, implacable, cruel, para el que las leyes no tienen sentido.
Racine no se ha molestado en hacer de Pirro ni un ser malvado por completo, al que todos repudien y por el que nadie pueda sentir piedad, ni un ser excesivamente bueno, por el que todos sientan lástima y su castigo provoque ‘la indignación del espectador, en lugar de su compasión’. Por eso, opta por hacer un personaje más humano, y, por lo tanto, más verosímil y más vivo.
Sin embargo, Racine, en el Segundo prefacio confiesa que no todo ha sido tal fiel a la tradición eurípidea, que si bien, ha mantenido muchos puntos en común, no lo ha hecho así con elementos claves para el desarrollo de la acción. Hablando del carácter celoso y arrebatado de Hermione, dice: ‘Esto es casi lo único que he tomado prestado aquí de este autor, ya que, aunque mi tragedia lleva el mismo título que la suya, el argumento es, sin embargo, muy diferente.’ Ha hecho Racine que el hijo que Andrómaca tuvo con Héctor sobreviva en el cautiverio, y es éste y no otro habido con Pirro el que está en peligro de muerte, es por este Astianacte por el que sufre Andrómaca, lo hace porque cree que es mucho más dramático y verosímil que la madre sufra por un hijo nacido del hombre al que ama y no por un hijo a cuyo padre detesta. ¿Es un atrevimiento por parte de Racine esta resolución? Él mismo justifica ‘esa pequeña libertad’: ‘hay una gran diferencia entre destruir la base principal de un relato, y alterar algunos incidentes de él, los cuales, de hecho, cambian casi siempre de aspecto, según qué manos los tratan.’ Y para testimoniarlo recurre a algunos ejemplos sacados de los autores antiguos: el caso del fantasma de Helena que Eurípides hace viajar a Troya, quedando la real en Egipto; o la muerte de Yocasta que representa Sófocles, justo después del reconocimiento que hace de Edipo frente a la resolución que le da Eurípides haciéndola vivir hasta después del asalto a Tebas y la muerte de sus dos hijos. Son todas licencias permisibles, pues ninguna de ellas altera, según Racine, la ‘base principal del relato’.
No es nuevo desde luego este planteamiento de Racine, la preceptiva clásica admite estas variantes, pues el hecho no es transcribir lo que otros han escrito, sino recrearlo utilizando, si es necesario, otros recursos. Dice Horacio en su Epístola a los Pisones: ‘Los argumentos de uso común serán de tu propiedad si no te entretienes en los pasajes vulgares y triviales y no te preocupas en traducir, como fiel intérprete, palabra por palabra, o no te ciñes, como un plagista, a una estricta imitación, donde la timidez o el carácter de la obra te impiden cambiar un solo pie métrico.’ (versos 130-135)
María Inmaculada Manzanares Ruiz
Veamos los Prefacios a la obra en los que el escritor justifica algunas interpretaciones que ha hecho al asunto legendario.
En el Primer prefacio, Racine presenta el argumento completo de la obra, no se propone deslumbrar por la originalidad de éste, es más, supone que su público lo conoce, tal como el público de Eurípides conocía el argumento que se iba a desarrollar en su Andrómaca o en su Troyanas y el de Séneca quería contemplar en las Troyanas lo que ya tenían sabido o los lectores de Virgilio habían oído tantas veces con anterioridad todo aquello que él vitalizaba con sus versos. En palabras de Racine: ‘mis personajes son tan famosos en la antigüedad que, por poco que se la conozca, se verá claramente que los he pintado tal como los antiguos poetas nos los han descrito’. Sin embargo, nos dice Racine, ha recibido criticas por el carácter con el que describe a Pirro, para él menos feroz que el de Séneca o el de Virgilio. Tampoco se ha comprendido por algunos espectadores el hecho de que Pirro, noble, se rebajase a enfadarse con una esclava y a querer casarse con ella ‘a cualquier precio’.
‘Evitad en la tragedia las pequeñeces de los héroes de las novelas, pero poned alguna flaqueza en sus fuertes corazones’ dice Boileau. Y Aristóteles había dicho que cada personaje debe actuar como es más verosímil y racional y, el mismo Racine nos lo recuerda, que los personajes clásicos no pueden ser del todo buenos ni del todo malos. Horacio, también dentro de la corriente aristotélica, había animado al escritor a respetar la tradición y mantenerse dentro de ella, hacer de Aquiles (y Pirro es su hijo) un ser feroz, implacable, cruel, para el que las leyes no tienen sentido.
Racine no se ha molestado en hacer de Pirro ni un ser malvado por completo, al que todos repudien y por el que nadie pueda sentir piedad, ni un ser excesivamente bueno, por el que todos sientan lástima y su castigo provoque ‘la indignación del espectador, en lugar de su compasión’. Por eso, opta por hacer un personaje más humano, y, por lo tanto, más verosímil y más vivo.
Sin embargo, Racine, en el Segundo prefacio confiesa que no todo ha sido tal fiel a la tradición eurípidea, que si bien, ha mantenido muchos puntos en común, no lo ha hecho así con elementos claves para el desarrollo de la acción. Hablando del carácter celoso y arrebatado de Hermione, dice: ‘Esto es casi lo único que he tomado prestado aquí de este autor, ya que, aunque mi tragedia lleva el mismo título que la suya, el argumento es, sin embargo, muy diferente.’ Ha hecho Racine que el hijo que Andrómaca tuvo con Héctor sobreviva en el cautiverio, y es éste y no otro habido con Pirro el que está en peligro de muerte, es por este Astianacte por el que sufre Andrómaca, lo hace porque cree que es mucho más dramático y verosímil que la madre sufra por un hijo nacido del hombre al que ama y no por un hijo a cuyo padre detesta. ¿Es un atrevimiento por parte de Racine esta resolución? Él mismo justifica ‘esa pequeña libertad’: ‘hay una gran diferencia entre destruir la base principal de un relato, y alterar algunos incidentes de él, los cuales, de hecho, cambian casi siempre de aspecto, según qué manos los tratan.’ Y para testimoniarlo recurre a algunos ejemplos sacados de los autores antiguos: el caso del fantasma de Helena que Eurípides hace viajar a Troya, quedando la real en Egipto; o la muerte de Yocasta que representa Sófocles, justo después del reconocimiento que hace de Edipo frente a la resolución que le da Eurípides haciéndola vivir hasta después del asalto a Tebas y la muerte de sus dos hijos. Son todas licencias permisibles, pues ninguna de ellas altera, según Racine, la ‘base principal del relato’.
No es nuevo desde luego este planteamiento de Racine, la preceptiva clásica admite estas variantes, pues el hecho no es transcribir lo que otros han escrito, sino recrearlo utilizando, si es necesario, otros recursos. Dice Horacio en su Epístola a los Pisones: ‘Los argumentos de uso común serán de tu propiedad si no te entretienes en los pasajes vulgares y triviales y no te preocupas en traducir, como fiel intérprete, palabra por palabra, o no te ciñes, como un plagista, a una estricta imitación, donde la timidez o el carácter de la obra te impiden cambiar un solo pie métrico.’ (versos 130-135)
María Inmaculada Manzanares Ruiz
Canto Tercero de la Poética de Boileau
“Malos tiempos corren para la retórica, para los preceptistas y para los escritores que juraban por Horacio y Quintiliano. Aunque la estética, filosofía de lo bello, tampoco puede alabarse de merecer hoy gran respeto; sin embargo, su desprestigio no ha producido la reacción que parecía natural, en favor de su enemiga la antigua retórica. Hoy, á pesar de que cuantos mozalbetes piden la palabra en el Ateneo, están convencidos de que es una abstracción la idea absoluta de la belleza, y de que la fisiología es la que acaba á por explicar esas que se han llamado ley estéticas, seguimos diciendo todos con el personaje de Moratín:—¡Las reglas! ¿Para qué sirven las reglas?
Se quiere destronar á la estética, pero no la restauración de la retórica. Cualquier gacetillero, crítico temporero, se sonríe de lástima si le hablan de la armonía como fundamental idea de lo bello; citar á Hegel en estas materias es ya cursi; pero si se habla de Quintiliano, la sonrisa se acentúa, y en llegando á Boileau se suelta una carcajada. ¡Boileau! ¿Con qué rima Boileau? dice algún purista de ahora.”
Son palabras de Clarín y tienen algo más de un siglo, pero son de absoluta actualidad. No vamos hablar aquí del alejamiento de las normas por parte de los actuales autores de la literatura en general, y del teatro, en particular. Sino del mismo Boileau y del Canto Tercero de su Poética.
Este Tercer Canto de la Poética está estructurado en tres partes, relacionadas entre sí, pero claramente distinguibles. Se inicia con la tragedia (versos 1-159),sigue con la poesía épica, que tantas concomitancias tiene con aquélla (160-334) y, termina con la comedia (335-420), los últimos cinco versos podría ser una especie de conclusión referida al Teatro en general. Sin embargo, y dadas las muchas coincidencias que existen entre estos tres géneros, a veces generaliza y lo que dice para uno sirve para otro (por ejemplo, cuando critica a los poetas que recurren a los temas religiosos cristianos, ya sea en la tragedia, ya en la épica y, por supuesto, no podemos obviar la importancia que tiene para el preceptista francés la fuerza de la Razón en toda composición poética, sea cual sea su forma de expresión).
Veamos algunos puntos de forma más detenida.
Que la Poética de Boileau debe mucho a Aristóteles y a Horacio no es nada nuevo. Dice Aristóteles en su Poética: “ La tragedia es entonces la imitación de una acción de carácter elevado, completa, que posee una extensión determinada y que se expresa en un lenguaje bello y enriquecido con ornamentos adecuados que convienen a distintas partes de la obra. La tragedia se presenta bajo la forma de acción y no de una narrativa, y suscita en el espectador la pena, la compasión o el dolor, promoviendo así la purificación (Kathársis) que corresponde a estos estados emotivos” También Boileau habla de esa pasión que debe tener la escena y que debe provocar ciertos sentimientos en el espectador: “Haced que en todas vuestras obras la pasión conmovida se dirija al corazón, lo enardezca, y lo remueva. De nada sirve desarrollar sabiamente una escena, si la atrayente pasión no nos llena de suave terror con su hermoso movimiento, o no excita en nuestra alma la encantadora piedad.” Si bien, Boileau no llega hablar de catarsis propiamente, sí que habla de esa ‘encantadora piedad’ que debe provocar en nuestra alma una tragedia. Para el francés, la obra debe agradar y conmover y esto hacerlo desde un principio, por eso está de más la retórica vana y los rodeos para presentar el ‘asunto dramático’.
Coincide también Boileau con los aristotélicos en la unidad de acción, tiempo y lugar, y como muestra de lo que no debe ser recuerda a los autores españoles que tratan de forma muy licenciosa tanto lo uno como lo otro. Dice el francés: ‘la Razón nos domina con sus reglas... que, en un solo lugar y en un solo día, un acontecimiento único y completo mantenga el teatro colmado hasta el final’.
Así pues es precepto de la Razón esta unidad, como lo es también otra de las necesidades que debe cumplir un poema trágico: la verosimilitud de los hechos, que no parezcan increíbles, aunque sean fingidos. Horacio lo había dicho en su Epístola a los Pisones: ‘Las cosas inventadas para deleitar han de estar próximas a la verdad.’ Para Boileau: ‘el espíritu no se deja conmover por algo que no cree’ y unos versos más abajo, algo que es prescriptivo para la tragedia clásica: algunos hechos es mejor contarlos que representarlos en escena: ‘hay objetos que el arte juicioso debe ofrecer al oído pero sustraer a la vista’. También esto lo encontramos en Horacio (‘no llevarás a escena todo aquello que merezca ocurrir a escondidas, y quitarás de la vista muchas cosas’) y en el mismo Aristóteles que prefiere dejar fuera de la obra todo lo irracional, lo que podría herir al espectador y despertar su repudio.
Hace Boileau un breve recorrido por la historia de la Tragedia, desde los orígenes en los que un coro que danzaba y alababa a Dionisos. Pasando por Tespis, Esquilo y Sófocles, y es curioso un olvido significativo: Eurípides. Sobre los tragediógrafos latinos simplemente comenta ‘la debilidad’ frente la ‘divina elevación’ de los griegos. Sigue su recorrido con las primeras muestras teatrales en Francia, empleando términos como ‘grosera comparsa’, autores ‘simples’, regidos por un ‘tonto celo (et sottement zelée en sa simplicité joüa les saints, la Vierge et Dieu, par pieté). Pero, para Boileau esta situación fue salvada por el saber (sçavoir) que eliminando tales brumas volvió a la claridad de los asuntos clásicos. De nuevo la Razón triunfa sobre la confusión y la ignorancia.
Pero esta nueva tragedia no es del todo fiel copia de la grecolatina, a pesar de que los personajes son los mismos, y los asuntos también, subraya Boileau una diferencia formal: ‘los actores dejaron las máscaras antiguas, y la orquesta tomó el lugar del coro y de la música’. Es aquí un cambio digno de mencionar, pues un Aristóteles, un Horacio no habrían aceptado como buenas estas innovaciones. Para Aristóteles el coro es fundamental, un personaje más, que dialoga con los demás y que, en ocasiones, llega a ser, incluso el protagonista (como en las Eumenides de Esquilo, o en las Troyanas de Eurípides o en las Traquinias de Sófocles). Si vamos a las tragedias racinianas, la ausencia del coro en la acción está sustituida por la presencia de un buen número de confidentes, que cumplen la doble función, la que le es propia, y la que le correspondería al coro, trayendo y llevando información entre los diferentes espacios de la trama.
Volviendo a Boileau y retomando su Canto Tercero por donde lo habíamos dejado (versos 90-95), engarza el preceptista francés su rápida ojeada por la historia de la Tragedia con un tema que es frecuente en ellas, el tema del amor, de la pasión, previniendo al poeta de no caer en la descripción de ‘Bergers doucereux’, más propios de una novela sentimental que de una Tragedia. El amor que sientan los personajes trágicos debe estar equiparado al asunto, al carácter que tenga cada uno, no es necesario que sean perfectos, que no tengan falla, al contrario esto los alejaría de lo creíble, ‘gracias a estas pequeñas fallas consignadas en su pintura, el espíritu reconoce con placer la naturaleza’, y tal como lo hiciera siglos atrás Horacio, también Boileau insiste en la importancia de describir correctamente los caracteres de cada personaje (aquí se distancian algo del mismo Aristóteles, para quien no es importante la imitación del carácter humano sino de una acción, praxis), encuadrándolos en su tiempo y en su geografía, e incluso en sus climas (versos 112-114), y todo ello, de nuevo, porque la escena debe ajustarse a la Razón y al decoro.
Y termina esta parte dedicada a la Tragedia con dos recomendaciones, por una parte, la necesidad de que cada personaje hable como corresponde a su rango y a su situación, dice ‘Estos pomposos amasijos de palabras frívolas son propios de un declamador enamorado de las palabras.’ Si el autor quiere hacer llorar, debe llorar también él: ‘pour me tirer des pleurs, il faut que vous pleuriez’ (verso 143). Y relacionado con esta llamada de atención, otra: ‘para agradar, el autor debe replegarse de mil maneras: ya elevar el tono, ya bajarlo... en sus versos ha de corrrer de maravilla en maravilla, y todo lo que dice debe ser fácil de retener, para que quede un recuerdo perdurable de sus obras’, porque hay algo claro para Boileau, por el simple hecho de pasar por taquilla el espectador se convierte en un crítico con derecho a aplaudir o a silbar.
‘Así actúa la tragedia, avanza y se desarrolla’, conclusión que le sirve a Boileau para pasar a la poesía épica.
Como señalaran los preceptistas clásicos, Boileau ve también grandes paralelismos entre le Tragedia y la épica, pero también diferencias. Primero no se debe ajustar tanto a lo creíble, ‘vive de ficciones y se apoya en la leyenda para la narración amplia de acciones prolongadas’. Así pues, es narración y no representación. Esta es, sin duda, la principal diferencia. El poeta tiene mayor libertad para exponer las situaciones: ‘adorna, realza, embellece y engrandece todo, y encuentra a mano flores siempre abiertas’. Es tanta la necesidad de recurrir a estos artificios que ofrece la misma leyenda, que sin ellos, la poesía épica no pasaría de ser un episodio histórico.
Y, como hiciera con la tragedia, vuelve Boileau a emprenderlas con aquellos poetas que se sirven de elementos de la tradición cristiana como recursos para sus obras, ‘los tremendos misterios de la fe cristiana no admiten los adornos de la fantasía’ y más adelante: ‘no atreverse a emplear las figuras de la fábula en un cuadro profano y sonriente, (...), es dejarse alarmar tontamente por un escrúpulo vano, y pretender agradar sin adornos al lector.’
Es mucho más apropiado recurrir a la leyenda, en la que hasta los nombres de los personajes tienen carácter poético, ‘el sonido duro o estrafalario de un solo nombre puede volver grotesco o bárbaro un poema entero’.
Y para los que se adentren en la composición de un poema poético, una serie de consejos: a pesar de todos los recursos con los que se cuenta, que el poeta no caiga en el exceso: ‘en la narración sed vivos y concisos; en las descripciones, ricos y solemnes’; que no sean obras excesivamente largas, que tengan la extensión precisa; que no prometan en el inicio grandes cosas, ‘el comienzo ha de ser simple y sin afectación’ y emplea aquí Boileau una imagen que nos hace recordar de nuevo a la Epístola horaciana dedicada a los Pisones: la del ratoncillo que surge tras las enormes convulsiones de las montañas. Así sucede cuando se recurre a un comienzo grandioso, ¿qué se puede esperar después? Se preguntan ambos.
Continua Boileau caracterizando cómo debe ser un buen poema épico, siempre siguiendo a Aristóteles: que se empleen todos los recursos de los que se disponga, que sean sublimes, pero no aburridos, que sigan el ejemplo de Homero...
Y llega a la Comedia. Tal como había hecho con la Tragedia, también se ocupa ahora de los orígenes de este arte: como el asunto se escapó al decoro y cómo tuvieron que ponerle cotos a la burla y ‘a sus rasgos maldicientes’
La Comedia debe imitar la Naturaleza, que ofrece ‘retratos pintorescos’, cada personaje tiene su correspondiente en la propia naturaleza: el avaro, el joven, el hombre maduro, el viejo, todos tienen sus rasgos distintivos, sólo se ha de observador para encontrarlos y describirlos. ‘Estudiad la Corte y conoced la ciudad’, pero cuidado con no caer en lo popular y en lo bufo, de lo que acusa a Moliere. Y es la Razón la que cuida de que esto no suceda, de que se plantee con acierto el argumento y de que se resuelva con facilidad. Para Boileau es más razonable Terencio que Plauto.
Y termina el Canto, con una alabanza para aquellos autores que ‘saben deleitar con sólo la Razón’ y un duro comentario para los ‘falsos graciosos’, más apropiados para representar en el Pont-Neuf que en un teatro.
A lo largo de este recorrido por el Canto Tercero de la Poética de Boileau, hemos visto la actualización de los preceptos clásicos para el siglo XVII. No se limita Boileau a copiar a sus antecesores, sino que pretende hacer un manual que sirva a sus contemporáneos. No es revisar a los poetas antiguos, sino dejar por escrito los preceptos que han hecho que aquellos poetas antiguos sigan teniendo vitalidad, para que los poetas de su época se beneficien de su conocimiento. Por eso no duda en separarse de Aristóteles cuando lo que aquel dijo no tiene correspondencia con la época en la que le toca vivir a él y con los gustos de esta época. Antepone a todo la Razón que debe regir al poeta y que si domina sobre lo burdo, lo farsesco, lo irracional, conseguirá que la obra se convierta en arte.
María Inmaculada Manzanares Ruiz
Se quiere destronar á la estética, pero no la restauración de la retórica. Cualquier gacetillero, crítico temporero, se sonríe de lástima si le hablan de la armonía como fundamental idea de lo bello; citar á Hegel en estas materias es ya cursi; pero si se habla de Quintiliano, la sonrisa se acentúa, y en llegando á Boileau se suelta una carcajada. ¡Boileau! ¿Con qué rima Boileau? dice algún purista de ahora.”
Son palabras de Clarín y tienen algo más de un siglo, pero son de absoluta actualidad. No vamos hablar aquí del alejamiento de las normas por parte de los actuales autores de la literatura en general, y del teatro, en particular. Sino del mismo Boileau y del Canto Tercero de su Poética.
Este Tercer Canto de la Poética está estructurado en tres partes, relacionadas entre sí, pero claramente distinguibles. Se inicia con la tragedia (versos 1-159),sigue con la poesía épica, que tantas concomitancias tiene con aquélla (160-334) y, termina con la comedia (335-420), los últimos cinco versos podría ser una especie de conclusión referida al Teatro en general. Sin embargo, y dadas las muchas coincidencias que existen entre estos tres géneros, a veces generaliza y lo que dice para uno sirve para otro (por ejemplo, cuando critica a los poetas que recurren a los temas religiosos cristianos, ya sea en la tragedia, ya en la épica y, por supuesto, no podemos obviar la importancia que tiene para el preceptista francés la fuerza de la Razón en toda composición poética, sea cual sea su forma de expresión).
Veamos algunos puntos de forma más detenida.
Que la Poética de Boileau debe mucho a Aristóteles y a Horacio no es nada nuevo. Dice Aristóteles en su Poética: “ La tragedia es entonces la imitación de una acción de carácter elevado, completa, que posee una extensión determinada y que se expresa en un lenguaje bello y enriquecido con ornamentos adecuados que convienen a distintas partes de la obra. La tragedia se presenta bajo la forma de acción y no de una narrativa, y suscita en el espectador la pena, la compasión o el dolor, promoviendo así la purificación (Kathársis) que corresponde a estos estados emotivos” También Boileau habla de esa pasión que debe tener la escena y que debe provocar ciertos sentimientos en el espectador: “Haced que en todas vuestras obras la pasión conmovida se dirija al corazón, lo enardezca, y lo remueva. De nada sirve desarrollar sabiamente una escena, si la atrayente pasión no nos llena de suave terror con su hermoso movimiento, o no excita en nuestra alma la encantadora piedad.” Si bien, Boileau no llega hablar de catarsis propiamente, sí que habla de esa ‘encantadora piedad’ que debe provocar en nuestra alma una tragedia. Para el francés, la obra debe agradar y conmover y esto hacerlo desde un principio, por eso está de más la retórica vana y los rodeos para presentar el ‘asunto dramático’.
Coincide también Boileau con los aristotélicos en la unidad de acción, tiempo y lugar, y como muestra de lo que no debe ser recuerda a los autores españoles que tratan de forma muy licenciosa tanto lo uno como lo otro. Dice el francés: ‘la Razón nos domina con sus reglas... que, en un solo lugar y en un solo día, un acontecimiento único y completo mantenga el teatro colmado hasta el final’.
Así pues es precepto de la Razón esta unidad, como lo es también otra de las necesidades que debe cumplir un poema trágico: la verosimilitud de los hechos, que no parezcan increíbles, aunque sean fingidos. Horacio lo había dicho en su Epístola a los Pisones: ‘Las cosas inventadas para deleitar han de estar próximas a la verdad.’ Para Boileau: ‘el espíritu no se deja conmover por algo que no cree’ y unos versos más abajo, algo que es prescriptivo para la tragedia clásica: algunos hechos es mejor contarlos que representarlos en escena: ‘hay objetos que el arte juicioso debe ofrecer al oído pero sustraer a la vista’. También esto lo encontramos en Horacio (‘no llevarás a escena todo aquello que merezca ocurrir a escondidas, y quitarás de la vista muchas cosas’) y en el mismo Aristóteles que prefiere dejar fuera de la obra todo lo irracional, lo que podría herir al espectador y despertar su repudio.
Hace Boileau un breve recorrido por la historia de la Tragedia, desde los orígenes en los que un coro que danzaba y alababa a Dionisos. Pasando por Tespis, Esquilo y Sófocles, y es curioso un olvido significativo: Eurípides. Sobre los tragediógrafos latinos simplemente comenta ‘la debilidad’ frente la ‘divina elevación’ de los griegos. Sigue su recorrido con las primeras muestras teatrales en Francia, empleando términos como ‘grosera comparsa’, autores ‘simples’, regidos por un ‘tonto celo (et sottement zelée en sa simplicité joüa les saints, la Vierge et Dieu, par pieté). Pero, para Boileau esta situación fue salvada por el saber (sçavoir) que eliminando tales brumas volvió a la claridad de los asuntos clásicos. De nuevo la Razón triunfa sobre la confusión y la ignorancia.
Pero esta nueva tragedia no es del todo fiel copia de la grecolatina, a pesar de que los personajes son los mismos, y los asuntos también, subraya Boileau una diferencia formal: ‘los actores dejaron las máscaras antiguas, y la orquesta tomó el lugar del coro y de la música’. Es aquí un cambio digno de mencionar, pues un Aristóteles, un Horacio no habrían aceptado como buenas estas innovaciones. Para Aristóteles el coro es fundamental, un personaje más, que dialoga con los demás y que, en ocasiones, llega a ser, incluso el protagonista (como en las Eumenides de Esquilo, o en las Troyanas de Eurípides o en las Traquinias de Sófocles). Si vamos a las tragedias racinianas, la ausencia del coro en la acción está sustituida por la presencia de un buen número de confidentes, que cumplen la doble función, la que le es propia, y la que le correspondería al coro, trayendo y llevando información entre los diferentes espacios de la trama.
Volviendo a Boileau y retomando su Canto Tercero por donde lo habíamos dejado (versos 90-95), engarza el preceptista francés su rápida ojeada por la historia de la Tragedia con un tema que es frecuente en ellas, el tema del amor, de la pasión, previniendo al poeta de no caer en la descripción de ‘Bergers doucereux’, más propios de una novela sentimental que de una Tragedia. El amor que sientan los personajes trágicos debe estar equiparado al asunto, al carácter que tenga cada uno, no es necesario que sean perfectos, que no tengan falla, al contrario esto los alejaría de lo creíble, ‘gracias a estas pequeñas fallas consignadas en su pintura, el espíritu reconoce con placer la naturaleza’, y tal como lo hiciera siglos atrás Horacio, también Boileau insiste en la importancia de describir correctamente los caracteres de cada personaje (aquí se distancian algo del mismo Aristóteles, para quien no es importante la imitación del carácter humano sino de una acción, praxis), encuadrándolos en su tiempo y en su geografía, e incluso en sus climas (versos 112-114), y todo ello, de nuevo, porque la escena debe ajustarse a la Razón y al decoro.
Y termina esta parte dedicada a la Tragedia con dos recomendaciones, por una parte, la necesidad de que cada personaje hable como corresponde a su rango y a su situación, dice ‘Estos pomposos amasijos de palabras frívolas son propios de un declamador enamorado de las palabras.’ Si el autor quiere hacer llorar, debe llorar también él: ‘pour me tirer des pleurs, il faut que vous pleuriez’ (verso 143). Y relacionado con esta llamada de atención, otra: ‘para agradar, el autor debe replegarse de mil maneras: ya elevar el tono, ya bajarlo... en sus versos ha de corrrer de maravilla en maravilla, y todo lo que dice debe ser fácil de retener, para que quede un recuerdo perdurable de sus obras’, porque hay algo claro para Boileau, por el simple hecho de pasar por taquilla el espectador se convierte en un crítico con derecho a aplaudir o a silbar.
‘Así actúa la tragedia, avanza y se desarrolla’, conclusión que le sirve a Boileau para pasar a la poesía épica.
Como señalaran los preceptistas clásicos, Boileau ve también grandes paralelismos entre le Tragedia y la épica, pero también diferencias. Primero no se debe ajustar tanto a lo creíble, ‘vive de ficciones y se apoya en la leyenda para la narración amplia de acciones prolongadas’. Así pues, es narración y no representación. Esta es, sin duda, la principal diferencia. El poeta tiene mayor libertad para exponer las situaciones: ‘adorna, realza, embellece y engrandece todo, y encuentra a mano flores siempre abiertas’. Es tanta la necesidad de recurrir a estos artificios que ofrece la misma leyenda, que sin ellos, la poesía épica no pasaría de ser un episodio histórico.
Y, como hiciera con la tragedia, vuelve Boileau a emprenderlas con aquellos poetas que se sirven de elementos de la tradición cristiana como recursos para sus obras, ‘los tremendos misterios de la fe cristiana no admiten los adornos de la fantasía’ y más adelante: ‘no atreverse a emplear las figuras de la fábula en un cuadro profano y sonriente, (...), es dejarse alarmar tontamente por un escrúpulo vano, y pretender agradar sin adornos al lector.’
Es mucho más apropiado recurrir a la leyenda, en la que hasta los nombres de los personajes tienen carácter poético, ‘el sonido duro o estrafalario de un solo nombre puede volver grotesco o bárbaro un poema entero’.
Y para los que se adentren en la composición de un poema poético, una serie de consejos: a pesar de todos los recursos con los que se cuenta, que el poeta no caiga en el exceso: ‘en la narración sed vivos y concisos; en las descripciones, ricos y solemnes’; que no sean obras excesivamente largas, que tengan la extensión precisa; que no prometan en el inicio grandes cosas, ‘el comienzo ha de ser simple y sin afectación’ y emplea aquí Boileau una imagen que nos hace recordar de nuevo a la Epístola horaciana dedicada a los Pisones: la del ratoncillo que surge tras las enormes convulsiones de las montañas. Así sucede cuando se recurre a un comienzo grandioso, ¿qué se puede esperar después? Se preguntan ambos.
Continua Boileau caracterizando cómo debe ser un buen poema épico, siempre siguiendo a Aristóteles: que se empleen todos los recursos de los que se disponga, que sean sublimes, pero no aburridos, que sigan el ejemplo de Homero...
Y llega a la Comedia. Tal como había hecho con la Tragedia, también se ocupa ahora de los orígenes de este arte: como el asunto se escapó al decoro y cómo tuvieron que ponerle cotos a la burla y ‘a sus rasgos maldicientes’
La Comedia debe imitar la Naturaleza, que ofrece ‘retratos pintorescos’, cada personaje tiene su correspondiente en la propia naturaleza: el avaro, el joven, el hombre maduro, el viejo, todos tienen sus rasgos distintivos, sólo se ha de observador para encontrarlos y describirlos. ‘Estudiad la Corte y conoced la ciudad’, pero cuidado con no caer en lo popular y en lo bufo, de lo que acusa a Moliere. Y es la Razón la que cuida de que esto no suceda, de que se plantee con acierto el argumento y de que se resuelva con facilidad. Para Boileau es más razonable Terencio que Plauto.
Y termina el Canto, con una alabanza para aquellos autores que ‘saben deleitar con sólo la Razón’ y un duro comentario para los ‘falsos graciosos’, más apropiados para representar en el Pont-Neuf que en un teatro.
A lo largo de este recorrido por el Canto Tercero de la Poética de Boileau, hemos visto la actualización de los preceptos clásicos para el siglo XVII. No se limita Boileau a copiar a sus antecesores, sino que pretende hacer un manual que sirva a sus contemporáneos. No es revisar a los poetas antiguos, sino dejar por escrito los preceptos que han hecho que aquellos poetas antiguos sigan teniendo vitalidad, para que los poetas de su época se beneficien de su conocimiento. Por eso no duda en separarse de Aristóteles cuando lo que aquel dijo no tiene correspondencia con la época en la que le toca vivir a él y con los gustos de esta época. Antepone a todo la Razón que debe regir al poeta y que si domina sobre lo burdo, lo farsesco, lo irracional, conseguirá que la obra se convierta en arte.
María Inmaculada Manzanares Ruiz
De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos
Capítulo XXXI
-TODO eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
-No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.
-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel?
-No era sino rubión -respondió Sancho.
-Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?
-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: «Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí -fol. 172v- está».
-¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
-Tan alta es -respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.
-Pues, ¿cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella?
-Medíme en esta manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.
-Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la adorna con mil millones y gracias del alma! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?
-Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con -fol. 173r- el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.
-No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.
-Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.
-Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?
-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta -fol. 173v- entonces alguno.
-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno.
....
(Habría que recordar que esa carta que Sancho dice que Dulcinea a roto en pedazos, nunca existió, el mismo Sancho le dice a don Quijote que no se la ha dado, y don Quijote reconoce que así fue. Luego, sin embargo, en su proceso de quijotización, el escudero dice que la bella del Toboso la ha roto)
-TODO eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
-No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.
-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel?
-No era sino rubión -respondió Sancho.
-Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?
-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: «Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí -fol. 172v- está».
-¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
-Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
-Tan alta es -respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.
-Pues, ¿cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella?
-Medíme en esta manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.
-Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la adorna con mil millones y gracias del alma! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?
-Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con -fol. 173r- el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.
-No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.
-Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.
-Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?
-La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta -fol. 173v- entonces alguno.
-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno.
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(Habría que recordar que esa carta que Sancho dice que Dulcinea a roto en pedazos, nunca existió, el mismo Sancho le dice a don Quijote que no se la ha dado, y don Quijote reconoce que así fue. Luego, sin embargo, en su proceso de quijotización, el escudero dice que la bella del Toboso la ha roto)
De águila a pato Miguel de Unamuno
Hubo allá en remotos tiempos una soberbia águila, reina de las alturas. Tenia su trono sobre un inaccesible peñón, y al pie de éste su nido. Cuando al salir el sol alzaba el vuelo, desafiando con su mirada al padre de la luz, cantaban sobre ella su himno matutino las alondras, y las aves todas le rendían vasallaje. Los cuervos la seguían para aprovechar los despojos de sus presas.
Nunca se vio águila cuyo aéreo reino se extendiese más. Elevándose por mucho más arriba que la región de las nubes, apenas abarcaba con su penetrante mirada la extensión toda de sus dominios.
Cuando cuajaba la tormenta y al chocar de las nubes retumbaba el trueno al resplandor del relámpago, levantábase el águila por encima de los nubarrones paridores del rayo y dejaba bramar a la tempestad bajo sus plantas, bañándose en tanto en luz plena y libre.
Era una hermosura verla cernirse casi inmóvil en el espacio azul, con sus extendidas alas a modo de acción de dominio o gesto de supremo poder. Con un ligero movimiento, como de juego, elevábase aún más, desarrollando sin aparente esfuerzo una enorme fuerza.
Al pie del peñón en que anidaban sus aguiluchos y se entronizaba ella, extendíase un arenal sembrado acá y allá de algunas matas, y en ese arenal reinaba un león como soberano.
Más de una vez se paró el león a contemplar el vuelo majestuoso del águila, y más de una vez el águila, cerniéndose en el aire, contempló los saltos del león al caer sobre su presa. Al rugido del rey del arenal contestaba no pocas veces el grito del rey de los aéreos espacios.
Al verle saltar al león, se dijo más de una vez el águila con lástima: «¡Pobrecillo, acaso es que intenta volar... ! Salta, salta, pobre rey de las arenas, a ver si te brotan alas.»
Había entre los cortesanos del águila un grajo, cuyas lisonjas sonaban siempre gratas a los oídos de aquélla. Y empezó el grajo a hablarle del león y de sus proezas y a ponderar su valor, su arrojo y su majestad. «Dice que si te cogiera en tierra, con las alas cortadas -le decía-, habrías de ver de cuán poco te servían tu bravura, tu pico y tus garras.» «¿Eso dice... ?», exclamó el águila. -Si, eso dice -contestó el grajo-, pero no debes hacerle caso, porque su poderío le ha envanecido y no sabe bien lo que se dice el pobrecillo. Cegado por su soberbia, ignora que él no puede volar y que tú puedes posarte en tierra y defenderte en ella.» «¡Y vencerle en tierra, en su elemento!», añadió el águila. «No lo dudo», contestó con sorna el grajo marrullero.
Entonces empezó a trabajarle al águila en el magín la idea de hacerse león y disputar su realeza al rey del arenal.
-¿ Sabes lo que he pensado? -le dijo un día el águila al grajo.
-Lo que hayas pensado-contestóle éste- será inspiración del mismo Sol, de seguro.
Pues he pensado que una vez que nadie me disputa el imperio del aire, debo bajar mi trono al pie del peñón y disputar al león su imperio. Y para más obligarme y no poder recurrir al arbitrio de levantar el vuelo, voy a recortarme las alas: quiero que luchemos a iguales armas.
-¡Sublime propósito! -exclamó el grajo-. ¡Hazaña nunca vista ni aun intentada antes de ahora! Bien dije que el mismo Sol te la ha inspirado.
Recortóse, en efecto, el águila sus alas, e hizo que a los de su familia se las recortaran, y bajó al arenal. Andando, y no con mucha soltura, salióle al camino al león y le provocó a singular combate.
-Déjate de bromas, y vete a tus nubes -le contestó el león-; cada cual a lo suyo.
No hay campo vedado para el heroico esfuerzo
-contestó el águila-, y voy a probarte que con saber querer, ha de ser todo mío. Aquí, en tierra, en tus dominios, has de medir tus garras con mis garras y tus fauces con mi pico.
-No gasto bromas -replicó el león, volviéndole grupas y azotándose los lomos con el rabo.
Pero el águila se abalanzó a él y le dio un picotazo. Al sentirse el león herido, volvióse furioso sobre el águila y de un par de zarpazos la dejó malparada. El pobre rey de los aires no hacía más que aletear con sus recortadas alas. Corriendo como pudo, fue a refugiarse a unos juncales a orillas de un lago, y allí permaneció oculta y allí la dejó el león compadecido.
No se atrevió ya a salir de la orilla del lago, y allí tuvo que aprender a nadar para defenderse de las fieras que bajaban a abrevarse y que no la dejaban en paz. Y así andando el tiempo, se le modificó el pico, saliéronle palmas en las garras y se convirtió en pato.
Tal es la historia del águila que, por querer hacerse león, se vio convertida en pato.
Nunca se vio águila cuyo aéreo reino se extendiese más. Elevándose por mucho más arriba que la región de las nubes, apenas abarcaba con su penetrante mirada la extensión toda de sus dominios.
Cuando cuajaba la tormenta y al chocar de las nubes retumbaba el trueno al resplandor del relámpago, levantábase el águila por encima de los nubarrones paridores del rayo y dejaba bramar a la tempestad bajo sus plantas, bañándose en tanto en luz plena y libre.
Era una hermosura verla cernirse casi inmóvil en el espacio azul, con sus extendidas alas a modo de acción de dominio o gesto de supremo poder. Con un ligero movimiento, como de juego, elevábase aún más, desarrollando sin aparente esfuerzo una enorme fuerza.
Al pie del peñón en que anidaban sus aguiluchos y se entronizaba ella, extendíase un arenal sembrado acá y allá de algunas matas, y en ese arenal reinaba un león como soberano.
Más de una vez se paró el león a contemplar el vuelo majestuoso del águila, y más de una vez el águila, cerniéndose en el aire, contempló los saltos del león al caer sobre su presa. Al rugido del rey del arenal contestaba no pocas veces el grito del rey de los aéreos espacios.
Al verle saltar al león, se dijo más de una vez el águila con lástima: «¡Pobrecillo, acaso es que intenta volar... ! Salta, salta, pobre rey de las arenas, a ver si te brotan alas.»
Había entre los cortesanos del águila un grajo, cuyas lisonjas sonaban siempre gratas a los oídos de aquélla. Y empezó el grajo a hablarle del león y de sus proezas y a ponderar su valor, su arrojo y su majestad. «Dice que si te cogiera en tierra, con las alas cortadas -le decía-, habrías de ver de cuán poco te servían tu bravura, tu pico y tus garras.» «¿Eso dice... ?», exclamó el águila. -Si, eso dice -contestó el grajo-, pero no debes hacerle caso, porque su poderío le ha envanecido y no sabe bien lo que se dice el pobrecillo. Cegado por su soberbia, ignora que él no puede volar y que tú puedes posarte en tierra y defenderte en ella.» «¡Y vencerle en tierra, en su elemento!», añadió el águila. «No lo dudo», contestó con sorna el grajo marrullero.
Entonces empezó a trabajarle al águila en el magín la idea de hacerse león y disputar su realeza al rey del arenal.
-¿ Sabes lo que he pensado? -le dijo un día el águila al grajo.
-Lo que hayas pensado-contestóle éste- será inspiración del mismo Sol, de seguro.
Pues he pensado que una vez que nadie me disputa el imperio del aire, debo bajar mi trono al pie del peñón y disputar al león su imperio. Y para más obligarme y no poder recurrir al arbitrio de levantar el vuelo, voy a recortarme las alas: quiero que luchemos a iguales armas.
-¡Sublime propósito! -exclamó el grajo-. ¡Hazaña nunca vista ni aun intentada antes de ahora! Bien dije que el mismo Sol te la ha inspirado.
Recortóse, en efecto, el águila sus alas, e hizo que a los de su familia se las recortaran, y bajó al arenal. Andando, y no con mucha soltura, salióle al camino al león y le provocó a singular combate.
-Déjate de bromas, y vete a tus nubes -le contestó el león-; cada cual a lo suyo.
No hay campo vedado para el heroico esfuerzo
-contestó el águila-, y voy a probarte que con saber querer, ha de ser todo mío. Aquí, en tierra, en tus dominios, has de medir tus garras con mis garras y tus fauces con mi pico.
-No gasto bromas -replicó el león, volviéndole grupas y azotándose los lomos con el rabo.
Pero el águila se abalanzó a él y le dio un picotazo. Al sentirse el león herido, volvióse furioso sobre el águila y de un par de zarpazos la dejó malparada. El pobre rey de los aires no hacía más que aletear con sus recortadas alas. Corriendo como pudo, fue a refugiarse a unos juncales a orillas de un lago, y allí permaneció oculta y allí la dejó el león compadecido.
No se atrevió ya a salir de la orilla del lago, y allí tuvo que aprender a nadar para defenderse de las fieras que bajaban a abrevarse y que no la dejaban en paz. Y así andando el tiempo, se le modificó el pico, saliéronle palmas en las garras y se convirtió en pato.
Tal es la historia del águila que, por querer hacerse león, se vio convertida en pato.
El miedo Ramón del Valle-Inclán
Puede parecer un cuento más, pero a mí me impresionó tanto en mi adolescencia, no sólo la historia, sino la forma de contarla, que quise ser escritora para escribir cosas como estas. Luego, me di cuenta, que una cosa es el querer y otra el poder.
El miedo Ramón del Valle-Inclán
Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:
-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor.. .
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.
Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos...
Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban, y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y se apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:
-¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán ... !
Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:
-Ahora veremos qué ha sido ello... Cosa del otro mundo no lo es, seguramente... ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán ... !
Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:
-¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?
Yo repuse con voz ahogada:
-¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro ... !
El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos, y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz descolorida, pronunció gravemente:
- ¡Que nunca pueda decir el Prior de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey ... !
No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior se sacudió:
-¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas ... !
Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios, Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzarnos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba con hueco y liviano son todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como bajo la visera de un casco:
-Señor Granadero del Rey, no hay absolución... ¡Yo no absuelvo a los cobardes!
Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!
El miedo Ramón del Valle-Inclán
Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:
-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor.. .
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.
Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos...
Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban, y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y se apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:
-¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán ... !
Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:
-Ahora veremos qué ha sido ello... Cosa del otro mundo no lo es, seguramente... ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán ... !
Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:
-¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?
Yo repuse con voz ahogada:
-¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro ... !
El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos, y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz descolorida, pronunció gravemente:
- ¡Que nunca pueda decir el Prior de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey ... !
No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior se sacudió:
-¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas ... !
Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios, Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzarnos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba con hueco y liviano son todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como bajo la visera de un casco:
-Señor Granadero del Rey, no hay absolución... ¡Yo no absuelvo a los cobardes!
Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!
La razón, según Tzara
Si todos tienen razón, y si todas las píldoras son píldoras Pínk., tratemos de no tener razón. En general, se cree poder explicar racionalmente con el pensamiento lo que se escribe. Todo esto es relativo. El pensamiento es una bonita cosa para la filosofía, pero es relativo. El psicoanálisis es una enfermedad dañina, que adormece las tendencias antirreales del hombre y hace de la burguesía un sistema. No hay una Verdad definitiva. La dialéctica a una máquina divertida que nos ha llevado de un modo bastante trivial a las opiniones que hubiéramos tenido de otro modo. ¿Hay alguien que crea, mediante el refinamiento minucioso de la lógica,, haber demostrado la verdad de sus opiniones? La lógica constreñida por los sentidos es una enfermedad orgánica. A este elemento los filósofos se complacen en añadir el poder de observación. Pero justamente esta magnífica cualidad del espíritu es la prueba de su impotencia. Se observa, se mira desde uno o varios puntos de vista y se elige un determinado punto entre millones de ellos que igualmente existen. La experiencia también es un resultado del azar y de las facultades individuales.
10 de mayo de 2005
inspiración vs. trabajo
Quisiera ofecer este tema para la reflexion, ¿qué es más importante en un escritor, la inspiración o el trabajo? Es un tema viejo, ya lo sé, y de él ha dependido incluso algunas corrientes literarias. Y se dice de unas obras que tienen más inspiración que otras, ¿quién no recuerda aquellos versos de Becquer sobre la inspiración? y frente a ellos, aquellos otros escritores que han comentado o comentan que la literatura para ellos es un trabajo diario. ¿Existirá también la inspiración en ese trabajo? Por ejemplo, a Virgilio se le acusa de ser poco espontáneo, su Eneida no está llena de la gracia y la chispa que tiene la Iliada, ¿todo en Virgilio es trabajo de escritorio?. La obra de Bécquer está impregnada de inspiración, ¿será verdad que los poemas le llegaban mientras dormía o habrá horas de estudio y de trabajo en ellos?
De la feria del libro y del negocio del idem
Pego un artículo que he encontrado en la edición digital de Página12 de hoy. Me parece interesante porque habría que comentar varias cosas. Primero me parece significativo el negocio en que se puede convertir la industria del libro para las editoriales, claro, no para los escritores. También me parece destacable cómo estos señores de la organización de la feria están supercontentos porque se han vendido muchos libros y hablan de que es muestra de que se lee más, para mí es una falacia, no todos los que compran libros, los leen. Deberían hacer una encuesta a esas personas que los han comprado dentro de unos meses para ver quién los ha leído. Por otra parte, me parece bastante significativo quiénes han sido los autores más solicitados y más convocantes, sin menosprecio por nadie que agarre una lapicera para escribir, cosa que tiene su mérito, no me parece indicio de gran cultura que sean esos los libros más solicitados. Es más me parece que es una muestra más de que la cultura tiene una doble cara, y que lo que para muchos es buena literatura, para otros ni existe. Interesa más las bobadas de turno (con perdón) que la Literatura con mayúsculas.
BALANCE DE LA 31ª EDICION DE LA FERIA DEL LIBRO
La cultura guiada por los medios Más de un millón de personas pasaron por la Rural. Entre los más convocantes estuvieron Pettinato, Dolina y Felipe Pigna. Se destacaron las visitas de Fernando Vallejo y Bernhard Schlink.
Según los expositores, las ventas aumentaron entre un 20 y un 30 por ciento respecto del 2004.
Quizá sea recordada como la Feria del Libro que marcó, como nunca antes, un giro hacia la cultura mediática, una cultura “entre la nada y la eternidad”, como señala el título del libro que presentó Roberto Pettinato: colas hasta la 1 de la madrugada para conseguir la firma del indomable showman televisivo; más y más colas, con muchos termos y mates, para ocupar un lugar privilegiado, las primeras filas de la Sala José Hernández, cerca de Alejandro Dolina; más y más colas para seguir el ascenso vertiginoso del fenómeno Felipe Pigna y sus Mitos de la historia argentina (ahora con el plus del desembarco televisivo de la mano de Mario Pergolini), o al filósofo español Fernando Savater, ya considerado hombre de la casa. Las estadísticas de esta edición, que terminó ayer, generan optimismo entre los organizadores, que la consideran una de las más exitosas de los últimos años. En 19 días se calcula que más de un millón de personas pasaron por el predio de la Rural, “un 20 por ciento más de público que el año pasado –dice el presidente de la Fundación El Libro, Carlos Pazos– y las ventas aumentaron entre un 20 y un 30 por ciento respecto del año pasado”.
“El tema del número no creo que sea significativo sino el hecho cultural, la desesperación de la gente, en el buen sentido, por venir a la Feria, por estar presente y tomar contacto con los libros”, señala Pazos, aunque admite que no come vidrio cuando menciona el resultado de una encuesta realizada por el Centro de Administración de Derechos Reprográficos (Cadra) de 1100 casos –300 en Rosario y 800 en Buenos– sobre la población estudiantil de universidades estatales y privadas. “A mí lo que me aterró del estudio es que hay un 10 por ciento de estudiantes universitarios que confiesa que no leyeron un libro en el último año”, advierte Pazos. “¡Al que no leyó un libro no lo vamos a meter acá, aunque lo traigamos con un bozal! Tampoco podemos pretender manejar la lectura del país.” Más allá del influjo que ejercieron las figuras mediáticas en esta 31ª edición, cuyo lema fue “Un escenario para los libros”, el colombiano Fernando Vallejo, el alemán Bernhard Schlink, el brasileño Paulo Lins, el francés Daniel Pennac, el politólogo argentino Ernesto Laclau y el filósofo esloveno Slavoj Zizek convocaron a muchos de sus viejos y nuevos lectores. Roberto Fontanarrosa y Leo Maslíah ya son clásicos ineludibles de la fiesta del libro.
Cleopatra Cagliers, encargada del stand de Fondo de Cultura Económica, con 13 años de trabajo en la Feria del Libro, asegura que las ventas crecieron más de un 10 por ciento. “Nosotros manejamos, al igual que Paidós, un público de nicho, que no busca el best-seller. No somos un despacho de libro, le damos mucha importancia a la atención y a lo que necesitan nuestros lectores”, advierte Cagliers, y menciona los libros más vendidos: Breve historia contemporánea de la Argentina, un clásico de Luis Alberto Romero; La razón populista, de Ernesto Laclau; y Enseñar a entender lo que se lee, de Berta Braslavsky. Con un perfil de lectores similares, Gabriel Zeballos, de la editorial Siglo XXI, confirma que las cifras de ventas aumentaron “bastante” respecto del año pasado, pero prefiere no arriesgar un porcentaje.
En Librerías de las Luces, José Rega esboza una sonrisa de satisfacción cuando se le pregunta cómo le fue: “Más público todos los días, no sólo los fines de semana, y un 25 por ciento más de ventas”. En el stand de Riverside, que distribuye entre otros los sellos Anagrama y Siruela, Fabiana Iacovelli calcula que se vendió entre un 30 y un 40 por ciento más. “La presentación de Schlink en la Feria hizo que El lector estuviera entre los más vendidos y se agotó Cuentos completos, de Truman Capote”, enumera Iacovelli. La presencia de Vallejo elevó la venta de sus libros, según asegura Carla Battista, encargada del stand de Alfaguara. “Vendimos más que el año pasado, entre un 10 y un 20 por ciento.” En el primerpuesto, lejos, estuvo la edición de El Quijote, pero también tuvo una buena performance El turno del escriba, de Graciela Montes y Ema Wolf, novela ganadora del premio Alfaguara. Ariel Díaz, de la editorial Norma, señala que se incrementaron las ventas entre un 20 y un 30 por ciento, a pesar de que el precio de los libros aumentó un promedio del 10 por ciento. “El público del domingo viene a pasear a la Feria, la toma como una salida más con su familia; en cambio, la gente que se acerca los sábados es el público comprador, el que sabe lo que quiere”, explica Díaz, y señala que los caballitos de batalla de Norma fueron Mitos de la historia argentina, de Pigna; La saga de los confines, de Liliana Bodoc; Escritos imprudentes II, de José Pablo Feinmann; y Cristo llame ya, de Alejandro Seselovsky, que se agotó.
¿Hay entonces una recuperación del público lector? ¿Cómo cruzar las estadísticas que ofrece esta Feria con el 52 por ciento de los argentinos que dijo no haber leído ni un solo libro en el último año? El Centro para el Fomento del Libro y la Lectura en América latina y el Caribe (Cerlalc) participó del 8º Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro que se desarrolló en el predio de La Rural, la semana pasada. “El supuesto ingenuo es que, si ponemos todo esto, la lectura se va a dar automáticamente. ¿Hay un chip que tienen los libros que dice ‘leeme’?”, ironiza Luis Bernardo Peña, subdirector de Lectura y Escritura, ante Página/12. Aunque se refiere a los planes de lectura que se implementan en Iberoamérica, la frase ilustra también lo que ocurre en el predio de la Rural. En América latina cuenta que se lee un promedio de dos libros al año y que en Francia llaman “lectores débiles” a quienes leen menos de 10 libros en el mismo lapso. “Uno de los problemas es la ausencia de indicadores de lectura en Iberoamérica; los indicadores que se han usado hasta ahora no tienen mucho que ver con las realidades latinoamericanas”, señaló Luis Fernando Sarmiento, secretario de Cerlalc.
“El comportamiento del lector se ha transformado radicalmente –aclara el secretario de Cerlalc–, la gente lee cosas distintas y el hecho de que lea cosas distintas no implica que lea menos.” Ambos coinciden en señalar que el plan de lectura en la Argentina es pionero en este sentido porque “relativiza los resultados de los estudios estadísticos y propone un enfoque sociocultural de la lectura”. Primera conclusión: “Habría que convertir la lectura en singular –asociada a la cultura del libro– a las lecturas en plural”, plantean Sarmiento y Peña. “Nunca antes en la historia de la humanidad se ha leído tanto, no es cierto que en América latina se está leyendo menos, no hay elementos empíricos que demuestren esto”, concluye Peña.
BALANCE DE LA 31ª EDICION DE LA FERIA DEL LIBRO
La cultura guiada por los medios Más de un millón de personas pasaron por la Rural. Entre los más convocantes estuvieron Pettinato, Dolina y Felipe Pigna. Se destacaron las visitas de Fernando Vallejo y Bernhard Schlink.
Según los expositores, las ventas aumentaron entre un 20 y un 30 por ciento respecto del 2004.
Quizá sea recordada como la Feria del Libro que marcó, como nunca antes, un giro hacia la cultura mediática, una cultura “entre la nada y la eternidad”, como señala el título del libro que presentó Roberto Pettinato: colas hasta la 1 de la madrugada para conseguir la firma del indomable showman televisivo; más y más colas, con muchos termos y mates, para ocupar un lugar privilegiado, las primeras filas de la Sala José Hernández, cerca de Alejandro Dolina; más y más colas para seguir el ascenso vertiginoso del fenómeno Felipe Pigna y sus Mitos de la historia argentina (ahora con el plus del desembarco televisivo de la mano de Mario Pergolini), o al filósofo español Fernando Savater, ya considerado hombre de la casa. Las estadísticas de esta edición, que terminó ayer, generan optimismo entre los organizadores, que la consideran una de las más exitosas de los últimos años. En 19 días se calcula que más de un millón de personas pasaron por el predio de la Rural, “un 20 por ciento más de público que el año pasado –dice el presidente de la Fundación El Libro, Carlos Pazos– y las ventas aumentaron entre un 20 y un 30 por ciento respecto del año pasado”.
“El tema del número no creo que sea significativo sino el hecho cultural, la desesperación de la gente, en el buen sentido, por venir a la Feria, por estar presente y tomar contacto con los libros”, señala Pazos, aunque admite que no come vidrio cuando menciona el resultado de una encuesta realizada por el Centro de Administración de Derechos Reprográficos (Cadra) de 1100 casos –300 en Rosario y 800 en Buenos– sobre la población estudiantil de universidades estatales y privadas. “A mí lo que me aterró del estudio es que hay un 10 por ciento de estudiantes universitarios que confiesa que no leyeron un libro en el último año”, advierte Pazos. “¡Al que no leyó un libro no lo vamos a meter acá, aunque lo traigamos con un bozal! Tampoco podemos pretender manejar la lectura del país.” Más allá del influjo que ejercieron las figuras mediáticas en esta 31ª edición, cuyo lema fue “Un escenario para los libros”, el colombiano Fernando Vallejo, el alemán Bernhard Schlink, el brasileño Paulo Lins, el francés Daniel Pennac, el politólogo argentino Ernesto Laclau y el filósofo esloveno Slavoj Zizek convocaron a muchos de sus viejos y nuevos lectores. Roberto Fontanarrosa y Leo Maslíah ya son clásicos ineludibles de la fiesta del libro.
Cleopatra Cagliers, encargada del stand de Fondo de Cultura Económica, con 13 años de trabajo en la Feria del Libro, asegura que las ventas crecieron más de un 10 por ciento. “Nosotros manejamos, al igual que Paidós, un público de nicho, que no busca el best-seller. No somos un despacho de libro, le damos mucha importancia a la atención y a lo que necesitan nuestros lectores”, advierte Cagliers, y menciona los libros más vendidos: Breve historia contemporánea de la Argentina, un clásico de Luis Alberto Romero; La razón populista, de Ernesto Laclau; y Enseñar a entender lo que se lee, de Berta Braslavsky. Con un perfil de lectores similares, Gabriel Zeballos, de la editorial Siglo XXI, confirma que las cifras de ventas aumentaron “bastante” respecto del año pasado, pero prefiere no arriesgar un porcentaje.
En Librerías de las Luces, José Rega esboza una sonrisa de satisfacción cuando se le pregunta cómo le fue: “Más público todos los días, no sólo los fines de semana, y un 25 por ciento más de ventas”. En el stand de Riverside, que distribuye entre otros los sellos Anagrama y Siruela, Fabiana Iacovelli calcula que se vendió entre un 30 y un 40 por ciento más. “La presentación de Schlink en la Feria hizo que El lector estuviera entre los más vendidos y se agotó Cuentos completos, de Truman Capote”, enumera Iacovelli. La presencia de Vallejo elevó la venta de sus libros, según asegura Carla Battista, encargada del stand de Alfaguara. “Vendimos más que el año pasado, entre un 10 y un 20 por ciento.” En el primerpuesto, lejos, estuvo la edición de El Quijote, pero también tuvo una buena performance El turno del escriba, de Graciela Montes y Ema Wolf, novela ganadora del premio Alfaguara. Ariel Díaz, de la editorial Norma, señala que se incrementaron las ventas entre un 20 y un 30 por ciento, a pesar de que el precio de los libros aumentó un promedio del 10 por ciento. “El público del domingo viene a pasear a la Feria, la toma como una salida más con su familia; en cambio, la gente que se acerca los sábados es el público comprador, el que sabe lo que quiere”, explica Díaz, y señala que los caballitos de batalla de Norma fueron Mitos de la historia argentina, de Pigna; La saga de los confines, de Liliana Bodoc; Escritos imprudentes II, de José Pablo Feinmann; y Cristo llame ya, de Alejandro Seselovsky, que se agotó.
¿Hay entonces una recuperación del público lector? ¿Cómo cruzar las estadísticas que ofrece esta Feria con el 52 por ciento de los argentinos que dijo no haber leído ni un solo libro en el último año? El Centro para el Fomento del Libro y la Lectura en América latina y el Caribe (Cerlalc) participó del 8º Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro que se desarrolló en el predio de La Rural, la semana pasada. “El supuesto ingenuo es que, si ponemos todo esto, la lectura se va a dar automáticamente. ¿Hay un chip que tienen los libros que dice ‘leeme’?”, ironiza Luis Bernardo Peña, subdirector de Lectura y Escritura, ante Página/12. Aunque se refiere a los planes de lectura que se implementan en Iberoamérica, la frase ilustra también lo que ocurre en el predio de la Rural. En América latina cuenta que se lee un promedio de dos libros al año y que en Francia llaman “lectores débiles” a quienes leen menos de 10 libros en el mismo lapso. “Uno de los problemas es la ausencia de indicadores de lectura en Iberoamérica; los indicadores que se han usado hasta ahora no tienen mucho que ver con las realidades latinoamericanas”, señaló Luis Fernando Sarmiento, secretario de Cerlalc.
“El comportamiento del lector se ha transformado radicalmente –aclara el secretario de Cerlalc–, la gente lee cosas distintas y el hecho de que lea cosas distintas no implica que lea menos.” Ambos coinciden en señalar que el plan de lectura en la Argentina es pionero en este sentido porque “relativiza los resultados de los estudios estadísticos y propone un enfoque sociocultural de la lectura”. Primera conclusión: “Habría que convertir la lectura en singular –asociada a la cultura del libro– a las lecturas en plural”, plantean Sarmiento y Peña. “Nunca antes en la historia de la humanidad se ha leído tanto, no es cierto que en América latina se está leyendo menos, no hay elementos empíricos que demuestren esto”, concluye Peña.
13 de marzo de 2005
Marco Aurelio: Meditaciones
El emperador romano Marco Aurelio, padre del desastroso Cómodo, fue un buen gobernante, pero no tanto como buen filósofo. Se reunen en su persona dos actividades que parecen difícil de compaginar: la del gobernante y la del filósofo. En los últimos años de su vida escribe sus Meditaciones. En ellas deja sus pautas de vida: la sencillez, la modestia por encima de los odios y las revanchas por las ofensas, como buen estoico.
Libro VII
LXVIII. Pasa la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos clamen contra ti las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen los pobres miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta. Porque ¿qué impide que, en medio de todo eso, tu inteligencia se conserven en calma, tenga un juicio verdadero de lo que acontece en torno tuyo y esté dispuesta a hacer uso de lo que está a su alcance? De manera que tu juicio pueda decir a lo que acaezca: 'Tú eres eso en esencia, aunque te muestres distinto en apariencia'. Y tu uso pueda decir a lo que suceda: 'Te buscaba. Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional, social y, en suma, materia de arte humano o divino'. Porque todo lo que acontece se hace familiar a dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino conocido y fácil de manejar.
Libro VIII:
XXVI. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerdo con ella.
LI. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma, constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado.
Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo pues conseguirás tener una fuente perenne y no un simple pozo? Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.
Libro VII
LXVIII. Pasa la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos clamen contra ti las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen los pobres miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta. Porque ¿qué impide que, en medio de todo eso, tu inteligencia se conserven en calma, tenga un juicio verdadero de lo que acontece en torno tuyo y esté dispuesta a hacer uso de lo que está a su alcance? De manera que tu juicio pueda decir a lo que acaezca: 'Tú eres eso en esencia, aunque te muestres distinto en apariencia'. Y tu uso pueda decir a lo que suceda: 'Te buscaba. Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional, social y, en suma, materia de arte humano o divino'. Porque todo lo que acontece se hace familiar a dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino conocido y fácil de manejar.
Libro VIII:
XXVI. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerdo con ella.
LI. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma, constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado.
Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo pues conseguirás tener una fuente perenne y no un simple pozo? Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.
Cínicos
Dos fábulas de Esopo sobre Diógenes
DIÓGENES DE VIAJE
Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:
-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.
Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.
DIÓGENES Y EL CALVO
Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre que era calvo, replicó:
-¡Los dioses me libren de responderte con insultos! ¡Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!
Si regalamos un insulto, no esperemos de regreso un regalo menor.
********
Diógenes de Sinope o El Perro como le llamaban en la Atenas del siglo IV llegó a ser un personaje bastante popular, del que se contaban multitud de anécdotas, no siempre ciertas. En ellas siempre aparece Diógenes como una persona muy perspicaz, irónica y crítica de la realidad. Y esto sí que es cierto: Diógenes fue un filósofo que llevó una vida acorde con sus ideas, logró materializar lo que el precursor del Cinismo, Antístenes, había proclamado en sus escritos pero no se había atrevido, del todo, a realizar.
Diógenes se declara 'ciudadano del mundo', y eso lo hace libre para opinar todo lo que quiera de quien quiera. Según cuenta otro Diógenes, pero este Diógenes Laercio, vivía el cínico en una tinaja en medio de la ciudad, demostrando de esta forma que no tenía propiedades alguna y que vivía como un ratón o un perro: libre.
Una historia de amorYo, Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina
la vida viril que los cínicos llevan;
no me agrada la túnica sujeta con fíbulas; odio
las sandalias de suela gruesa y las redecillas
brillantes. Me gustan la alforja y el bastón de viajero
y la manta que en tierra por la noche me cubre.
No me aventaja en verdad la menalia Atalanta
que el saber a la vida montaraz sobrepuja
(epígrama de Antípatro, versión de M. Fdez.-Galiano, cfrdo. en García Gual, C., La Secta del Perro. Diógenes Laercio: Vidas de los Filosofos cínicos, Alianza Editorial).
Crates fue un discípulo de Diógenes, el Cínico, hijo de una rica familia, abandona todo y se hace mendigo para vivir como su maestro indicaba. Poeta del que apenas nos quedan restos, sí que nos ha llegado múltiples de sus anécdotas, una de ellas es la que lo relaciona con Hiparquia, hermana de uno de sus seguidores. Hiparquia oye hablar a su hermano de este hombre bueno, pobre por elección y sabio. Tanto oye hablar de él, que sin conocerlo, lo quiere. Lo busca y le declara su amor. Crates no sabe cómo decirle que no es precisamente el mejor partido matrimonial. Y a falta de palabras que la convenciera. Crates se quita la túnica y se presenta ante ella desnudo para que viera cómo era y qué podría ofrecerle "éste es el novio, ésta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos", estas fueron sus palabras. Y la joven tomó su mismo hábito y se hizo compañera de él.
A Crates se le atribuye el siguiente dicho:
El amor lo hace cesar el hambre, y si no, el tiempo.
Y si no puedes servirte de estos medios, el lazo de horca.
Pero él amó a Hiparquia.
DIÓGENES DE VIAJE
Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:
-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.
Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.
DIÓGENES Y EL CALVO
Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre que era calvo, replicó:
-¡Los dioses me libren de responderte con insultos! ¡Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!
Si regalamos un insulto, no esperemos de regreso un regalo menor.
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Diógenes de Sinope o El Perro como le llamaban en la Atenas del siglo IV llegó a ser un personaje bastante popular, del que se contaban multitud de anécdotas, no siempre ciertas. En ellas siempre aparece Diógenes como una persona muy perspicaz, irónica y crítica de la realidad. Y esto sí que es cierto: Diógenes fue un filósofo que llevó una vida acorde con sus ideas, logró materializar lo que el precursor del Cinismo, Antístenes, había proclamado en sus escritos pero no se había atrevido, del todo, a realizar.
Diógenes se declara 'ciudadano del mundo', y eso lo hace libre para opinar todo lo que quiera de quien quiera. Según cuenta otro Diógenes, pero este Diógenes Laercio, vivía el cínico en una tinaja en medio de la ciudad, demostrando de esta forma que no tenía propiedades alguna y que vivía como un ratón o un perro: libre.
Una historia de amorYo, Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina
la vida viril que los cínicos llevan;
no me agrada la túnica sujeta con fíbulas; odio
las sandalias de suela gruesa y las redecillas
brillantes. Me gustan la alforja y el bastón de viajero
y la manta que en tierra por la noche me cubre.
No me aventaja en verdad la menalia Atalanta
que el saber a la vida montaraz sobrepuja
(epígrama de Antípatro, versión de M. Fdez.-Galiano, cfrdo. en García Gual, C., La Secta del Perro. Diógenes Laercio: Vidas de los Filosofos cínicos, Alianza Editorial).
Crates fue un discípulo de Diógenes, el Cínico, hijo de una rica familia, abandona todo y se hace mendigo para vivir como su maestro indicaba. Poeta del que apenas nos quedan restos, sí que nos ha llegado múltiples de sus anécdotas, una de ellas es la que lo relaciona con Hiparquia, hermana de uno de sus seguidores. Hiparquia oye hablar a su hermano de este hombre bueno, pobre por elección y sabio. Tanto oye hablar de él, que sin conocerlo, lo quiere. Lo busca y le declara su amor. Crates no sabe cómo decirle que no es precisamente el mejor partido matrimonial. Y a falta de palabras que la convenciera. Crates se quita la túnica y se presenta ante ella desnudo para que viera cómo era y qué podría ofrecerle "éste es el novio, ésta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos", estas fueron sus palabras. Y la joven tomó su mismo hábito y se hizo compañera de él.
A Crates se le atribuye el siguiente dicho:
El amor lo hace cesar el hambre, y si no, el tiempo.
Y si no puedes servirte de estos medios, el lazo de horca.
Pero él amó a Hiparquia.
G. Brenan: Al Sur de Granada
G. Brenan: Al Sur de Granada
"Sólo comíamos carne de vez en cuando, siempre que se mataba un cabrito. Poca gente la comía, excepto en días de fiesta; sin embargo, el pescado llegaba desde la costa en mulas casi todas las noches del año: sardinas, boquerones, jureles y pulpos, y el hombre lo traía lo vendía de puerta en puerta. Únicamente en verano escaseaba, de acuerdo con el verso que dice:
En los meses que no tienen erre,
ni pescado ni mujeres.
ESte adagio se explica, porque consideraban que el pescado en verano, al estar criando, es insalubre; y si un hombre hace el amor con su esponsa, se encontrará debilitado para el largo día de trabajo que le espera. Esto es, al menos, lo que la gente dice, si bien la verdadera razón radica en que mientras la sementera requiere la asistencia mágica de un lecho matrimonial lujurioso, la recolección ha de llevarse a cabo en un estado de pureza ritual. Por la misma razón, las mujeres no han de recoger plantas o flores, ni tocar el maíz ni los aperos ni, si es posible, cuando tienen el período. Si se lavan las manos o la cara caerán enfermas, y si intentan hacer pan, la masa no esponjará."
"En 1492 el reino de Granada desapareció al ser tomada la ciudad por Isabel y Fernando. Los términos de la capitulación permitían a los moros el pleno ejercicio de sus leyes y de sus costumbres. Boabdil, el rey moro, recibió como feudo perpetuo La Alpujarra, para él y sus herederos, y siguiendo este acuerdo se estableció en Andarax, unos cuantos kilómetros al este de Ugíjar. Nos queda un cuardo de él persiguiendo liebres con sus galgos y cazando con sus halcones. Pero los españoles, una vez cubiertos sus objetivos, mostraron poco entusiasmo en llevar a cabo las capitulaciones que habían firmado. Además de su mala disposición a tolerar una religión extraña, temieron que los turcos, cuyo poder estaba en ascenso en el Mediterráneo, utilizaran las regiones moras de país como cabeza de puente para intentar reconquistarlo. Al cabo de un año, Boabdil fue enviado a Africa, e Isabel, cuyo confesor le advertía que era una ofensa contra Dios tolerar a los infieles, inició una política de conversión forzosa. La consecuencia fue que en el territorio comprendido entre Ronda, Baza y Almería, hubo un levantamiento armado.
La rebelión fue aplastada tras varios años de lucha. Se promulgó un decreto que daba a elegir a todos los moros del reino de Castilla entre la conversión y la expulsión. La mayoría de ellos eligieron la primera opción, pero su cristianismo fue siempre puramente nominal, ya que la Iglesia se tomó poco trabajo en instruirlos en sus doctrinas. Encontrando menos problemático aplicar la fuerza que la persuasión, procedió a hacerles la vida imposible. Les fue prohibido bañarse, celebrar sus fiestas, tocar sus instrumentos musicales, llevar sus vestidos tradicionales, hablar su idioma, hasta que, por fin, tras un edito particularmente duro, decidieron sublevarse una vez más. La fecha elegida fue la Nochebuena de 1568, y esta vez la Alpujarra fue la única en levantarse."
La Alpujarra es una comarca que la ley decimonónica de división provincial hizo que quedara entre dos provincias: Granada y Almería, dividiendo así lo que es históricamente una 'provincia' (cuidado porque nosotros llamamos provincias a una ciudad principal de la que dependen varias ciudades menores o pueblos de diferente magnitud e importancia). Dividir la Alpujarra entre dos provincias es una prueba más de la estulticia de algunos gobernantes.
Un par de puntualizaciones a lo dicho por don Gerardo (como lo llamaban en Yegén, pueblecito de las Alpujarras donde vivió). Primero, curioso que dé como cierto la leyenda y deseche lo real en el primer texto. En el segundo, dice españoles cuando se refiere a cristianos, pues tanto los árabes como los cristianos eran españoles.
"Sólo comíamos carne de vez en cuando, siempre que se mataba un cabrito. Poca gente la comía, excepto en días de fiesta; sin embargo, el pescado llegaba desde la costa en mulas casi todas las noches del año: sardinas, boquerones, jureles y pulpos, y el hombre lo traía lo vendía de puerta en puerta. Únicamente en verano escaseaba, de acuerdo con el verso que dice:
En los meses que no tienen erre,
ni pescado ni mujeres.
ESte adagio se explica, porque consideraban que el pescado en verano, al estar criando, es insalubre; y si un hombre hace el amor con su esponsa, se encontrará debilitado para el largo día de trabajo que le espera. Esto es, al menos, lo que la gente dice, si bien la verdadera razón radica en que mientras la sementera requiere la asistencia mágica de un lecho matrimonial lujurioso, la recolección ha de llevarse a cabo en un estado de pureza ritual. Por la misma razón, las mujeres no han de recoger plantas o flores, ni tocar el maíz ni los aperos ni, si es posible, cuando tienen el período. Si se lavan las manos o la cara caerán enfermas, y si intentan hacer pan, la masa no esponjará."
"En 1492 el reino de Granada desapareció al ser tomada la ciudad por Isabel y Fernando. Los términos de la capitulación permitían a los moros el pleno ejercicio de sus leyes y de sus costumbres. Boabdil, el rey moro, recibió como feudo perpetuo La Alpujarra, para él y sus herederos, y siguiendo este acuerdo se estableció en Andarax, unos cuantos kilómetros al este de Ugíjar. Nos queda un cuardo de él persiguiendo liebres con sus galgos y cazando con sus halcones. Pero los españoles, una vez cubiertos sus objetivos, mostraron poco entusiasmo en llevar a cabo las capitulaciones que habían firmado. Además de su mala disposición a tolerar una religión extraña, temieron que los turcos, cuyo poder estaba en ascenso en el Mediterráneo, utilizaran las regiones moras de país como cabeza de puente para intentar reconquistarlo. Al cabo de un año, Boabdil fue enviado a Africa, e Isabel, cuyo confesor le advertía que era una ofensa contra Dios tolerar a los infieles, inició una política de conversión forzosa. La consecuencia fue que en el territorio comprendido entre Ronda, Baza y Almería, hubo un levantamiento armado.
La rebelión fue aplastada tras varios años de lucha. Se promulgó un decreto que daba a elegir a todos los moros del reino de Castilla entre la conversión y la expulsión. La mayoría de ellos eligieron la primera opción, pero su cristianismo fue siempre puramente nominal, ya que la Iglesia se tomó poco trabajo en instruirlos en sus doctrinas. Encontrando menos problemático aplicar la fuerza que la persuasión, procedió a hacerles la vida imposible. Les fue prohibido bañarse, celebrar sus fiestas, tocar sus instrumentos musicales, llevar sus vestidos tradicionales, hablar su idioma, hasta que, por fin, tras un edito particularmente duro, decidieron sublevarse una vez más. La fecha elegida fue la Nochebuena de 1568, y esta vez la Alpujarra fue la única en levantarse."
La Alpujarra es una comarca que la ley decimonónica de división provincial hizo que quedara entre dos provincias: Granada y Almería, dividiendo así lo que es históricamente una 'provincia' (cuidado porque nosotros llamamos provincias a una ciudad principal de la que dependen varias ciudades menores o pueblos de diferente magnitud e importancia). Dividir la Alpujarra entre dos provincias es una prueba más de la estulticia de algunos gobernantes.
Un par de puntualizaciones a lo dicho por don Gerardo (como lo llamaban en Yegén, pueblecito de las Alpujarras donde vivió). Primero, curioso que dé como cierto la leyenda y deseche lo real en el primer texto. En el segundo, dice españoles cuando se refiere a cristianos, pues tanto los árabes como los cristianos eran españoles.
Remembranzas de Boabdil de Irving
Cuentos de la Alhambra (si no lo has leído, es lectura imprescindible si se quiere conocer Granada, pero saltate la parte del viaje, eso está en cualquier libro de viaje de cualquier escritor romántico. La mejor edición la de Everest, pero cualquiera vale)
(fragmento)
Con el pensamiento todavía puesto en el desdichado Boabdil me dediqué a buscar los recuerdos de él que se conservan en este teatro de su soberanía y de sus infortunios.
Tiene la Torre de Comares dos habitaciones abovedadas, separadas por un pasillo, que sirvieron de prisión al rey moro y a su madre, la virtuosa Ayxa la Horra. Ninguna otra parte del castillo hubiera valido mejor para el propósito: las paredes exteriores son de enorme espesor, presentando ventanillo que parecen taladrados en ellas, cruzados con barras de hierro. A los tres lados de la torre, precisamente debajo de esos ventanillos, extiéndese estrecha galería de piedras con un parapeto, de poca altura, pero a considerable distancia de tierra. Presúmese que desde esta galería salvara la reina a su hijo valiéndose de los chales de su séquito femenino atados unos a otros, y envolviendo en el suyo propio el pequeñuelo: con esa cadena de seda lo bajaría en la oscuridad de la noche al suelo, donde esperarían sus leales partidarios, que en veloces corceles lo llevarían a las montañas. Cerca de cuatrocientos años han pasado, y apenas ha sufrido alteración el lugar. Mi imaginación reproduce la escena y adivina a la reina, inclinada sobre el parapeto, atisbando, con el corazón anhelante de madre, y queriendo dar alas a los caballos que cruzaban el valle del Darro con la preciosa carga.
Busqué después la puerta bajo cuyo dintel pasó por última vez Boabdil al salir de la Alhambra para rendir su capital y su reino a los monarcas cristianos. Alentando melancólico capricho de un ánimo destrozado, o quizás bajo el influjo de impresión supersticiosa, el soberano musulmán solicitó de los Reyes Católicos que no consintieran que nadie pasara después aquella puerta. Recogen las crónicas que Isabel I de España, acogiendo con simpatía la petición, mandó tapiar la puerta. Por esto, seguramente resultó difícil encontrarla. Tuve que acudir a Mateo Ximénez, quien me insinuó que debía ser una abertura, ahora cerrada con piedras, que, según había oído a su abuelo y a su padre, fue la salida que utilizó el rey Chico para abandonar la fortaleza.
- Rodea gran misterio el lugar -añadió mi cicerone-, y en todos los habitantes que por generaciones hemos ido viviendo en la Alhambra, no se ha guardado memoria de que la puerta haya sido abierta.
Condújome muy luego a ella. Está en el centro de lo que fue Torre de los Siete Pisos, mole elevada, inmensa, que entre la vecindad de la fortaleza ha adquirido fama como teatro de extrañas apariciones y hechizos moriscos. Swinburne, viajero que corrió y recorrió estos parajes asegura que fue la gran puerta de entrada al castillo; los que han buceado en los documentos granadinos afirman que sirvió de acceso a esa parte de las habitaciones reales y que en ella prestó guardia la escolta personal del rey moro. Pudo servir muy bien de entrada y de salida del palacio, en tanto que la soberbia. Puerta de la justicia fuera la admisión principal a la fortaleza. Cuando Boabdil cruzó los umbrales del palacio para descender a la vega donde hizo entrega de las llaves de la ciudad a los soberanos españoles, comisionó a su visir Aben Comixa que tributase honores a la guarnición cristiana que subía para posesionarse de la Alhambra.
La Torre de los Siete Pisos, un tiempo inexpugnable, está hoy totalmente destruida: la volaron los franceses cuando, fracasada la invasión napoleónica, abandonaron la fortaleza; desparramadas por el suelo aparecen sus ruinas ocultas entre vides y chumberas o cubiertas por lujuriosa vegetación. Consérvase el arco de la puerta, aunque agrietado por los terremotos; pero sigue carrado, ahora por piedras y restos de las ruinas, (...)
Monté mi caballo para seguir la ruta del monarca musulmán desde el palacio de Granada. Crucé la colina de los Mártires, y marchando a lo largo de las tapias del jardín de un convento que lleva ese nombre, descendí áspera quebrada, sembrada espesamente de áloes y de higos chumbos y con un enjambre de cuevas y de cabañas llenas de gitanos. El descenso era tan escabroso y difícil que me vi obligado a apearme del caballo y conducirlo de la mano. Fue esta vía dolorosa la que eligió el infeliz Boabdil en los tristes momentos de su derrota, acaso para evitar que sus súbditos presenciaran la humillación de su altivez, pero muy probablemente para no dar lugar a que se produjera agitación popular al verle en el camino fatal de la sumisión del imperio. A análogo motivo obedeció, sin duda, que las tropas españolas enviadas por el rey Fernando para tomar posesión de la Alhambra subieran por la misma ruta.
Saliendo de esta tosca quebrada, que tan melancólicos recuerdos envuelve, y pasando por la Puerta de los Molinos, salí al Prado, y por el curso del Genil llegué a una capilla, mezquita de antaño, hoy ermita de San Sebastián. Aquí, según la tradición, rindió Boabdil las llaves de granada al rey Católico. A paso corto de mi corcel crucé la vega hasta una aldehuela, donde hace siglos esperaron al monarca moro su familia y sus más leales servidores, enviados la noche anterior desde la Alhambra a fin de librar de la pesadumbre de la vergüenza a la esposa y a la madre del Rey Chico y para no exponerlas a la curiosidad de los vencedores.
Empezaba aquí el verdadero calvario del destierro. Abordándolo, llegué a una cadena de colinas, estériles y solitarias, que forman la falda de las Alpujarras. Desde una de estas cumbres, bautizada con el expresivo nombre de la "Cuesta de las lágrimas", dirigió Boabdil una mirada a la ciudad. Más allá, un camino arenoso de enreda y desenreda entre un desierto, visión que pondría ciertamente mayor congoja en el debilitado espíritu del Rey Chico.
Espoleé mi caballo para subir la cima de una roca y llegar a una peña, en la que Boabdil hizo honda expresión de su tristeza al poner los ojos en despedida final a la Alhambra, al alentar "el último suspiro del Moro", como se ha denominado el sentimiento mezcla de pena, ansia y deseo que lanzó el soberano musulmán. ¿Habrá quien crea insólita aquella pesadumbre y aquella angustia al verse el monarca expulsado de su palacio? Con la Alhambra hacía sumisión de todos los honores de su linaje y de todas las glorias y delicias de la vida.
En este mismo lugar aumentó la amargura del derrotado el reproche de la reina Ayxa: "Haces bien en llorar como mujer al separarte de lo que no supiste defender como hombre", frase que manifiesta más el orgullo y la altivez de la princesa que la ternura y le efusión de la madre.
(Pero no se hagan ilusiones, las cosas han cambiado, hoy no nos podemos instalar a pasar una temporadita en cualquier lugar de la Alhambra, como hizo Irving en el jardin de Lindaraja, seguramente si así quisiera hacerlo, lo despertarían los gritos de los guías y comería a costa de la municipalidad granadina en la comisaría)
(fragmento)
Con el pensamiento todavía puesto en el desdichado Boabdil me dediqué a buscar los recuerdos de él que se conservan en este teatro de su soberanía y de sus infortunios.
Tiene la Torre de Comares dos habitaciones abovedadas, separadas por un pasillo, que sirvieron de prisión al rey moro y a su madre, la virtuosa Ayxa la Horra. Ninguna otra parte del castillo hubiera valido mejor para el propósito: las paredes exteriores son de enorme espesor, presentando ventanillo que parecen taladrados en ellas, cruzados con barras de hierro. A los tres lados de la torre, precisamente debajo de esos ventanillos, extiéndese estrecha galería de piedras con un parapeto, de poca altura, pero a considerable distancia de tierra. Presúmese que desde esta galería salvara la reina a su hijo valiéndose de los chales de su séquito femenino atados unos a otros, y envolviendo en el suyo propio el pequeñuelo: con esa cadena de seda lo bajaría en la oscuridad de la noche al suelo, donde esperarían sus leales partidarios, que en veloces corceles lo llevarían a las montañas. Cerca de cuatrocientos años han pasado, y apenas ha sufrido alteración el lugar. Mi imaginación reproduce la escena y adivina a la reina, inclinada sobre el parapeto, atisbando, con el corazón anhelante de madre, y queriendo dar alas a los caballos que cruzaban el valle del Darro con la preciosa carga.
Busqué después la puerta bajo cuyo dintel pasó por última vez Boabdil al salir de la Alhambra para rendir su capital y su reino a los monarcas cristianos. Alentando melancólico capricho de un ánimo destrozado, o quizás bajo el influjo de impresión supersticiosa, el soberano musulmán solicitó de los Reyes Católicos que no consintieran que nadie pasara después aquella puerta. Recogen las crónicas que Isabel I de España, acogiendo con simpatía la petición, mandó tapiar la puerta. Por esto, seguramente resultó difícil encontrarla. Tuve que acudir a Mateo Ximénez, quien me insinuó que debía ser una abertura, ahora cerrada con piedras, que, según había oído a su abuelo y a su padre, fue la salida que utilizó el rey Chico para abandonar la fortaleza.
- Rodea gran misterio el lugar -añadió mi cicerone-, y en todos los habitantes que por generaciones hemos ido viviendo en la Alhambra, no se ha guardado memoria de que la puerta haya sido abierta.
Condújome muy luego a ella. Está en el centro de lo que fue Torre de los Siete Pisos, mole elevada, inmensa, que entre la vecindad de la fortaleza ha adquirido fama como teatro de extrañas apariciones y hechizos moriscos. Swinburne, viajero que corrió y recorrió estos parajes asegura que fue la gran puerta de entrada al castillo; los que han buceado en los documentos granadinos afirman que sirvió de acceso a esa parte de las habitaciones reales y que en ella prestó guardia la escolta personal del rey moro. Pudo servir muy bien de entrada y de salida del palacio, en tanto que la soberbia. Puerta de la justicia fuera la admisión principal a la fortaleza. Cuando Boabdil cruzó los umbrales del palacio para descender a la vega donde hizo entrega de las llaves de la ciudad a los soberanos españoles, comisionó a su visir Aben Comixa que tributase honores a la guarnición cristiana que subía para posesionarse de la Alhambra.
La Torre de los Siete Pisos, un tiempo inexpugnable, está hoy totalmente destruida: la volaron los franceses cuando, fracasada la invasión napoleónica, abandonaron la fortaleza; desparramadas por el suelo aparecen sus ruinas ocultas entre vides y chumberas o cubiertas por lujuriosa vegetación. Consérvase el arco de la puerta, aunque agrietado por los terremotos; pero sigue carrado, ahora por piedras y restos de las ruinas, (...)
Monté mi caballo para seguir la ruta del monarca musulmán desde el palacio de Granada. Crucé la colina de los Mártires, y marchando a lo largo de las tapias del jardín de un convento que lleva ese nombre, descendí áspera quebrada, sembrada espesamente de áloes y de higos chumbos y con un enjambre de cuevas y de cabañas llenas de gitanos. El descenso era tan escabroso y difícil que me vi obligado a apearme del caballo y conducirlo de la mano. Fue esta vía dolorosa la que eligió el infeliz Boabdil en los tristes momentos de su derrota, acaso para evitar que sus súbditos presenciaran la humillación de su altivez, pero muy probablemente para no dar lugar a que se produjera agitación popular al verle en el camino fatal de la sumisión del imperio. A análogo motivo obedeció, sin duda, que las tropas españolas enviadas por el rey Fernando para tomar posesión de la Alhambra subieran por la misma ruta.
Saliendo de esta tosca quebrada, que tan melancólicos recuerdos envuelve, y pasando por la Puerta de los Molinos, salí al Prado, y por el curso del Genil llegué a una capilla, mezquita de antaño, hoy ermita de San Sebastián. Aquí, según la tradición, rindió Boabdil las llaves de granada al rey Católico. A paso corto de mi corcel crucé la vega hasta una aldehuela, donde hace siglos esperaron al monarca moro su familia y sus más leales servidores, enviados la noche anterior desde la Alhambra a fin de librar de la pesadumbre de la vergüenza a la esposa y a la madre del Rey Chico y para no exponerlas a la curiosidad de los vencedores.
Empezaba aquí el verdadero calvario del destierro. Abordándolo, llegué a una cadena de colinas, estériles y solitarias, que forman la falda de las Alpujarras. Desde una de estas cumbres, bautizada con el expresivo nombre de la "Cuesta de las lágrimas", dirigió Boabdil una mirada a la ciudad. Más allá, un camino arenoso de enreda y desenreda entre un desierto, visión que pondría ciertamente mayor congoja en el debilitado espíritu del Rey Chico.
Espoleé mi caballo para subir la cima de una roca y llegar a una peña, en la que Boabdil hizo honda expresión de su tristeza al poner los ojos en despedida final a la Alhambra, al alentar "el último suspiro del Moro", como se ha denominado el sentimiento mezcla de pena, ansia y deseo que lanzó el soberano musulmán. ¿Habrá quien crea insólita aquella pesadumbre y aquella angustia al verse el monarca expulsado de su palacio? Con la Alhambra hacía sumisión de todos los honores de su linaje y de todas las glorias y delicias de la vida.
En este mismo lugar aumentó la amargura del derrotado el reproche de la reina Ayxa: "Haces bien en llorar como mujer al separarte de lo que no supiste defender como hombre", frase que manifiesta más el orgullo y la altivez de la princesa que la ternura y le efusión de la madre.
(Pero no se hagan ilusiones, las cosas han cambiado, hoy no nos podemos instalar a pasar una temporadita en cualquier lugar de la Alhambra, como hizo Irving en el jardin de Lindaraja, seguramente si así quisiera hacerlo, lo despertarían los gritos de los guías y comería a costa de la municipalidad granadina en la comisaría)
2 de marzo de 2005
de Cacho Castaña
Café La Humedad
Las letras de Cacho Castaña me gustaron desde la primera vez que las oí, no es que sea una fanática, para eso no da, pero me gustan sus tangos, no así cuando se sale de estos y se pone a cantar esa especie de seudobailanta que también suele cantar. Estas letras tienen, en mi opinión gran contenido poético y lírico.
Por cierto, lo de Cacho es sobrenombre de no sé qué nombre, cuando lo oí por primera vez, pensé, vaya mal gusto, es como si se llamara 'pedazo de castaña', luego me di cuenta de que lo de Cacho es un sobrenombre muy extendido aquí y que nada tiene que ver con lo del pedazo.
Humedad... llovizna y frio; mi aliento
empaña el vidrio azul del viejo bar.
No me pregunten si hace mucho que la espero,
un cafe que ya esta frío y hace varios ceniceros.
Aunque se que nunca llega, siempre
que llueve voy corriendo hasta el café
y solo cuento con la compañia de un gato
que al cordon de mi zapato lo destroza con placer.
Cafe "La Humedad", billar y reunión,
sabado con trampas, que linda función !
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Cafe "La Humedad", billar y reunión,
dominó con trampas, que linda función !
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
Soledad ... de soltería, son treinta
abriles ya cansados de soñar,
por eso vuelvo a la esquina del boliche,
a buscar la barra eterna de Gaona y Bocaya,
Vamos, muchachos, esta noche a recordar
una por una las hazañas de otros tiempos
y el recuerdo del boliche que llamamos "La Humedad".
Tita de Buenos Aires
Te pintaron las cejas con dos pinceladas de asfalto caliente
y quedó Buenos Aires dibujada en tu frente.
Y esa pena de amor que agrandó tus ojeras, faltando a la cita,
no pudiste borrarla ni con agua bendita.
Era escudo y espada tu palabra atrevida,
tu mirada insolente, cuanto miedo tenías que te dañe la gente.
Esa gente que hablaba y que mal comentaba tu sabiduría.
Ellos nunca supieron lo que tu ya sabías
Tita de Buenos Aires, Tita mía,
la de los tangos calientes y las manos tan frías,
la de plegarias al cielo como la Madre María.
La del mercado de Abasto, la del paseo en tranvía.
Ese loco coraje de potro salvaje, te galopa en las venas
cuando bailas un tango, cuando cantas tus penas.
Y aunque tires la bronca, me trates de loco,
de nada me quejo, tu mirada en silencio es también un consejo.
Te pintaron las cejas con dos pinceladas de asfalto caliente
y quedó Buenos Aires y su calle Corrientes.
Esa pena de amor que agrandó tus ojeras faltando a la cita,
no pudieron borrarla ni con agua bendita.
Tita de Buenos Aires, Tita mía,
la de los tangos calientes y de las manos tan frías,
la de plegarias al cielo como la Madre María.
La del mercado de Abasto, la del paseo en tranvía
Que pocos, que pocos se dieron cuenta cuanto miedo les tenías
*************
La Gata Varela (Para mi hermana Ana)
La gata sale a cantar, envuelta en adrenalina
y perfuma el escenario, con inciensos y licinas
con un código de tango, sin libros y sin escuela
y te lo dice pintando, con colores de acuarela.
El mejor de los cantores, tiene la vieja enseñanza
de callar cuando se debe y de hablar cuando hace falta
gata mojada de lluvia que aligerando los vicios
sale a andar por las cornisas
sin caer al precipicio
Parece una atorranta cuando canta
Parece que se deja y no se deja
Te da la sensación cuando camina
que en vez de una mujer, llegan dos minas
Parece medio loca y que provoca
porque el tango en su boca es un gemido
Parece que ya nada le sorprende
parece saber todo de la vida
parece, pero no es lo que parece
es una gata herida
Los que cantan a los gritos seguiran siendo aprendices
porque el tango no se canta, porque al tango se lo dice
con la pausa y el silencio al que aluden los poetas
despacito poco a poco, para que entiendan la letra
Cuando el publico no escucha, la gata tiene el orgullo
de tener la mente fresca, en el medio del barullo
yo tambien escribo y canto sin libros y sin escuela
despacito poco a poco
como la gata Varela...
Parece una atorranta cuando canta
Parece que se deja y no se deja
Te da la sensación cuando camina
que en vez de una mujer, llegan dos minas
Parece medio loca y que provoca
porque el tango en su boca es un gemido
Parece que ya nada le sorprende
parece saber todo de la vida
parece, pero no es lo que parece
es una gata herida
Las letras de Cacho Castaña me gustaron desde la primera vez que las oí, no es que sea una fanática, para eso no da, pero me gustan sus tangos, no así cuando se sale de estos y se pone a cantar esa especie de seudobailanta que también suele cantar. Estas letras tienen, en mi opinión gran contenido poético y lírico.
Por cierto, lo de Cacho es sobrenombre de no sé qué nombre, cuando lo oí por primera vez, pensé, vaya mal gusto, es como si se llamara 'pedazo de castaña', luego me di cuenta de que lo de Cacho es un sobrenombre muy extendido aquí y que nada tiene que ver con lo del pedazo.
Humedad... llovizna y frio; mi aliento
empaña el vidrio azul del viejo bar.
No me pregunten si hace mucho que la espero,
un cafe que ya esta frío y hace varios ceniceros.
Aunque se que nunca llega, siempre
que llueve voy corriendo hasta el café
y solo cuento con la compañia de un gato
que al cordon de mi zapato lo destroza con placer.
Cafe "La Humedad", billar y reunión,
sabado con trampas, que linda función !
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Cafe "La Humedad", billar y reunión,
dominó con trampas, que linda función !
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
Soledad ... de soltería, son treinta
abriles ya cansados de soñar,
por eso vuelvo a la esquina del boliche,
a buscar la barra eterna de Gaona y Bocaya,
Vamos, muchachos, esta noche a recordar
una por una las hazañas de otros tiempos
y el recuerdo del boliche que llamamos "La Humedad".
Tita de Buenos Aires
Te pintaron las cejas con dos pinceladas de asfalto caliente
y quedó Buenos Aires dibujada en tu frente.
Y esa pena de amor que agrandó tus ojeras, faltando a la cita,
no pudiste borrarla ni con agua bendita.
Era escudo y espada tu palabra atrevida,
tu mirada insolente, cuanto miedo tenías que te dañe la gente.
Esa gente que hablaba y que mal comentaba tu sabiduría.
Ellos nunca supieron lo que tu ya sabías
Tita de Buenos Aires, Tita mía,
la de los tangos calientes y las manos tan frías,
la de plegarias al cielo como la Madre María.
La del mercado de Abasto, la del paseo en tranvía.
Ese loco coraje de potro salvaje, te galopa en las venas
cuando bailas un tango, cuando cantas tus penas.
Y aunque tires la bronca, me trates de loco,
de nada me quejo, tu mirada en silencio es también un consejo.
Te pintaron las cejas con dos pinceladas de asfalto caliente
y quedó Buenos Aires y su calle Corrientes.
Esa pena de amor que agrandó tus ojeras faltando a la cita,
no pudieron borrarla ni con agua bendita.
Tita de Buenos Aires, Tita mía,
la de los tangos calientes y de las manos tan frías,
la de plegarias al cielo como la Madre María.
La del mercado de Abasto, la del paseo en tranvía
Que pocos, que pocos se dieron cuenta cuanto miedo les tenías
*************
La Gata Varela (Para mi hermana Ana)
La gata sale a cantar, envuelta en adrenalina
y perfuma el escenario, con inciensos y licinas
con un código de tango, sin libros y sin escuela
y te lo dice pintando, con colores de acuarela.
El mejor de los cantores, tiene la vieja enseñanza
de callar cuando se debe y de hablar cuando hace falta
gata mojada de lluvia que aligerando los vicios
sale a andar por las cornisas
sin caer al precipicio
Parece una atorranta cuando canta
Parece que se deja y no se deja
Te da la sensación cuando camina
que en vez de una mujer, llegan dos minas
Parece medio loca y que provoca
porque el tango en su boca es un gemido
Parece que ya nada le sorprende
parece saber todo de la vida
parece, pero no es lo que parece
es una gata herida
Los que cantan a los gritos seguiran siendo aprendices
porque el tango no se canta, porque al tango se lo dice
con la pausa y el silencio al que aluden los poetas
despacito poco a poco, para que entiendan la letra
Cuando el publico no escucha, la gata tiene el orgullo
de tener la mente fresca, en el medio del barullo
yo tambien escribo y canto sin libros y sin escuela
despacito poco a poco
como la gata Varela...
Parece una atorranta cuando canta
Parece que se deja y no se deja
Te da la sensación cuando camina
que en vez de una mujer, llegan dos minas
Parece medio loca y que provoca
porque el tango en su boca es un gemido
Parece que ya nada le sorprende
parece saber todo de la vida
parece, pero no es lo que parece
es una gata herida
Poesía árabe de ahora y de hace un tiempo
IGUAL
Igual es que escuches el consejo o lo desoigas,
¡oh alma!, pues el futuro es como el pasado.
La vida, cuando cesa, es como la vida cuando hace sufrir.
Quien vive tiene algo del que muere.
La pureza no se acerca y el libertinaje no se aleja.
El vaso, si rebosa, es como el vaso a medio llenar.
Las perlas auténticas permanecen sin mácula.
¡Cuántas mujeres livianas fueron vírgenes a la tumba!
Obra como quieras, corazón, no tengas temor:
Si fuiste oro no te hará daño el crisol.
(NASIB ´ARIDA, Emesa, Siria,1988-1946)
*******************
EL BIEN Y EL MAL
He oído en mis sueños, ¡oh maravilla!,
he oído a un diablo hablar dulcemente con un ángel
diciendo: -¡Ay y mil veces ay, hermano mío!
Si no existiera mi infierno, ¿dónde estaría tu cielo?
¿No somos gemelos hermanándose
en nosotros el secreto de la eternidad y el secreto de la
destrucción?
¿No hemos sido modelados de una sola esencia?
Aunque la gente me olvida, ¡olvidarás tú a tu hermano?-
Y meditó el hijo de la luz evocando
recuerdos de un tiempo antiguo,
y se llenaron de lágrimas sus ojos al inclinarse
implorando perdón a Dios y, abrazando al hijo del infierno
dijo: -¡Ay y mil veces ay, hermano mío,
de tu fuego ardiente me llegó la felicidad!
Y volaron los dos, costado
a costado, perdiéndose entre el bordado del mundo.
(MIJA'IL NU´AYMA, Biskinta, Líbano, entre 1889 y 1984)
Poesía andalusí
Fragmentos de algunos de los mejores poetas andalusíes, traducidos del árabe por D. Emilio García Gómez que los encontró en una pequeña antología de la lírica andaluza titulada Kitab rayab al-Mubarrazin wa-gayat almumayyazim ("Libro de las banderas de los campeones y de los estandartes de los selectos") del célebre Ibn Said al-Magribi, muerto en 1274.
LLUVIA SOBRE EL RÍO
La mano de los vientos realiza finos trabajos de
orfebre en el río, ondulado en mil arrugas.
Y siempre que ha terminado de forjar las mallas
de una loriga, la lluvia viene a enlazarlas con sus
clavillos.
Del sevillano (de Manís) ABU-L-QASIM AL-MANISI, llamado ASA AL-AMA. (Siglo XII)
*********
DISCULPA
No me tachéis de inconsecuente porque mi corazón
haya sido apresado por una voz que canta:
Hay que estar serio unas veces y otras dejarse emocionar:
como la madera, de la que sale lo mismo
el arco del guerrero que el laúd del cantor.
Del alfaquí cordobés IBRAHIM BEN UTMAN. (Siglo XII)
***********
PROFESIÓN DE «AMOR UDRÍ»
Yo soy, como quieres y deseas,
un amante apasionado, un poeta ilustre, noble, generoso.
El Iraq me ha amamantado al pecho de su amor,
Bagdad me ha conquistado con su mirada.
Cuando el dolor se prolonga, cuando la vigilia se
apodera de mis párpados, mi propio sufrir me sirve
de descanso:
Método que fundó Chamil y cuya rigidez
aumentaron los que, como yo, vinieron después.
Del poeta granadino BEN MUTARRIF. (Siglo XIII)
**************
EL LUTO EN Al-ANDALUS
Si es el blanco el color de los vestidos
en al-Andalus, cosa justa es.
¿No me ves a mí, que me he vestido con el blanco
de las canas, porque estoy de luto por la juventud?
De ABU-L-HASAN AL-HUSRI, "el Ciego" (m. 1095)
Igual es que escuches el consejo o lo desoigas,
¡oh alma!, pues el futuro es como el pasado.
La vida, cuando cesa, es como la vida cuando hace sufrir.
Quien vive tiene algo del que muere.
La pureza no se acerca y el libertinaje no se aleja.
El vaso, si rebosa, es como el vaso a medio llenar.
Las perlas auténticas permanecen sin mácula.
¡Cuántas mujeres livianas fueron vírgenes a la tumba!
Obra como quieras, corazón, no tengas temor:
Si fuiste oro no te hará daño el crisol.
(NASIB ´ARIDA, Emesa, Siria,1988-1946)
*******************
EL BIEN Y EL MAL
He oído en mis sueños, ¡oh maravilla!,
he oído a un diablo hablar dulcemente con un ángel
diciendo: -¡Ay y mil veces ay, hermano mío!
Si no existiera mi infierno, ¿dónde estaría tu cielo?
¿No somos gemelos hermanándose
en nosotros el secreto de la eternidad y el secreto de la
destrucción?
¿No hemos sido modelados de una sola esencia?
Aunque la gente me olvida, ¡olvidarás tú a tu hermano?-
Y meditó el hijo de la luz evocando
recuerdos de un tiempo antiguo,
y se llenaron de lágrimas sus ojos al inclinarse
implorando perdón a Dios y, abrazando al hijo del infierno
dijo: -¡Ay y mil veces ay, hermano mío,
de tu fuego ardiente me llegó la felicidad!
Y volaron los dos, costado
a costado, perdiéndose entre el bordado del mundo.
(MIJA'IL NU´AYMA, Biskinta, Líbano, entre 1889 y 1984)
Poesía andalusí
Fragmentos de algunos de los mejores poetas andalusíes, traducidos del árabe por D. Emilio García Gómez que los encontró en una pequeña antología de la lírica andaluza titulada Kitab rayab al-Mubarrazin wa-gayat almumayyazim ("Libro de las banderas de los campeones y de los estandartes de los selectos") del célebre Ibn Said al-Magribi, muerto en 1274.
LLUVIA SOBRE EL RÍO
La mano de los vientos realiza finos trabajos de
orfebre en el río, ondulado en mil arrugas.
Y siempre que ha terminado de forjar las mallas
de una loriga, la lluvia viene a enlazarlas con sus
clavillos.
Del sevillano (de Manís) ABU-L-QASIM AL-MANISI, llamado ASA AL-AMA. (Siglo XII)
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DISCULPA
No me tachéis de inconsecuente porque mi corazón
haya sido apresado por una voz que canta:
Hay que estar serio unas veces y otras dejarse emocionar:
como la madera, de la que sale lo mismo
el arco del guerrero que el laúd del cantor.
Del alfaquí cordobés IBRAHIM BEN UTMAN. (Siglo XII)
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PROFESIÓN DE «AMOR UDRÍ»
Yo soy, como quieres y deseas,
un amante apasionado, un poeta ilustre, noble, generoso.
El Iraq me ha amamantado al pecho de su amor,
Bagdad me ha conquistado con su mirada.
Cuando el dolor se prolonga, cuando la vigilia se
apodera de mis párpados, mi propio sufrir me sirve
de descanso:
Método que fundó Chamil y cuya rigidez
aumentaron los que, como yo, vinieron después.
Del poeta granadino BEN MUTARRIF. (Siglo XIII)
**************
EL LUTO EN Al-ANDALUS
Si es el blanco el color de los vestidos
en al-Andalus, cosa justa es.
¿No me ves a mí, que me he vestido con el blanco
de las canas, porque estoy de luto por la juventud?
De ABU-L-HASAN AL-HUSRI, "el Ciego" (m. 1095)
Dos composiciones humorísticas
Lope de Vega: Laurel de Apolo
Pura ironía hacia los italianizantes Boscán y Garcilaso, en esta ocasión se topan con una posadera que parece haber aprendido hablar precisamente leyendo sus poesías, y sin embargo ellos no la entienden.
-Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
-Llamad desde la posta, Garcilaso.
-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
-No hay donde nocturnar palestra armada.
-No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol despinge la porción rosada.
-¿Estás en tí, mujer? -Negóse al tino
el ambulante huésped-. ¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!
Boscán, perdido habemos el camino;
preguntad por Castilla, que estoy loco
o no habemos salido de Vizcaya.
Ándeme yo caliente: Luis de Góngora
Ándeme yo caliente
Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió le cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo con.chas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su Dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan crüel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Pura ironía hacia los italianizantes Boscán y Garcilaso, en esta ocasión se topan con una posadera que parece haber aprendido hablar precisamente leyendo sus poesías, y sin embargo ellos no la entienden.
-Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
-Llamad desde la posta, Garcilaso.
-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
-No hay donde nocturnar palestra armada.
-No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol despinge la porción rosada.
-¿Estás en tí, mujer? -Negóse al tino
el ambulante huésped-. ¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!
Boscán, perdido habemos el camino;
preguntad por Castilla, que estoy loco
o no habemos salido de Vizcaya.
Ándeme yo caliente: Luis de Góngora
Ándeme yo caliente
Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió le cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo con.chas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su Dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan crüel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Elogio de la Soleá
Canto de soleares,
hondo cantar del corazón,
hondo cantar.
Reina de los cantares.
Madre del canto popular.
Llora tu son,
copla sin par.
Y en mi vacío corazón
se oye sonar
el De profundis del bordón...
Llora, cantar.
M.Machado.
Manuel Machado y Antonio Machado, a pesar de tener una educación idéntica, de estudiar ambos primero en la progresista Institución Libre de Enseñanza, viajar luego a Paris, etc., etc., tienen diferentes influencias. A Manuel se le cataloga como 'modernista', con gran tendencia a reflejar el folclore popular andaluz, más andalucista que su hermano, mucho más, pues su hermano tiene un carácter mucho más 'castellano', por eso que encuentre su lugar en Soria y que cuando viaja a Andalucía le falte el aire y el sosiego soriano. A Antonio Machado se le cataloga como de la generación del 98. No obstante tiene muchas composiciones que se pueden encuadrar perfectamente en el modernismo, y sigue recordando aquel patio de Sevilla donde florece el limonero. Sin duda a ambos hermanos no se les puede borrar que vienen de casta folkloristas, el padre, Antonio Machado Álvarez, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, se dedicó al estudio del folklore. Fundó la revista El Folk-Lore Andaluz y publicó obras como la Colección de cantes flamencos (1881) y la Biblioteca de las tradiciones populares españolas (1884-86). Fue amigo de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos, empeñados en ese momento en abrir la mente de los muchachos españoles a través de su Institución Libre de Enseñanza; escribió en periódicos, entre ellos La Justicia (periódico republicano de Nicolás Salmerón), firmando con el seudónimo de «Demófilo» (amigo del pueblo). Por su parte, su abuelo paterno, Antonio Machado Núñez, krausista, era catedrático de ciencias naturales de la Universidad de Sevilla. Nació en Cádiz (1812), de joven emigró a Guatemala, estudió medicina en París y fue catedrático de las Universidades de Cádiz, Santiago de Compostela y Sevilla, de la que sería rector. Fue gobernador de Sevilla (1869-70), introdujo las ideas de Darwin en España fue cofundador de la Revista mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias (1869-74). En 1875 renunció a la cátedra a raíz de la expulsión de Giner de los Ríos y otros profesores krausistas por el gobierno Cánovas (no volvería a ella hasta 1881, con la restitución de los profesores durante el gobierno liberal de Sagasta). La abuela paterna, Cipriana Álvarez Durán fue sobrina de Agustín Durán, compilador de un Romancero general, 1849, muy bien conocido de Antonio Machado.
Como veis de casta le vienen a los galgos ser como fueron.
En cuanto a las diferencias, ¿quién ha dicho que por ser hermanos deben ser de igual caracter?
hondo cantar del corazón,
hondo cantar.
Reina de los cantares.
Madre del canto popular.
Llora tu son,
copla sin par.
Y en mi vacío corazón
se oye sonar
el De profundis del bordón...
Llora, cantar.
M.Machado.
Manuel Machado y Antonio Machado, a pesar de tener una educación idéntica, de estudiar ambos primero en la progresista Institución Libre de Enseñanza, viajar luego a Paris, etc., etc., tienen diferentes influencias. A Manuel se le cataloga como 'modernista', con gran tendencia a reflejar el folclore popular andaluz, más andalucista que su hermano, mucho más, pues su hermano tiene un carácter mucho más 'castellano', por eso que encuentre su lugar en Soria y que cuando viaja a Andalucía le falte el aire y el sosiego soriano. A Antonio Machado se le cataloga como de la generación del 98. No obstante tiene muchas composiciones que se pueden encuadrar perfectamente en el modernismo, y sigue recordando aquel patio de Sevilla donde florece el limonero. Sin duda a ambos hermanos no se les puede borrar que vienen de casta folkloristas, el padre, Antonio Machado Álvarez, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, se dedicó al estudio del folklore. Fundó la revista El Folk-Lore Andaluz y publicó obras como la Colección de cantes flamencos (1881) y la Biblioteca de las tradiciones populares españolas (1884-86). Fue amigo de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos, empeñados en ese momento en abrir la mente de los muchachos españoles a través de su Institución Libre de Enseñanza; escribió en periódicos, entre ellos La Justicia (periódico republicano de Nicolás Salmerón), firmando con el seudónimo de «Demófilo» (amigo del pueblo). Por su parte, su abuelo paterno, Antonio Machado Núñez, krausista, era catedrático de ciencias naturales de la Universidad de Sevilla. Nació en Cádiz (1812), de joven emigró a Guatemala, estudió medicina en París y fue catedrático de las Universidades de Cádiz, Santiago de Compostela y Sevilla, de la que sería rector. Fue gobernador de Sevilla (1869-70), introdujo las ideas de Darwin en España fue cofundador de la Revista mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias (1869-74). En 1875 renunció a la cátedra a raíz de la expulsión de Giner de los Ríos y otros profesores krausistas por el gobierno Cánovas (no volvería a ella hasta 1881, con la restitución de los profesores durante el gobierno liberal de Sagasta). La abuela paterna, Cipriana Álvarez Durán fue sobrina de Agustín Durán, compilador de un Romancero general, 1849, muy bien conocido de Antonio Machado.
Como veis de casta le vienen a los galgos ser como fueron.
En cuanto a las diferencias, ¿quién ha dicho que por ser hermanos deben ser de igual caracter?
Cosas de niños
Para Beatriz, María del Mar, Arturo y ¿Rubén? (no sé si se va a llamar así, perdón Ruth)
DEVUELTO
A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada...
Y es sueño nada más
cuanto le baja;
sueño cae a su boca,
sueño a su espalda,
y me roban su cuerpo
junto con su alma.
Y así lo van cubriendo
con tanta maña,
que en la noche no tengo
hijo ni nada,
madre ciega de sombra,
madre robada.
Hasta que el sol bendito
al fin lo baña:
me lo devuelve en linda
fruta mondada
¡y me lo pone entero
sobre la falda!
Gabriela Mistral
¿DÓNDE ESTÁ EL NIÑO QUE YO FUI? de Pablo Neruda.
¿Dónde está el niño que yo fui,
sigue dentro de mí o se fue?
¿Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
¿Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
¿Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia murió?
Mi amigo el robot.
El robot no necesita compañía.
El robot ni come, ni bebe,
ni juega al amor.
El robot no tiene bigote,
ni sexo, ni dote,
ni gran corazón,
-nunca se enamora-
y duerme a deshora.
Tan sólo obedece,
el robot.
A veces le envidio
sus ojos de vidrio
que nunca han llorado.
Aunque no me entiende,
le cuento mis cosas,
me quedo a su lado.
El robot no necesita compañía.
Y cuando la empresa
apaga sus luces
me siento en su nave
hasta el nuevo día,
por que yo, ¡si necesito compañía!
GLORIA FUERTES.
DEVUELTO
A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada...
Y es sueño nada más
cuanto le baja;
sueño cae a su boca,
sueño a su espalda,
y me roban su cuerpo
junto con su alma.
Y así lo van cubriendo
con tanta maña,
que en la noche no tengo
hijo ni nada,
madre ciega de sombra,
madre robada.
Hasta que el sol bendito
al fin lo baña:
me lo devuelve en linda
fruta mondada
¡y me lo pone entero
sobre la falda!
Gabriela Mistral
¿DÓNDE ESTÁ EL NIÑO QUE YO FUI? de Pablo Neruda.
¿Dónde está el niño que yo fui,
sigue dentro de mí o se fue?
¿Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
¿Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
¿Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia murió?
Mi amigo el robot.
El robot no necesita compañía.
El robot ni come, ni bebe,
ni juega al amor.
El robot no tiene bigote,
ni sexo, ni dote,
ni gran corazón,
-nunca se enamora-
y duerme a deshora.
Tan sólo obedece,
el robot.
A veces le envidio
sus ojos de vidrio
que nunca han llorado.
Aunque no me entiende,
le cuento mis cosas,
me quedo a su lado.
El robot no necesita compañía.
Y cuando la empresa
apaga sus luces
me siento en su nave
hasta el nuevo día,
por que yo, ¡si necesito compañía!
GLORIA FUERTES.
Los diez locos mandamientos
Las diez premisas para animarse a escribir
Estoy revisando carpetas para borrar archivos inútiles y me encontré esto que, igual que los archivos que puse más abajo sobre juegos de letras, estaba guardado bajo el epígrafe taller literario. Esto no es un taller literario, pero me pareció bien que apareciera aquí para los que tenemos todavía ciertos prejuicios a la hora de escribir.
1. Para la literatura lo imposible no existe.
2. La poesía no es un mundo que quede lejísimos. Vive muy cerquita, vive dentro tuyo. Si buscas en tus zapatos muy atentamente, encontrarás no uno sino 100,000 millones de poemas, cuentos, historias y aventuras loquísimas.
3. No tienes que ser un sabio para que la poesía te guste.
4. No hay que estudiar 22 años seguidos en una universidad para tener derecho a escribir poemas, cuentos o lo que a uno le dé la gana.
5. Leer te puede hacer más feliz. No lo dudes.
6. Escribir cambiará tu vida por completo.
7. La literatura es esa palabra loca, esa frase ocurrente que un día salió de tu boca y que a todo el mundo le gustó. Es ese algo fantasioso que tenías ganas de decir, de contar y que mucha gente confundió con una mentira.
8. No tienes que tener 30 años para publicar.
"El cielo no pregunta cuál es la edad de los pájaros", decía Luis La Hoz, un poeta peruano.
9. Si te gusta leer y escribir, anima a otros a hacerlo. La literatura es uno de los mejores regalos que puedas hacerle al mundo.
10. Disfruta mucho al escribir para que otros se diviertan leyéndote.
Estoy revisando carpetas para borrar archivos inútiles y me encontré esto que, igual que los archivos que puse más abajo sobre juegos de letras, estaba guardado bajo el epígrafe taller literario. Esto no es un taller literario, pero me pareció bien que apareciera aquí para los que tenemos todavía ciertos prejuicios a la hora de escribir.
1. Para la literatura lo imposible no existe.
2. La poesía no es un mundo que quede lejísimos. Vive muy cerquita, vive dentro tuyo. Si buscas en tus zapatos muy atentamente, encontrarás no uno sino 100,000 millones de poemas, cuentos, historias y aventuras loquísimas.
3. No tienes que ser un sabio para que la poesía te guste.
4. No hay que estudiar 22 años seguidos en una universidad para tener derecho a escribir poemas, cuentos o lo que a uno le dé la gana.
5. Leer te puede hacer más feliz. No lo dudes.
6. Escribir cambiará tu vida por completo.
7. La literatura es esa palabra loca, esa frase ocurrente que un día salió de tu boca y que a todo el mundo le gustó. Es ese algo fantasioso que tenías ganas de decir, de contar y que mucha gente confundió con una mentira.
8. No tienes que tener 30 años para publicar.
"El cielo no pregunta cuál es la edad de los pájaros", decía Luis La Hoz, un poeta peruano.
9. Si te gusta leer y escribir, anima a otros a hacerlo. La literatura es uno de los mejores regalos que puedas hacerle al mundo.
10. Disfruta mucho al escribir para que otros se diviertan leyéndote.
Las lágrimas de una madre
María llora, no comprende. ¿Por qué? ¿Por qué él? Durante años ha visto y ha callado. Ha oído y ha callado. Ha sufrido y ha callado. Pero ya no puede más. Todos esos años en silencio se convierten ahora en lágrimas. Y las lágrimas se confunden con la sangre de su hijo que reposa la cabeza en su regazo. «Mi niño», le habla como si le pudiera oír, «mi niño chico, ay, te has ido, me has dejado sola... tú eras mi sonrisa... tú mi anhelo... por ti pasé noches en vela... ay, mi niño, ¿qué te han hecho? ¿por qué lo has permitido?... mira, mira cómo han horadado tus bellas manos, esas manos con las que me acariciabas cuando eras pequeño, esas manos con las que ayudabas a José... tus manos fuertes y suaves ahora sangran,... ay, ay, mi niño pequeño. Aun recuerdo el día que naciste, al parirte pensé que no había dolor más grande, ¡qué equivocada estaba!, ahora, ahora, es cuando siento el mayor dolor, ahora es cuando me siento rota por dentro. Este dolor sin fruto, este dolor que me destroza, ay, mi niño... ¿por qué? Te gustaba correr descalzo por la calle, y yo te regañaba, no quería que tus pies sufrieran y tú te reías y me decías que no me preocupara, que eso no era nada... ay, mi niño, ¿qué sabías tú? ¿cuántas cosas sabías y callabas?, ahora, tus pies sangran. Tanto dolor... tanto dolor has padecido y tu rostro parece sereno. Quizás todo haya sido una pesadilla, quizás sólo estés durmiendo. Mi niño, ¿es eso? ¿sólo estás durmiendo?, callad, callad, no gritéis, no alborotéis, mi niño está durmiendo, ¡no lo despertéis!... No te preocupes, mi amor, yo te velaré... yo cuidaré tu sueño. Ea, ea, mi rey, duerme, duerme mi bien. Ay, rey mío, ¿mío? ¿fuiste mío alguna vez? ¡Tantas señales! ¡tantas señales que no supe interpretar!, bueno, mi niño, a ti no puedo engañarte, nunca pude, en realidad, no quise interpretar esas señales. Aquel día que te perdiste, ¿recuerdas, vida mía?, tú ya me lo dijiste, para ti lo más importante era cumplir con los asuntos de tu Padre. Aquel día, aquel día fue el inicio de mi sufrimiento, fue entonces cuando supe que contigo nada sería igual. Aquel día dejaste de ser mi niño pequeño. Ahora te lo puedo decir, lloré, lloré mucho, me resistía a verlo. También lloraba por la noche, a solas, cuando alguien me decía: ‘María he visto a tu hijo, andaba errando por el campo’ o ‘María, ¿has oído eso que cuentan sobre tu hijo? dicen que lo han visto hablando a una multitud’ o ‘¿qué es eso de lo que habla tu hijo que todos lo siguen?’, yo les decía que tú hacías lo que debías, que estabas cumpliendo con tu tarea, pero luego, a solas, lloraba. Sé que si pudieras, me dirías que no llorase, que me limpiase estas lágrimas, que se te ha cumplido el momento, que era necesario que esto sucediera así, pero no te olvides que soy tu madre, que tengo derecho a llorar. A una madre no se le puede impedir que llore por su hijo, ¡por SU hijo!, porque tú eres mi hijo, mi niño chico, y siempre lo serás. Ahí vienen a llevarte, a llevarte a ese lugar oscuro. ¡Estúpidos! ¿Realmente creerán que han terminado contigo? Ninguna losa sepulcral podrá detenerte... ¡Dejadme, dejadme que le de el último beso! ¡Dejadme que le diga que le estaré esperando! ¡Dejadme que yo misma lo amortaje!... no te preocupes, mi bien, no te apretaré la mortaja, la dejaré suelta, para que sea más fácil librarte de ella. Estos piensan que estoy loca, pero ¡estáis equivocados!, por fin, por fin he entendido... Sin embargo, hijo mío, permite que siga llorando, estas lágrimas me hacen tanto bien...»
Inma Manzanares (Semana Santa, 2000)
Inma Manzanares (Semana Santa, 2000)
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