María llora, no comprende. ¿Por qué? ¿Por qué él? Durante años ha visto y ha callado. Ha oído y ha callado. Ha sufrido y ha callado. Pero ya no puede más. Todos esos años en silencio se convierten ahora en lágrimas. Y las lágrimas se confunden con la sangre de su hijo que reposa la cabeza en su regazo. «Mi niño», le habla como si le pudiera oír, «mi niño chico, ay, te has ido, me has dejado sola... tú eras mi sonrisa... tú mi anhelo... por ti pasé noches en vela... ay, mi niño, ¿qué te han hecho? ¿por qué lo has permitido?... mira, mira cómo han horadado tus bellas manos, esas manos con las que me acariciabas cuando eras pequeño, esas manos con las que ayudabas a José... tus manos fuertes y suaves ahora sangran,... ay, ay, mi niño pequeño. Aun recuerdo el día que naciste, al parirte pensé que no había dolor más grande, ¡qué equivocada estaba!, ahora, ahora, es cuando siento el mayor dolor, ahora es cuando me siento rota por dentro. Este dolor sin fruto, este dolor que me destroza, ay, mi niño... ¿por qué? Te gustaba correr descalzo por la calle, y yo te regañaba, no quería que tus pies sufrieran y tú te reías y me decías que no me preocupara, que eso no era nada... ay, mi niño, ¿qué sabías tú? ¿cuántas cosas sabías y callabas?, ahora, tus pies sangran. Tanto dolor... tanto dolor has padecido y tu rostro parece sereno. Quizás todo haya sido una pesadilla, quizás sólo estés durmiendo. Mi niño, ¿es eso? ¿sólo estás durmiendo?, callad, callad, no gritéis, no alborotéis, mi niño está durmiendo, ¡no lo despertéis!... No te preocupes, mi amor, yo te velaré... yo cuidaré tu sueño. Ea, ea, mi rey, duerme, duerme mi bien. Ay, rey mío, ¿mío? ¿fuiste mío alguna vez? ¡Tantas señales! ¡tantas señales que no supe interpretar!, bueno, mi niño, a ti no puedo engañarte, nunca pude, en realidad, no quise interpretar esas señales. Aquel día que te perdiste, ¿recuerdas, vida mía?, tú ya me lo dijiste, para ti lo más importante era cumplir con los asuntos de tu Padre. Aquel día, aquel día fue el inicio de mi sufrimiento, fue entonces cuando supe que contigo nada sería igual. Aquel día dejaste de ser mi niño pequeño. Ahora te lo puedo decir, lloré, lloré mucho, me resistía a verlo. También lloraba por la noche, a solas, cuando alguien me decía: ‘María he visto a tu hijo, andaba errando por el campo’ o ‘María, ¿has oído eso que cuentan sobre tu hijo? dicen que lo han visto hablando a una multitud’ o ‘¿qué es eso de lo que habla tu hijo que todos lo siguen?’, yo les decía que tú hacías lo que debías, que estabas cumpliendo con tu tarea, pero luego, a solas, lloraba. Sé que si pudieras, me dirías que no llorase, que me limpiase estas lágrimas, que se te ha cumplido el momento, que era necesario que esto sucediera así, pero no te olvides que soy tu madre, que tengo derecho a llorar. A una madre no se le puede impedir que llore por su hijo, ¡por SU hijo!, porque tú eres mi hijo, mi niño chico, y siempre lo serás. Ahí vienen a llevarte, a llevarte a ese lugar oscuro. ¡Estúpidos! ¿Realmente creerán que han terminado contigo? Ninguna losa sepulcral podrá detenerte... ¡Dejadme, dejadme que le de el último beso! ¡Dejadme que le diga que le estaré esperando! ¡Dejadme que yo misma lo amortaje!... no te preocupes, mi bien, no te apretaré la mortaja, la dejaré suelta, para que sea más fácil librarte de ella. Estos piensan que estoy loca, pero ¡estáis equivocados!, por fin, por fin he entendido... Sin embargo, hijo mío, permite que siga llorando, estas lágrimas me hacen tanto bien...»
Inma Manzanares (Semana Santa, 2000)
No hay comentarios:
Publicar un comentario