Irónico con lo que no le gusta, amigo fiel, cruel con sus enemigos, se ríe de todo y de todos, si es necesario hasta de sí mismo. Así es Marcial.
I
Éste es aquel al que lees, aquel al que buscas,
Marcial, conocido en el mundo entero
por sus agudos libros de epigramas:
la gloria que le has dado, entusiasta lector,
mientas estaba vivo y lo apreciaba,
pocos poetas la tienen después de su muerte.
XIX
Si bien recuerdo, Elia, cuatro dientes tenías:
una tos te expulsó dos y otra tos los otros dos.
Ya puedes toser tranquila todos los días:
nada tiene que hacer allí una tercera tos.
XXXVII
Sin vergüenza, el peso de tu vientre descargas, Baso,
en miserable oro, y bebes en vidrio; cagas, pues, más caro.
LXXXVIII
Álcimo, arrebatado a tu señor en los años juveniles,
a quien con césped ligero cubre la tierra labicana,
recibe, no el peso vacilante del mármol de Paros,
que, destinado a perecer, un trabajo vano ofrece a la ceniza,
sino sencillos bojes, opacas sombras de pámpanos
y las hierbas que verdean rociadas por mis lágrimas,
recibe querido niño, el testimonio de mi pesar:
este honor vivirá eternamente para ti.
Cuando Láquesis haya hilado mis últimos años
no de otro modo ordeno que descansen mis cenizas.
CXVII
Cada vez que te encuentras conmigo, Luperco,
al momento me dices: "Quieres que te envíe un esclavo
para que le des tu librito de epigramas,
que te devolveré apenas lo haya leído?"
No hay por qué atormentar a tu esclavo, Luperco.
Largo es el camino, si quiere venir hasta el Peral,
y vivo en un tercer piso, con altos peldaños.
Lo que buscas, podrás obtenerlo más cerca.
Seguramente sueles pasar por el Argileto:
frente al foro de César hay una librería
con las puertas llenas de inscripciones,
para que puedas leer rápidamente todos los poetas.
Búscame allí. Y no es necesario que preguntes a Atrecto
-tal es el nombre del dueño de la librería-;
te dará del primer o segundo anaquel
pulido con piedra pómez y ornado de púrpura
una Marcial por cinco denarios.
¿"No vales tanto" dices? Tienes razón, Luperco.
LVIII
Pulcramente vestido, Zoilo, te ríes de mis prendas raídas.
Están en verdad raídas, Zoilo, pero son mías.
LXXX
Por huir del enemigo, Fannio se mató.
¿No es una locura, pregunto, morir para no morir?
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