28 de enero de 2005

Julián del Casal: un poeta modernista

Julián del Casal (1863-1893) : Todos los magos de las letras deben algo a alguien. Rubén Darío siempre entendió que tenía esa deuda con Casal. Rubén lo llamó "hondo y exquisito príncipe de melancolías" y " desdichado ruiseñor del bosque de la Muerte". También Martí lo supo valorar al hablar de "los versos tristes y joyantes".
Casal representa el neorromanticismo decadente que marcó la sensibilidad fin de siècle. Su obra, en verso y prosa, estuvo signada así por la presencia del dolor y la muerte, el hastío y la inadaptación, la amargura y la impotencia, el ansia insaciable de evasión. Su verso dio cabida a los motivos aparentemente más exteriores del decadentismo: el amor a los climas artificiales, lujosos y hasta enfermizos; la recreación de situaciones o personajes ambiguos y exquisitos; variaciones sobre temas esteticistas y exóticos; y aun el regusto en lo sórdido, tétrico y sepulcral, que es aún más visible en sus narraciones.
En lo formal, avanzó mucho en aquella renovación del verso castellano que señaló uno de los esfuerzos mayores del modernismo: flexibilización acentual del endecasílabo, empleo del terceto monorrimo, maestría en el uso del decasílabo y sobre todo del eneasílabo.Y hasta el final supo ser único, no muchos se mueren de un ataque de risa.

Flores
Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la blasfemia.

Neurosis
Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.
Arde a sus plantas la chimenea
donde la leña chisporrotea
lanzando en tono seco rumor,
y alzada tiene su tapa el piano
en que vagaba su blanca mano
cual mariposa de flor en flor.
Un biombo rojo de seda china
abre sus hojas en una esquina
con grullas de oro volando en cruz,
y en curva mesa de fina laca
ardiente lámpara se destaca
de la que surge rosada luz.
Blanco abanico y azul sombrilla,
con unos guantes de cabritilla
yacen encima del canapé,
mientras en la tapa de porcelana,
hecha con tintes de la mañana,
humea el alma verde del té.
Pero ¿qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del gabinete
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un desliz?
¿Es que la rinde cruel anemia?
¿Es que en sus búcaros de Bohemia
rayos de luna quiere encerrar,
o que, con suave mano de seda,
del blanco cisne que ama Leda
ansía las plumas acariciar?
¡Ay! es que en horas de desvarío
para consuelo del regio hastío
que en su alma esparce quietud mortal,
un sueño antiguo le ha aconsejdo
beber en copa de ónix labrado
la roja sangre de un tigre real.





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