10 de diciembre de 2004

De Rubén a Machado

Siempre me pareció soberbio este poema de Rubén Dario. Y comparto con él toda la admiración que sentía por Machado (y que sus dioses me perdonen, por haberme comparado con él en algo). Hace veinte años mis padres me regalaron las poesías completas de A. Machado y sigue a mi lado, a miles de kilómetros del punto de partida, con las páginas ajadas, sueltas (la edición era más bien precaria) y amarillentas, además de tener escolios propios anotodos por todas partes. Tengo otras ediciones de la misma obra, pero en esa aprendí a leer y a conocer a Machado. Y casi podría decir que determinó mi carrera laboral. No es que sea poeta, porque de poeta no tengo ni el alma, es una pena, pero mejor reconocerlo a que te lo adviertan.

Este poema de Darío está en la portada:

Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo
de timidez y de altivez.
Y la luz de sus pensamientos
casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena fe.
Fuera pastor de mil leones
y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de miel.
Las maravillas de la vida
y del amor y del placer,
cantaba en versos profundos
cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso,
un día al imposible fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
ellos le salven siempre. Amén

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