14 de febrero de 2005

E. Burke: De lo sublime y de lo bello
Parte primera. Sección primera: La novedad

La primera y más simple de las emociones que descubrimos en el entendimiento humano es la Curiosidad. Por curiosidad entiendo cualquier deseo o cualquier placer, que experimentamos en relación a la novedad. Vemos a los niños corriendo constantemente de un lado a otro, a la caza de algo nuevo: se agarran con gran vehemencia y con poco miramientos a cualquier cosa que se les ponga por delante; todo acapara su atención, porque, en esta etapa de la vida, todo posee el encanto de la novedad para fomentarlo. Pero, como aquellas cosas, que nos subyugan meramente por su novedad, no pueden retenernos mucho tiempo, la curiosidad es el más superficial de los afectos; cambia de objeto continuamente, tiene un apetito muy marcado, pero fácil de satisfacer, y siempre parece como una especie de vértigo, impaciencia y ansiedad. La curiosidad es un principio muy activo por naturaleza; recorre velozmente la mayoría de sus objetos, y no tarda en agotar la variedad que comúnmente se encuentra en la naturaleza. Las mismas cosas vuelven con frecuencia, y vuelven con un efecto cada vez menos agradable. En una palabra, las ocurrencias de la vida, cuando llegamos a conocerla un poco, no podrían afectar el entendimiento con otras sensaciones que no fueran las de aversión y abatimiento, de no haber muchas cosas adaptadas para mover el ánimo a través de otro spoderos, además de la novedad. Y a través de otras pasiones además de la curiosidad en nosotros mismos. Estos poderes y estas pasiones se considerarán en su momento. Pero, cualesquiera que sean estos poderes, o cualquiera que sea el principio sobre el que afecten el ánimo, es absolutamente necesario que no sejerciten en aquellas cosas, a las que el uso cotidiano y vulgar ha conferido una familiaridad viciada y sin atractivo. Es preciso que haya cierto grado de novedad, en lo que integra todo instrumento que opera sobre la mente; y la curiosidad se mezcla más o menos con todas nuestras pasiones.

Parte V: Sec. III: Las palabras generales antes de las ideas.
El Sr. Locke ha observado en alguna parte, con su habitual sagacidad, que la mayoría de las palabras generales, las que pertenecen a la virtud y al vicio, a lo bueno y a lo malo, especialmente, se enseñan antes de que los modos particulares de acción, a los que pertenecen, se presenten a la mente; y con ellas, el amor de lo uno, y el aborrecimiento de lo otro; pues las mentes de los niños son tan dúctiles, que una nodriza, o cualquier persona que cuide a un niño, pareciendo complacida o disgustada con cualquier cosa, o incluso cualquier palabra, puede cambiar de un modo similar la disposición del niño. Cuando, después, los distintos acontecimientos se aplican en el transcurso de la vida a estas palabras, y que lo que es agradable a menudo aparece bajo el nombre de maldad; y lo que es desagradable para la naturaleza se denomina bueno y virtuoso; se produce una extraña confusión de ideas en las mentes de muchos, al igual que no poca contradicción entre sus nociones y sus acciones. Hay muchos que aman la virtud y que detestan el vicio, y no por hipocresía o afectación, que, sin embargo, actuán muy frecuentemente con maldad e inicuidad en algunos casos sin el menor remordimiento; porque estas ocasiones particulares nunca se hacen visibles, cuando las pasiones del lado de la virtud se veían tan cálidadmente afectadas por ciertas palabras calentadas originalmente por el aliento de otros; y por esta razón es difícil repetir ciertos grupos de palabras, aunque por sí mismas inoperantes, sin estar afectadas en cierto grado; especialmente si un tono de voz cálido y afectado las acompaña, como suponemos.
Sabio, valiente, generoso, bueno y grande.
Estas palabras, cuando no tienen aplicación, son inoperantes; pero cuando se utilizan palabras comúnmente destinadas para las grandes ocasiones nos afectan incluso sin el momento en que tienen lugar. Cuando las palabras que generalmente se han aplicado así se ponen juntas sin ninguna perspectiva racional, o de tal manera que no se corresponden entre ellas, se dice que el estilo es ampuloso. Y esto requiere en varios casos que se mantenga muy buen sentido y experiencia frente a la fuerza de semejante lenguaje: pues, cuando se niega la propiedad es posible que se utilice un mayor número de estas palabras afectadas y que se permita una mayor variedad en su combinación.

Creo que la lectura de estas disquisiciones de Burke es interesante para todos aquellos que aman el arte en general, comprendiendo en esta generalidad también a la poesía. Por otra parte sus supuestos están expuestos de forma tan clara, que, incluso pudiendo polemizar con algunos de ellos, no te queda otra que admirar su sencillez y sus ideas.
El antecedente sobre Kant es clarísimo, y creo que también podríamos buscarle cierta relación con Aristóteles en el concepto de lo sublime. ¿no te parece?
Transcribo a continuación qué es lo sublime para Burke, y así queda todo más completito, por si a alguien le interesa.
Parte II. Secc. I: De la pasión causada por lo sublime
"La pasión causada por lo grande y lo sublime en la naturaleza, cuando aquellas causas operan más poderosamente, es el asombro; y el asombro es aquel estado del alma, en el que todos sus movimientos se suspenden con cierto grado de horror. En este caso, la mente está tan llena de su objeto, que no puede reparar en ninguno más, ni en consecuencias razonar sobre el objeto que la absorbe. De ahí nace el gran poder de lo sublime, que, lejos de ser producido por nuestros razonamientos, los anticipa y nos arrebata mediante una fuerza irresistible. El asombro, como he dicho, es el efecto de lo sublime en su grado más alto; los efectos inferiores son admiración, reverencia y respeto."
Entre todo aquello que es fuente de lo sublime (temor, poder, la vastedad, la infinidad, etc.) destaco la magnificiencia:
sc. XIII: La magnificiencia: "La Magnificiencia es igualmente una fuente de lo sublime. Una gran profusión de cosas, que son espléndidas o válidas en sí mismas, es magnífica. El cielo estrellado, aunque lo veamos con frecuencia, nunca deja de excitar una idea de grandeza. Esto no puede deberse a las mismas estrellas, consideradas aisladamente. El número es ciertamente la causa. El aparente desorden aumenta la grandeza, puesto que la apariencia de cuidado es altamente contraria a nuestra idea de magnificiencia. Además, las estrellas aparecen en tal confusión, que hace imposible reconocerlas en ocasiones ordinarias. Esto les confiere una especie de infinitud. En obras de arte, esta clase de grandeza, que consiste en multitud, se admite muy cortésmente; ya que una profusión de cosas excelente es inalcanzable, sólo alcanzable con mucha dificultad; y porque en muchos casos esta espléndida confusión destruiría todo uso, que debería acompañarse en la mayoría de obras artísticas con el mayor cuidado. Además, ha de considerarse, que, a menos que se pueda producir una apariencia de infinitud mediante nuestro desorden, habrá desorden solo, sin magnificiencia. Sin embargo, hay una especie de fuegos de artificio, y algunas otras cosas, que en este sentido salen bien y son verdaderamente grandes. También hay muchas descripciones en poetas y oradores, que deben sus sublimidad a una riqueza y profusión de imágenes, en las que la mente queda tan deslumbrada, que resulta imposible alcanzar aquella coherencia exacta y aquella coincidencia de alusiones, que deberíamos exigir en cualquier otra ocasión. Ahora no recuerdo ejemplo más impresionante acerca de ello que la descripción que se hace del ejército del rey, en la obra de teatro de Enrique IV :
'Todos equipados, todos sobre las armas, todos emplumados como avestruces, y sus plumas, ondeandas por el viento, les dan aire de águilas que vinieran a bañarse, todos tan llenos de savia como el mes de mayo y tan espléndidos como el sol del solsticio de verano; todos retozones como chotos, impetuosos como novillos. He visto al joven Enrique, con la visera calada, elevarse del suelo como un Mercurio emplumado y sostenerse sobre su montura con una gallardía tal, que se hubiese dicho que un ángel había caído de las nubes para dirigir y manejar algún ardiente Pegaso'.
..."
sec. XXII: "... lo sublime es una idea que pertenece a la autoconservación; y que es, por consiguiente, una de las más afectivas que tenemos; que su emoción más fuerte es una emoción de dolor; y que ningún placer derivado de una causa positiva le pertenece..."

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