Ovidio: Ars Amandi
"Así que, cuando te sirvan los dones de Baco, puesto sobre la mesa, y te toque como compañera en el lecho contiguo una mujer, suplica al padre Nictelio (Baco) y a los ritos sagrados de la noche que no permitan que el vino te haga perder la cabeza. En ese momento tienes oportunidad de decir muchas cosas escondiéndolas en frases de doble sentido, que ella comprenda que van referidas a sí, y garabatear tiernas lindezas con un poco de vino, de forma que pueda leer sobre la mesa que ella es tu dueña; y mírala a los ojos con ojos que declaren tu pasión ardiente: muchas veces un rostro silencioso tiene voz y palabras. Procura ser el primero en coger las copas que hayan tocado sus labios y bebe por la parte por la que beba tu amada; cualquier manjar que haya tocado ella con sus dedos, cógelo tú y al cogerlo, tócale la mano. Trata también de agradar al compañero de tu amada; se convertirá para vosotros en un amigo de mucha utilidad. Si te toca por suerte beber, concédele dicho honor primero a él, y dale la corona destinada a tu cabeza. Ya sea inferior o igual a ti, que se sirva siempre antes que tú, y no dudes en dirigirle palabras amistosas. Camino seguro y duradero es engañarle bajo apariencia de amistad; más, aunque sea seguro y duradero el camino, entraña delito. Así también un administrador ejerce sobre muchas cosas un control en demasía y considera que debe atender a más de las que se le han encomendado.
Yo te daré la medida justa en la que debes beber: que tu mente y tus pies puedan cumplir su cometido. Ten cuidado con las disputas a las que el vino predispone especialmente, y con las manos demasiado proclives a peleas feroces. Euritión murió neciamente mientras bebía el vino que le habían ofrecido (Con motivo de las bodas de Hipodamía y Pirítoo, el centauro, enloquecido por el vino, cometió diversas fechorías, lo que motivó que los hombres de Pirítoo le cortaran las orejas y nariz y lo expulsaran): la mesa y el alcohol se prestan más a bromas divertidas. Si tienes buena voz, canta; si brazos ágiles, baila; y agrada con cualquier habilidad con la que puedas agradar. Así como la embriaguez verdadera resulta perjudicial, así también la fingida te será provechosa: haz que tu lengua engañosa balbucee con sonidos entrecortados para que cualquier cosa que hagas o digas con más licencia que la debida, la atribuyan al alcohol que bebiste de más. Desea buena suerte a tu amada y buena suerte al que duerma con ella, pero en silencio implora desgracias para su acompañante. Y cuando, después de retirar las mesas, se marchen los invitados, el tropel mismo te dará lugar y ocasión de acercarte. Mézclate con el tropel y arrimándote dulcemente a ella cuando salga, pellízcala con los dedos en el costado y rózale el pie con tu pie."
(Traducción de Vicente Cristóbal López, lo que aparece entre paréntesis son aclaraciones mías)
También nos aconseja a nosotras:
"¿Qué diré de los vestidos? No quiero ocuparme de los bordados ni de la lana dos veces teñida en la púrpura de Tiro. Pudiendo usar tantos colores de precio menos elevado, ¿qué furor os induce a gastar en el traje todas vuestras rentas? (...)
Cuantas flores produce de nuevo la tierra a la llegada de la primavera, en que brotan las yemas de la vid sin temor del invierno perezoso, tantas y más varias tinturas admite la lana; elige con acierto, pues el mismo color no conviene a todas personas por igual. El negro dice bien a las blancas como la nieve, a Briseida sentaba admirablemente, y cuando fue arrebatada vestía de negro. El blanco va. mejor a las morenas; Andrómeda lo prefería, y vestida de este color descendió a la isla de Serifo. Casi me disponía a advertiros que neutralizaseis el olor a chotuno que despiden los sobacos, y pusierais gran solicitud en limpiaros el vello de las piernas; mas no dirijo mis advertencias a las rudas montañesas del Cáucaso, ni a las que beben las aguas del Caico de Misia. ¿A qué recomendaros que no dejéis ennegrecer el esmalte de los dientes y que por la mañana os lavéis la boca con una agua fresca? Sabéis que el albayalde presta blancura a la piel y que el carmín empleado con arte suple en la tez el color de la sangre. Con el arte completáis las cejas no bien definidas y con los cosméticos veláis las señales que imprime la edad. No teméis aumentar el brillo de los ojos con una ceniza fina o con el azafrán que crece en tus riberas, ¡oh transparente Cidno! Yo he compuesto un libro sobre el modo de reparar los estragos de la belleza, de pocas páginas, pero donde hallaréis mucha doctrina. Buscad allí los cosméticos de que tenéis necesidad las feas; en mi arte aprenderéis mil útiles consejos, si evitáis que el amante vea expuestos sobre la mesa vuestros frascos: el arte sólo mejora el rostro cuando se disimula. ¿A quién no causan disgusto los mejunjes con que os embadurnáis la cara, que por su propio peso resbalan hasta vuestro seno?; ¿a quién no apesta la grasa que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la medula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista. Muchas cosas repulsivas al hacerlas, agradan una vez hechas. Las magníficas estatuas cinceladas por el laborioso Mirón, antes de labrarse fueron bloques informes de pesado mármol. Para formar un anillo, primero se bate el oro, y de la sórdida lana se tejen las vestiduras que os cubren; la que era una tosca piedra, hoy se ha convertido en noble escultura, y es Venus que sale desnuda de las olas destilando el líquido humor de su cabellera. Imaginemos que te hallas durmiendo mientras arreglas tu tocado, y no aparezcas a nuestros ojos hasta después de darte la última mano. ¿Por qué he de reconocer el afeite que blanquea tu tez? Cierra la puerta de tu dormitorio y no dejes ver tu compostura todavía imperfecta. Conviene a los hombres ignorar mu. chas cosas: la mayor parte les causaría repulsión si no se substrajeran a su vista. ¿Ves los áureos adornos que resplandecen en la escena de los teatros?; pues son hojas delgadas de metal que recubren la madera, y no se permite a los espectadores acercarse a ellos sin estar acabados. Así, no preparéis vuestros encantos ficticios en presencia de los varones; mas no os prohibo ofrecer a la peinadora los hermosos cabellos, porque así los veo flotar sobre vuestras espaldas; os aconsejo, sí, que no eternicéis esta operación, ni retoquéis cien veces los lindos bucles, y que la peinadora no tema vuestro furor. Odio a la que le clava las uñas en la cara y le pincha con la aguja en el brazo, obligándola a maldecir la cabeza de su señora que tiene entre las manos, y a manchar con lágrimas y sangre sus cabellos aborrecidos. La que esté medio calva, ponga un guardia a la puerta o vaya a componerse al templo de la diosa Bona.
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