Martes 3 de octubre (1939)
He dormido mal, pensaba en Sartre, en Bost y sentía demasiada necesidad de verles. Vivimos un momento muy extraño. Hitler prpone la paz, es una paz que nadie puede desear pero, ¿irán a la guerra?; ¿Qué es lo que en realidad justifica esta palabra: guerra? Hace un mes, cuando estaba impresa en letras grandes en todos los titulares de los periódicos, era un horror informe, una tensión de todo el ser, sin saber hacia qué; era confuso y sin embargo pleno. Ahora, no es más que un parpadeo vago de molestias, pequeños temores; no es nada, no está en ninguna parte. Me siento desangelada y vaga, ni siquiera sé qué estoy esperando. Diríase que todo el mundo espera, como si el tiempo puro tuviera alguna eficacia. Además, es lo que más sorprende en la historia de la guerra del 14: es una espera de cuatro años, acotados por masacres complentamente inútiles; podría parecer que las masacres no se han hecho para otra cosa que para investir un poco el transcurso puro del tiempo que, bruscamente, al fin, se condensa en una victoria. Es completamente absurdo y más contingente de lo que nunca se hubiera podido creer. Por la tarde vamos a Angers. Por la noche leo un buen Curwood, Junto al río, y un execrable Stevensos, Aventuras de John N."
Viernes 20 de septiembre del 40
Ésta es una carta que empiezo para usted (le habla a Sartre) y que quizás reciba dentro de un año. Le escribo porque he dejado de esperarle, ahora sé que no aparecerá por detrás de la estatua de Balzac. ¡Le he esperado tanto!, llegaba de azul, con su boina de soldado, una bolsa en bandolera y, algunas veces, no sé por qué, se aparecía usted en bicicleta. Miraba con tanta insistencia que realmetne llegué a creer dos o tres veces que se materializaría, de carne y hueso, y que cruzaría la plaza. Un día le encontré un par de veces; en la place du Panthéon tuve una impresión tan fuerte que creí que iba a vomitar.
Ahora sé que será preciso vivir sin usted y aún no sé cómo podré. Las cosas no son en absoluto como el año pasado en que emprendimos la marcha juntos y yo tenía noticias suyas cada día. Está usted metido en una espiral; su amor por mí existe, sé que está vivo, lo noto, pero no hay nada que yo pueda tocar. Tampoco lo deseo, temo volver a ver su escritura, seguramente será una carta de Alemania que dirá 'estoy bien, pese a todo', con un remite siniestro.
Ahora sí soy desgraciada. El año pasado me preguntaba si alguna vez llegaría a serlo: el mundo se había vuelto trágico a mi alrededor y yo viía en consonancia con él, no había infelicidad. Recuerdo muy bien que en septiembre me sentía apenas un fragmento de un gran acontecimiento colectivo, sentía curiosidad e interés por el acontecimiento y por mí misma ante todo. Pero desde hace ocho días, todo es distinto. No tengo relación con el mundo y además mi entorno es deforme. La infelicidad está en mí, como una enfermedad íntima y particular. Una auténtica enfermedad; no es que hayan hipotecado un objeto, mi vida, ni la suya. No es más que una secuencia de insomnios, de pesadillas, de llanto y de dolor de cabeza. Algunas veces, en recompensa, se me aparece usted en el horizonte con una sonrisa más precisa que las que le he visto en mucho tiempo. En esos momentos lloro desconsoladamente; aunque aún con más frecuencia paso sin pensarlo, por la mañana, de las pesadillas a las lágrimas y por la noche del cansancio a los sollozos. Y tengo la cabeza tan vacía, pequeño mío. TEngo una ligera imagen de Alemania con una gran frontera de alambradas con la palabra 'Silésie' escrita en alguna parte y oigo frases como 'se mueren de hambre'; nada más. ESta mañana llueve, son las diez y estoy en el Dôme, tengo un café y bollos ante mí, como el año pasado. Lo reencuentro todo, hasta el olor de estas mañanas austeras pero seguras en las que me ponía a trabajar, muy unida a usted. Quisiera ser capaz de ponerme a trabajar pero haría falta que tuviera al menos una señal suya, una referencia en torno a la cual fijar mi vida.
Zuorro regresó ayer por la mañana y llegará dentro de un momento. Bost está con Kos. y le veré este mediodía. Tenemos la suerte de encontrarnos intactos, me escribe usted. Y es usted el que no está aquí, usted, que lo es todo para mí.
Drieu La Rochelle le ha dicho a Brice Parain que han matado a Nizan -se me retorcieron las entrañas-, me resulta tan absurdo y además consagra con intensidad cruelísima esta sensación de fin de un mundo, de una época.
No sé cuales son las últimas cartas mías que ha recibido. Intentaré resumir estas semanas paoder recordarlas un día y contárselas."
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